Vivir desde la coherencia con nuestros valores profundos, sin generar contradicciones o guerras en nuestro interior, resulta de vital importancia para nuestro rendimiento en todos los ámbitos de la vida. Todos lo experimentamos, casi diariamente. Cuando sentimos algo, lo deseamos, lo planificamos y lo cumplimos, nos llenamos de una intensa sensación de satisfacción, independientemente de que otras personas lo vean o no. En la medida en que nuestros pilares internos, en los cuatro ámbitos apuntados (lo mental, los deseos, los sentimientos y la acción), se tambalean o no son lo suficientemente sólidos, nuestra integridad personal entra en crisis. Analicemos estos cuatro puntales, los valores que representan, con sus puntos fuertes y débiles. Independientemente de que consideremos que es primero el pensamiento, el sentimiento o el deseo, nos adentraremos en la observación de estos tres elementos esenciales y omnipresentes en nuestras vidas, seamos o no conscientes de ellos, para pasar después al cuarto punto imprescindible pero mucho menos presente: la acción. En muchos casos partimos de creencias que nos han venido impuestas desde el exterior. Entre esas creencias podemos encontrar algunas muy generalizadas en nuestra sociedad actual: tener dinero, una buena casa, una buena imagen, una buena pareja, un buen automóvil y una buena reputación social. Tales creencias tienden a identificarse como valores para muchas personas, que se encuentran conscientemente dispuestas a "hacer lo que sea" para conseguirlos. Podemos considerarlos como "valores externos". Todos ellos se relacionan con la posesión, con el "tener", lo que implica apropiarse de algo exterior que no tenemos. Por otro lado, experimentamos necesidades biológicas y deseos que, en ciertas ocasiones pueden estar en contradicción con las creencias. Por ejemplo, ante la creencia de que nos resulta imprescindible tener una buena imagen corporal se encuentra a veces el deseo desmedido de comer o ingerir sustancias o alimentos que dificultan gravemente o imposibilitan tener esa "buena imagen corporal". En otro orden de cosas, puede estar la creencia de que necesitamos tener mucho dinero pero suele entrar en contradicción con el deseo incontenible o compulsivo de comprar o consumir cosas constantemente, lo cual reduce la capacidad de ahorro hasta el punto de llegar a anularla por completo e incrementar las deudas. Independientemente de que entren en conflicto o no con nuestras creencias, satisfacer estos deseos también es valioso; lo solemos identificar como valores porque nos ayudan a evitar el malestar que nos produce la frustración. Siendo los anteriores pilares los relacionados con nuestra mente planificadora y nuestros deseos, nos quedaría observar el pilar de los sentimientos. Estos últimos difieren de los dos anteriores. También son vitales y están siempre presentes, pero en muchos casos son menos conscientes. Los sentimientos nos llevan a "lo que realmente importa", a nuestros auténticos valores profundos, son internos y tendemos a hacerlos conscientes sólo cuando no están. Entre ellos se encuentra la afectividad, la salud, la alegría y la autoestima, entre otros. Estos sentimientos valiosos o "valores profundos" solemos confundirlos con deseos y creencias, que nos enfocan siempre hacia estímulos externos. Por ejemplo, hay muchos hombres que confunden la afectividad con el deseo sexual. En otros casos, es el sentimiento de la buena salud el que se confunde con la satisfacción del deseo de comer o ingerir lo que nos estimula de forma inmediata, aunque nos haga enfermar. Esto a su vez puede estar en contradicción con la creencia de "tener una buena imagen". Algunas personas también deterioran su salud por esa "buena imagen". Hay muchas situaciones y casos que podemos analizar sobre estos tres pilares y las luchas internas que se producen en nuestras vidas por la falta de coherencia o "buen entendimiento" entre ellos. Pero con los ejemplos apuntados podemos hacernos una idea suficiente para poder aplicar a muchos momentos concretos de nuestra vida cotidiana. Cada uno de ellos representa valores o "elementos valiosos", de una u otra forma, en nuestra vidas. Esto quiere decir que cuando están bien asentados nos sentimos felices. El problema que nos impide ser felices, por lo tanto, se encuentra en que para satisfacer o equilibrar uno tendemos a desequilibrar otro. Y la situación se complica mucho más cuando ampliamos la consideración de nuestras creencias con filiaciones políticas, religiosas y familiares. Cambiar las creencias o eliminarlas, cuando lo hacemos desde nuestro análisis mental o mundo de deseos suele ser una solución parcial pero no completa; no evita necesariamente las contradicciones y luchas de valores internos. Como mucho, éstas se disfrazan temporalmente. Pero esto no nos garantiza la felicidad porque nuestro mundo sentimental, nuestro corazón, suele presentarnos carencias o vacíos existenciales que no se llenan completamente con nada que podamos determinar en lo exterior o concretar mentalmente como normas o principios, ya sea morales o ideológicos. Lo que sí es cierto es que la mayor presión en estos, como en el caso de cualquier tipo de fanatismo, puede acallar o esconder esos vacíos temporalmente. Por ello mismo podemos anclarnos en la ilusión de creer que hemos alcanzado la felicidad, especialmente en lo personal. Podemos lograr muchos éxitos profesionales, dinero, posición, imagen, satisfacción de deseos y necesidades biológicas, pero eso no garantiza que se llene nuestro "vacío esencial o existencial" de valores profundos. Ni siquiera una creencia religiosa o una ideología política lo consigue. Y cuando esto ocurre, fácilmente podemos caer en la corrupción o autotraición. No es fácil lograr esa coherencia, esa integridad; pero resulta imposible sin un mínimo de autoconciencia y una metodología adecuada. Tras muchos años de investigación y estudio, ahora me encuentro en condiciones de poner a disposición de las personas que lo deseen ese trabajo de coherencia e integridad en valores profundos, a través de formaciones teórico-prácticas, tanto presenciales como a distancia, y consultas personales. Si te interesa, escríbeme y te propondré un plan personalizado. De esa forma podrás integrar el cuarto pilar, el de la acción, para alcazar el éxito personal, social o profesional que buscas. Cualquier persona que se haya desenvuelto profesionalmente, en el ámbito de la productividad y el logro de objetivos, sabe por experiencia que la motivación y la buena definición de estrategias son la clave del éxito. Para lograrlo es imprescindible a su vez tener conocimiento e "inspiración" o creatividad, junto con una buena capacidad de "dribbling" o negociación. Y para esto último conviene tener un gran entrenamiento emocional que nos permita resistir ante la tentación de los enfados, las culpas y las disculpas. Cuando arrastramos situaciones personales emocionalmente conflictivas, queramos o no, terminan por afectar nuestro trabajo directo y nuestro entorno profesional, reduciendo palpablemente nuestra productividad y la de nuestro equipo. Tales procesos tienden a diagnosticarse como estrés o depresión. Ante ello tendemos a buscar "distractores compensatorios", como el juego, el sexo, la bebida y las comidas, entre otros excesos, especialmente en el caso de los hombres y cada vez más también entre las mujeres ejecutivas. Las otras fórmulas "resolutivas" se encaminan hacia el uso de "antidepresivos" y "estimulantes" químicos o farmacológicos. Pero existen otras alternativas más saludables y eficaces que nos permiten gestionar adecuadamente nuestras emociones maltrechas, evitando que degeneren como procesos patológicos. Para ello necesitamos conocer el lenguaje propio de tales procesos emocionales. En este sentido, remito a mis publicaciones.
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