Todos nos hemos sentido tristes alguna o muchas veces a lo largo de la vida. Desde que somos pequeños conocemos la tristeza cuando no tenemos acceso al juguete que deseamos, cuando los Reyes Mayos no nos traen lo que pedimos, cuando mamá se va y nos deja en el kínder…en fin, que es un sentimiento normal en el ser humano y que le permite entender la alegría, a través de experimentar el contraste.
A veces la tristeza es más profunda. Pensemos en la pérdida de un ser querido, en una ruptura matrimonial, en la partida de un hijo que emprende el vuelo para hacer su propia vida, cuando se extravía un objeto con enorme valor estimativo, o en un trabajo del que nos han despedido y que nos apasionaba o representa el sostén económico de la familia; ese tipo de tristeza no se va tan rápidamente como la que nos inspira una buena película dramática, no, esta tristeza necesita viajar por un camino de duelo y tendrá muchas transformaciones antes de desaparecer.
El duelo significa incredulidad, enojo, tristeza, nostalgia y resignación. ¿Cuánto dura? No hay reglas que lo determinen; cada persona es diferente y, por lo tanto, sus procesos también lo son. Aun así, los especialistas en tanatología establecen que el periodo oscila entre los tres meses y los dos años, dependiendo del tipo de pérdida. También es importante mencionar que hombres y mujeres lo vivimos de manera distinta, lo que no quiere decir que para unos exista y para otros no, simplemente se reacciona de múltiples formas frente a la adversidad.
Es frecuente que a nuestra tristeza le llamemos depresión, lo que ha ocasionado que demos un sentido erróneo al término y que creamos que si nos sentimos deprimidos con “echarle ganas” o con dejar que el tiempo transcurra, bastará para regresar a la normalidad. Esto no es así. La depresión es una alteración en el estado de nuestra salud mental. Para la depresión no se requiere de un motivo, simplemente llega. Puede haber factores hereditarios, pero tampoco es una norma.
Generalmente se manifiesta a través de períodos prolongados de decaimiento; sin embargo, los estudios realizados al respecto reflejan que pueden presentarse múltiples síntomas que tocan los extremos; por ejemplo, un desgano absoluto que impide levantarse contra una “sobreactividad” para no pensar en sí mismo, con un pronunciado rechazo a acercarse a cualquier alternativa que implique introspección, como la terapia, la meditación o el yoga.
Otro síntoma es la ausencia de apetito, a tal extremo que pudiera caerse en trastornos de la conducta alimentaria, como la anorexia; o una ingesta compulsiva a lo largo de todo el día. Uno más podría ser el llanto continuo, sin explicación alguna, o una agresividad exacerbada, acompañada de pensamientos fatalistas. También suele llegar sentimiento de culpabilidad o de desesperanza que hace sentirse inútil, vacío y con ganas de acabar con la propia vida. En ocasiones, se presenta un sueño incontrolable, mientras que otras personas viven episodios prolongados de insomnio.
Si percibes en ti cualquiera de estos síntomas por más de dos semanas, o bien, parecen disminuir para después llegar, incluso con mayor fuerza, lo que te hace sentirte desanimado, desconcentrado, cansado o ansioso, es necesario que acudas a un médico para que te apoye, así como lo harías si te duele el estómago fuertemente, si te fracturas un hueso o cuando enfermas de un riñón. La salud mental es tan importante como la salud física y emocional. El tratamiento a través de fármacos especializados y/o psicoterapia, puede ser la diferencia entre la vida y la muerte. No lo dejes para después, tú eres lo más valioso de tu vida.
Si no estás seguro de lo que ocurre, acude con un especialista.
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