UNA BIBLIOTECA QUE PERTENECE A TODOS

Desde muy pequeña tuve la fortuna de que mi padre me acercara a los libros y me enseñara su valor intrínseco y su dimensión verdaderamente sagrada. Entre los recuerdos más nítidos que tengo de mi niñez está el de aquella luz que advertía noche a noche desde mi cama, y que alumbraba hasta ya muy tarde la recámara de mis padres y también, de paso, la mía. Esa luz me hacía sentir cobijada y protegida y me traía a la mente la imagen de mi padre absorto frente a un libro, pues yo sabía que se desvelaba leyendo.
Recuerdo que entonces no entendía cómo un hombre que trabajaba de sol a luna, curando y consolando enfermos, ayudando a los amigos, diseminando cariño, sonrisas y alegría, tenía, a esas horas de la noche, tanto ánimo para leer, escribir, estudiar. Cuando llegaba y nos encontraba despiertos acostumbraba platicar con nosotros, conmigo especialmente. Casi siempre me preguntaba: “¿Cómo te fue, hijita?”. Y ahí se iniciaba con una breve conversación que él remataba con otra pregunta: “¿Qué leíste hoy?”.
Los domingos escogíamos entre todos un libro y había lectura familiar. Así, de este modo tan cálido, tan directo, impregnado de amor paternal, inicié mi gusto por la lectura y, en consecuencia, mi inclinación hacia esos bellos objetos llenos de vida que son los libros. Desde muy pequeñita me llamaban la atención las portadas y en infinidad de ocasiones llegué a comprar muchos, muchos libros, solamente por las imágenes, que hacían fluir con verdadera rapidez mi imaginación. Y lo mejor de todo es que la mayoría de las veces mi elección era acertada también en cuanto al contenido.
Lo que quiero decir es que recibí una de las mejores herencias posibles: el amor por los libros. Y debo reconocer que este legado no sólo provino de mi padre, sino también de mis tías, mujeres a las que me he referido una y otra vez, y siempre lo haré –ésta no es una excepción– con renovada emoción y agradecimiento porque ellas también forjaron mi alma, además de que avivaron mis intereses existenciales. Me refiero a las dos hermanas de mi padre: una de ellas pintora y la otra una gran cocinera, quienes me transmitieron la devoción por esas dos nobles actividades, lo que muy probablemente marcó mi destino. Así que en parte gracias a ellas he llegado a conquistar algunos espacios dentro de la plástica, a la vez que me he convertido en una incansable investigadora de nuestros sabores.
En conjunto, esas vivencias de mi infancia me han impulsado hacia el amor por la lectura y el gusto por recorrer librerías de todo tipo y adquirir libros, leerlos, hojearlos, apreciarlos y conservarlos. Y no sólo eso, sino también he desarrollado el interés y deleite de concebirlos y realizarlos. En el intenso peregrinar de mi vida he tenido el privilegio de aportar ya 23 títulos a la gastronomía mexicana y otros en torno a mi quehacer plástico.
Todas estas reflexiones vienen a cuento porque hace unos días me hicieron algunas preguntas sobre mi biblioteca, con un interés particular en indagar cuál planeo que sea su destino cuando yo ya no la requiera. Por supuesto que tengo en mente darle más adelante un fin público a mi colección de libros, aunque todavía no lo defino con exactitud. Pero en principio he pensado crear alguna fundación para administrarla o bien legársela a mi tierra natal, Nuevo León, o quizá albergarla en algún museo, en el que he soñado en tantas ocasiones. Algo similar haré con una colección de manzanas que he ido coleccionando, no por un afán acumulativo, sino porque han sido obsequios de familiares y amistades que han creído en mi trabajo.
De más está decir que comparto la idea de que debemos pensar que nada es para siempre y, por supuesto, necesitamos tener muy presente nuestra finitud. Pero, bueno, antes de que llegue ese momento, les confieso que no puedo dejar de sentir que soy muy privilegiada al contar con una biblioteca nutrida, pues hay infinidad de personas en nuestro país a las que les faltan medios para adquirir libros e, incluso, las herramientas educativas para sacarles el mejor provecho. También estoy consciente de que las limitaciones económicas no necesariamente son un impedimento cuando alguien tiene verdaderos deseos de leer, ya que hay muchas maneras de tener acceso a los libros, ya sea en las bibliotecas públicas, en las librerías de segunda mano –donde se consiguen obras de todo tipo a precios bajos– e incluso por medio de préstamos (bien se dice que es una manera de obtener los libros regalados, en vista de la certeza del dicho que señala: “Es ingenuo aquel que presta un libro, pero más ingenuo el que lo devuelve”...).
En fin, volviendo a mi biblioteca, supongo que la historia de esta colección es muy similar a la de otras porque existe el común denominador del cariño a los libros y también una sed incontenible por ir desentrañando el mundo a través de las letras. Me he interesado en temas tan diversos que han ido conformado atractivas y nutridas colecciones. Como es natural, dada mi actividad creativa, poseo una respetable compilación de obras en torno a la pintura, sobre todo la de nuestro país. Tal interés va aparejado con mi pasión por la cocina, por lo cual en mi biblioteca ocupa un lugar fundamental el apartado destinado al universo gastronómico.
Calculo que poseo unos 50 000 ejemplares, de los cuales alrededor de la quinta parte están clasificados bajo el rubro de las artes plásticas y otros tantos pertenecen a la gastronomía. Por lo que cuentan los conocedores, son ya importantes colecciones bibliográficas en su género, especialmente en el caso de la cocina, porque no solamente abarca nuestros sabores, sino también los del mundo, ya que en mis viajes a otros países he tenido la oportunidad de recorrer, paso a paso, muchos paraísos del sabor.
Entre paréntesis, debo comentar que, en mi opinión, la manera de homenajear las delicias gastronómicas de otras culturas es preparar esos platillos o, mejor aún, transformarlos para llegar a nuevas propuestas.
Algunos temas presentes también en este espacio bibliográfico de mi hogar, que considero mágico, son la literatura, la poesía, la historia y otras expresiones de la cultura nacional e internacional.
En fin, una biblioteca que valoro por cada uno de sus integrantes como si fueran seres vivientes, pues en su conjunto representan toda una humanidad llena de luz, sabiduría y desbordante felicidad.

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