Héctor García, un fotógrafo excepcional, nos deja una obra fuera de serie.
Su fotografía consigue milagros. Logra, sin duda, eternizar instantes. Fija lo mutable. Suspende el movimiento físico para incorporarlo a la memoria, la evocación, la imaginación. Es registro del tiempo ido, a la vez que testimonio de su permanencia. De ahí la primera importancia, enorme de por sí, de este quehacer humano.
Pero la fotografía de este mexicano excepcional nacido en la ciudad de México 1923 es mucho más. Es arte, por supuesto. Su realización implica exquisito dominio técnico y supone una gran sensibilidad, una plena comprensión de la armonía y de los contrastes; un completo entendimiento de la vida humana, sus pasiones, sus aspiraciones, sus emociones, sus mayores profundidades. Y un claro y evidente compromiso social.
Héctor García ejerció la fotografía como oficio pleno durante más de medio siglo. Fue un puntual, oportuno, fiel fotorreportero y maestro en centros de enseñanza universitaria. Sus exposiciones, numerosas dentro del país, aunque tampoco fueron pocas las que montó en el extranjero. Por todos esos méritos, entre muchos otros, su obra ha sido asunto central de varios libros.
Tienen las fotografías de Héctor García una estremecedora combinación de vitalidad y verdad, que captan a su vez las apariencias y alcanzan imágenes bellas, perturbadoras a veces, en ocasiones sobrecogedoras. Y es más aún, mucho más, lo que subsiste debajo de esas apariencias, de esas primeras capas.
Más allá de las luces y las sombras, los claroscuros que todos percibimos, Héctor García miró la vida verdadera, en el momento de vida más plena o más intensa o más calmada. Retrató, así, la vida de mujeres y hombres de carne y hueso. Pero también una perspectiva más amplia: La realidad social, la vida palpable y tangible del pueblo mexicano, lo mismo en escenas de movimientos colectivos o en el registro de escenas cotidianas palaciegas o callejeras. Tal es la vida, parece decirnos Héctor García en cada imagen, siempre con un sentido crítico inseparable de su mirada penetrante.
Hoy lo recuerdo con afecto, al igual a su esposa, mi querida amiga María, a quien ahora le envío un sentido pésame, así como a su apreciable familia, al que se une fraternalmente mi compañero Alejandro. Por cierto, hace unos meses tuvimos el privilegio de entrevistar al maestro García en El sabor del saber, programa que conducimos conjuntamente en TV Mexiquense-Canal 34.
Honrado varias veces con el Premio Nacional de Periodismo y el Premio Nacional de Ciencias y Artes, Héctor García es reconocido también como un artista emérito del país. El entrañable maestro, que nos dejó al despuntar junio, poco antes de cumplir 89 años de edad, ocupa un lugar central en la vida de la cultura del México del siglo XX y también de la nueva centuria. Por eso, su tan merecido homenaje en Bellas Artes que incluye el rescate y digitalización de los cientos de miles de negativos que acumuló en su tan vasta y brillante trayectoria profesional, tal como lo prometió públicamente el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.
Por eso, no damos un adiós definitivo a ese gran hombre y artista, ya que tenemos, vemos y admiramos hoy su luminosa fotografía como mañana podrán hacerlo las nuevas generaciones. Gracias, maestro.
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