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México recibió de nueva cuenta una visita papal, aunque este primer viaje de Benedicto XVI a nuestro país, en comparación con los que realizó Juan Pablo II, ocurrió en un contexto social más complicado y difícil dentro y fuera de la Iglesia católica.
Si bien la llegada de Joseph Ratzinger generó grandes movilizaciones de apoyo y júbilo popular, que incluso rebasaron las expectativas de los propios organizadores de esta visita, las condiciones prevalecientes no son precisamente favorables.
El país atraviesa por una situación muy grave en lo que respecta a la inseguridad pública, y suman ya 60,000 los muertos derivados de la guerra contra el crimen organizado y los enfrentamientos entre las bandas criminales. A esta realidad se suma la pobreza creciente y otros rezagos sociales que no se han logrado abatir.
Por lo que se refiere a la problemática de la Iglesia católica en México, no pueden soslayarse las denuncias por pederastia, en particular el lamentable caso de Marcial Maciel. Muestra de ello es el libro que fue presentado justo durante la visita papal y en la misma ciudad que recibió a Ratzinger. Se trata de La voluntad de no saber, cuyos autores son Alberto Athié, José Barba y Fernando M. González, en el que se documenta la imputación de que el Vaticano sabía de los hechos de pederastia del fundador de los Legionarios de Cristo y trató de ocultarlos o ignorarlos, como señala el propio subtítulo del libro: “lo que sí se conocía sobre Maciel en los archivos secretos del Vaticano desde 1994”.
Sin tocar directamente ese espinoso tema, Benedicto XVI incluyó como uno de los ejes esenciales de su pastoral en México el cuidado hacia los niños, su desarrollo y protección. Al dirigirse a cientos de pequeños reunidos en la Plaza de la Paz de la ciudad de Guanajuato, les dijo que “no están solos” y que “ocupan un lugar muy importante en su corazón”. A la vez, recibió a varios familiares de las víctimas de la violencia e hizo a un llamado general para evitar la deshumanización y la pérdida de valores en la sociedad mexicana.
Conviene también tener presente su posición sobre el laicismo, que de ninguna manera rechaza, pues se dice defensor de la libertad de creencias, de tal manera que expresó su respeto hacia todas las demás religiones.
Desde mi punto de vista hubo otro momento sobresaliente cuando el arzobispo José Guadalupe Martín Rábago dio la bienvenida al papa antes de que iniciara la misa dominical celebrada en el Parque Bicentenario de Silao, con una asistencia de casi medio millón de fieles. Ahí el arzobispo de León pronunció un mensaje crítico y sin concesiones tanto para el gobierno actual como para los grandes partidos políticos.
La visita papal no estuvo exenta de críticas, como aquella que cuestionó que solo se acudiera en esta ocasión a la región del Bajío, quizá por las diferencias con el cardenal Norberto Rivera Carrera. O los señalamientos de que la presencia de Ratzinger se inclinó a favor de grupos poderosos, de signo más ortodoxo y conservador.
También hubo quien consideró que esta visita papal refuerza el voto católico a favor del Partido Acción Nacional. Sin embargo, los candidatos a la presidencia por parte del otros partidos no lo asumieron en esos términos e incluso asistieron a la misa celebrada en Silao.
De cualquier forma, se trata de una presencia que influye e influirá en la visión de millones de mexicanas y mexicanos que profesan la religión católica y que quizá estén dispuestos a atender el llamado del papa, quien les pidió mayor congruencia, valentía y decisión, tanto en la vida privada como en el ámbito público.
En todo caso, fue un mensaje maduro y ponderado el del Benedicto XVI, en el contexto de una gira exitosa, si consideramos que no se presentaron problemas o incidentes graves. Una visita en el lugar y tiempo correctos, que no desmereció con respecto a los varios viajes que hizo a México Juan Pablo II.
Pero ya veremos otras implicaciones y consecuencias de este viaje que puedan conocerse en los en los meses subsecuentes, de modo relevante en las elecciones del próximo primero de julio.

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