Quiero empezar este artículo haciendo referencia de que los valores y principios se aprenden, uno le da valor a las personas, relaciones, animales, plantas u objetos en la medida en que uno los aprecie y sean importantes por su contribución en y para nuestra vida.
¿Quién o quiénes son aquellos que nos enseñan los valores? Como miembros de una sociedad o comunidad, nos vemos inmersos en la cultura propia del ambiente en el que nos vamos desarrollando desde niños, y de ahí vamos aprendiendo lo que para esa sociedad es importante. Primeramente interviene el núcleo familiar, es decir, en nuestro proceso de educación, son los padres en primera instancia y luego hermanos, tíos y abuelos los que en la cotidianidad nos van enseñando, a veces, de manera tácita y otras de manera sutil, aquello relevante que se ajusta al esquema de creencias que hace que la familia funcione con cierta armonía o adaptabilidad. Conforme vamos creciendo, aparece otra institución promotora de valores que ayuda a la educación y formación del niño, que es la escuela, que a través del estudio, prácticas, ejercicios y rituales, en el proceso de aprendizaje se va fomentando la responsabilidad, respecto, veracidad, honradez, higiene, lealtad, patriotismo, religiosidad, ecología, etc., y las distintas formas de vivir y practicar cada uno de ellos.
Debo mencionar que la familia y la escuela son las instituciones promotoras de valores con mayor influencia e impacto en la vida de los niños, sin embargo también se añade las instituciones religiosas de todo credo, como otra institución formal para su promoción. Ésta evidentemente, a través de sus dogmas y rituales va asociando los valores con la religiosidad y espiritualidad de sus creyentes, promoviendo el bien, es decir, incitando a los feligreses a modelar conductas, actitudes pensamientos enfocados hacia el bien común, bajo la inspiración y guía de una deidad, cualquiera que sea su concepción de ésta, y para ello se apoya en rituales, cánticos, alabanzas, oraciones, testimonios, lecturas y sermones llenos de significados en los que invita a vivir aquello que es apreciado y sublime.
Otra institución que es promotora de valores es el Gobierno, el cual tiene la función de promover, enseñar, estimular, reconocer, y ejemplificar a su población, aquellas normas o códigos de conducta que generan bienestar y armonía tanto para el individuo como para la sociedad a la cual gobierna, y de ahí que de los valores se derivan las leyes que garantizan la sana convivencia.
Finalmente, y de manera reciente pero con un alto grado de impacto en el individuo, son los Medios de Comunicación, que a través de sus programas de radio, televisión, cine, internet, revistas, crean escenarios, historias y cuentos en las que mediante sus personajes hacen resaltar situaciones en las que salen a colación los valores o antivalores.
Todas estas instancias, al ejercer su papel, desde nuestra infancia van inculcándonos valores al enseñarnos lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto, lo conducente e inconducente, lo aceptable y lo reprobable en el quehacer diario, es decir, los valores se viven en las acciones, no es algo que queda en sueños o buenas intenciones. Estos se reflejan a través de las decisiones que tomamos y en las conductas que llevamos a cabo. De esta manera, desde niños vamos creando nuestro marco de creencias sobre lo que se permite o vale y lo que no.
Por desgracia, en un ambiente de cambio abrupto y acelerado, todas estas instituciones que por muchos años habían sido marcos de referencia para la buena convivencia y armonía social, ahora están inmiscuidas en un proceso de crisis, en las que están siendo cuestionados sus planteamientos estructurales, y aunadas las conductas incongruentes de muchos de sus líderes o representantes en las que se han visto involucrados en actos ilícitos, vergonzosos, como fraudes, engaños, corrupción, infidelidad, abusos de toda índole, descalificación, manipuleo, provocando con ello que la gente pierda credibilidad en las instituciones y en sus líderes, generando entonces en la gente tremenda confusión, decepción y desaliento.
De todas estas instituciones, la FAMILIA, es la institución más prometedora para rescatar los valores en la sociedad. Hablamos de familia igual tradicionales, es decir, padre, madre e hijos, al igual que padres o madres solas (solteros, divorciados o viudos) o familias mixtas, o sea, de segundas o terceras parejas. De cualquier forma, sea como sea que esté integrada el núcleo familiar, los miembros más importantes en la transmisión de valores son los adultos que rodean a los hijos, con su ejemplo cotidiano, con sus ideología, con su guía en áreas como el manejo del dinero y su generación, el uso de tiempo libre, el estilo de comunicación y relación, su grado de afectividad, el nivel de tolerancia y aceptación a personalidades, los patrones de actuación con responsabilidad, sinceridad, respeto, honradez, amabilidad, etc.
