Sábado por la tarde. Una joven de 18 años de edad, con un hijo de dos años y otro más en gestación avanzada le pide telefónicamente a su mamá que vayan por ella a casa de su suegra donde vive con su esposo. ¿Por qué? Porque por enésima ocasión este la ha golpeado hasta sangrar.
Al tipo le tienen miedo. Es extremadamente agresivo, más aún cuando se emborracha. Por eso es que la joven le pide a su mamá que llame a su hermano que vive en una ciudad muy lejana para que venga en su auxilio. ¿Por qué no piensa en alguien más cercano? Porque no lo tiene: sus únicos familiares en su ciudad son mujeres con quienes su esposo también se ensaña; además, este sujeto ha hecho un buen trabajo en violencia: aislarla e incomunicarla paulatinamente, rompiendo los lazos que la joven tenía con su familia, con sus amistades, con la comunidad…
¿Por qué no se le ocurre pensar en acudir a la autoridad? Por desconfianza y recelo y porque, más allá de la policía, desconoce las instituciones encargadas de procurar la seguridad y una vida libre de violencia.
No cuenta con celular, ni internet, ni monedas para otra llamada, ni información acerca de lo que hay qué hacer en estos casos, ni fuerzas… sólo miedo e instinto de sobrevivencia.
Horas después su mamá y otros familiares van al domicilio de la joven pero no la encuentran. Momentos de angustia al no saber dónde se halla, sólo dejó una nota donde decía que se había escapado llevándose a su hijo.
Posteriormente la joven logra reunirse con su familia. El único plan con que cuentan ante el pánico que las invade es irse a aquella ciudad donde vive su hermano. Lo único que necesita es dinero para el pasaje. Se tiene que ir ya, antes de que su perseguidor la encuentre. ¿Quién protege en estos casos? ¿A qué autoridad le corresponde facilitar el traslado?
¿Existe una instancia pública que acompañe y resuelva con la sensibilidad y celeridad que este tipo de casos requieren? Para esta gente la respuesta es: no.
Este es el tipo de casos donde si no hay denuncia de por medio el poder judicial no actúa; o si no se apersona ante seguridad pública o DIF (en este caso en horario de oficina) no hay reacción. Aún no existen opciones ampliamente difundidas y accesibles que puedan dar la respuesta que este tipo de violencias cotidianas requieren.
Hablamos de una mujer que sólo necesitaba unos pesos para poner tierra de por medio, pero de manera inmediata. Este caso se resolvió porque la familia se contactó con una organización de la sociedad civil y con la solidaridad de una donadora que aportó el dinero requerido.
En nuestro país hacen falta acciones y programas efectivos y suficientes como los que se vienen implementando en otras latitudes que también presentan altos índices de violencia de género, por ejemplo, Buenos Aires y otras ciudades de Argentina, donde ante una simple llamada telefónica de la víctima, un equipo compuesto por un policía, una psicóloga y una trabajadora social sale hacia su domicilio para en conjunto hacer una intervención integral: primero entra el policía por razones de seguridad y luego el resto del equipo la ayudan y asesoran para que pueda tomar decisiones y medidas oportunas y seguras: denunciar o no, salirse de casa o no, sacar sus pertenencias o no, pedir información sobre sus derechos y opciones…
Este es el tipo de programas y acciones que nuestra realidad exige, cuya implementación sería una señal de un real compromiso y de un interés genuino por la seguridad y el bienestar de las mujeres de México.
Comentarios
Es frustrante que este tipo de casos no puedan resolverse por la incompetencia de políticas sociales mal realizadas, pero sobre todo, por funcionarios públicos incapaces de tratar y dar la ayuda que realmente la víctima necesita.
Personalmente me indigna ver como hay miles de personas que sólo por ser parientas o conocidas de alguien con alta jerarquía obtienen un puesto sin estar capacitados y calificados para tal desempeño, y otros como mi caso, que soy profesionista Trabajadora Social, trabajando en algo absolutamente diferente a lo que realmente se desempeñar.
Muchos profesionistas sociales, con la verdadera vocación de servicio y ganas de coadyuvar en estas problemáticas, nos excluyen por no ser del clan del compadrazgo.
Habemos tantos que deseamos tener un mejor mundo y una mejor sociedad, pero nos relegan y hacen menos, sólo porque así, es mejor para todos los que “profesan la justicia y el poder”.