Todas las mañanas salgo a la calle y observo, desde las 7 de la mañana la tienda de la esquina está abierta, es una mujer quien la atiende, tendrá unos 60 años, la pollería de al lado abre aún más temprano es de la güera, una mujer de unos 40 años, en la siguiente acera se venden trapos de cocina y objetos de limpieza Mary tiene 72 años y ha llevado su cama a su negocio porque padece fuertes dolores en la espalda, sin embargo, le preocupan sus clientas y por eso no ha dejado de trabajar.
En la acera de enfrente está la ferretería, abre a las 8:00 a.m y es atendida por la "maestra", ella daba clases en una escuela pública pero su padre enfermó y ahora cuida del negocio en donde tiene su tele, un horno de microondas, un sillón y unas frazadas para su pequeña hija que la acompaña a trabajar todos los días.
La recaudería también es de una mujer. Blanca vende aretes, collares y zapatos por catálogo además de despachar kilos de papa, cebollas y plátanos, comienza su jornada las 4:00 en la Central de Abastos y su negocio cierra a las 8 de la noche, tiene un hijo de tres años a quien le hizo un pequeño espacio donde tiene su tele, carritos, juguetes etc.
Todas ellas llegan a casa a recoger, hacer la comida, a compartir tiempo con su pareja e hijos, duermen en promedio 6 horas y trabajan hasta los domingos.
Esta es sólo una calle de las miles que hay en el país, es la realidad de las mujeres que producen y aportan económicamente.
Por Jessica Caballero
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