Pero insisto, la mujer, y concretamente, la madre de una familia, observa un papel central en la transmisión y vivencia de valores, sin excluir obviamente, al padre ni a las otras instituciones.
Los valores son importantes porque son la esencia que rige nuestra vida. Efectivamente es un sistema de creencias que nos rige nuestra forma de ser, o sea, de pensar, de sentir, y de actuar de una forma determinada. Son tan profundos, que le dan sentido y guía a nuestra existencia y por ende al comportamiento humano. ¡Es la brújula de la vida!
En otras palabras, los valores resaltan lo más excelso de nuestra humanidad, es por ello que son “algo” que vale, en el ámbito más profundo del ser humano, que hace brillar la luz del corazón, pues en aras de vivirlos, éstos hacen que aflore la mejor versión de una persona, de ahí que se convierten de una forma como reglas, directrices o normas de conducta.
La anécdota que contaré a continuación, se repite constantemente, para lo cual inicio con la siguiente pregunta: ¿Qué hace que una madre de un mal ejemplo a sus hijos a través de sus conductas erróneas, que inclusive van en contra de su misma dignidad? Un simple ejemplo puede ser aquella madre que se desentiende de sus hijos, no se involucra en sus mundos, no respeta sus espacios, los maltrata física y verbalmente con lenguaje soez y agresivo, se relaciona con otros hombres a nivel sexual al grado de llevarlos a su propia casa con conocimiento de ellos, los induce a la delincuencia justificándose de sus necesidades, tolera y protege a hijos irresponsables e inclusive drogadictos bajo la premisa de amarles y no poderles desamparar.
Aclaro que las vidas de estas personas me merecen el mayor de los respetos y asumo que lo que hacen es lo mejor que pueden hacer. Sin juzgar a nadie, apelo a la conciencia que es el órgano de los valores, simplemente para darnos cuenta como madres y mujeres, el daño emocional y psicológico que en principio les generamos a los hijos con esas conductas erróneas, que a sabiendas que están mal, seguimos haciéndolo y no nos atrevemos a pedir ayuda u orientación, afectando así nuestro propio respeto y valoración, aspectos fundamentales para nuestra autoestima y dignidad y la de ellos.
Estamos tan inmersos en un mar de confusión, que no sabemos cómo actuar en muchos de los casos, y dejamos que las cosas sigan su marcha sin reflexión alguna, a la vez, que pareciera que estamos imposibilitadas para medir consecuencias, sin embargo en el fondo reconocemos que algo está mal. Hay gente que ante tal caos y desorden, llega al colmo de decir “que es la crisis de valores” para así justificar sus malas decisiones o conductas equivocadas. Desde mi personal perspectiva, ¡No hay crisis de valores! Hay crisis del hombre que valora, es decir, el ser humano que no está orientado ni dispuesto a tomar los valores que lo llevan al bien, como característica fundamental de todos los valores.
Yo como mujer y madre de tres hijos, te invito a que hagas una pausa en tu vida, y te dediques un tiempo a reflexionar sobre tu papel preponderante que tienes como educadora de tus hijos, qué estás haciendo para promover valores con tu ejemplo, qué valores enseñas de manera clara, explícita y auténticamente, qué conductas estás llevando a cabo que reflejen lo más excelso de ti, de lo cual te puedas sentir orgullosa.
Recuerda que la convicción de que somos dignos de felicidad, que merecemos - a pesar de las situaciones-{, éxito, confianza, respeto y amor, vienen de aquello que vivimos en casa que nos hace sentirnos bien con nosotros mismos y con los demás, y mucho se debe a la manera en que la madre se relaciona con sus hijos en su tarea nutridora.
Como dice Nathaniel Branden en su libro “El Poder de la Autoestima”, ‘si en mi interior, no me siento digno de éxito o felicidad, lo más probable es que no los alcance y si lo hago, seguramente no lo disfrutaré’. Esto quiere decir que para llegar a disfrutar lo mucho o poco que tenga como mujer, va a ser mediante el hecho de sentirme digna, valiosa, respetable ante mis propios ojos, y para ello, solamente lo podré lograr en la medida que viva auténticamente los valores que le dan sentido a mi vida, promoviendo el bien hacia mí y a todos los que me rodean y ver con el tiempo a unos hijos bien formados que me hagan sentirme orgullosa por su comportamiento, paz y felicidad. Recuerda que entre más nutrido esté tu interior, más radiante será tu exterior.
¡Mujer, construye y reinventa tu Ser, a través de vivir valores! ¡Pon tus valores en acción
MUJER, RETORNA A TUS VALORES
Norma Alonso
Trainer Internacional ICC
Comentarios