¿TRISTEZA, NOSTALGIA O MELANCOLÍA?

¿TRISTEZA, NOSTALGIA O MELANCOLÍA?

La vida está hecha de momentos gozosos y tristes; algunos superficiales y otros definitivamente trascendentales. Sería difícil concebir la existencia sin los contrastes.

Cada evento personal o social representa un estímulo que puede movernos hacia un estado de ánimo u otro, ¿recuerdas cinco o más eventos que te hayan marcado por lo satisfactorio que fueron? Haz una lista de ellos. Intenta, ahora, recordar cinco o más eventos tristes que también te hayan dejado huella y agrégalos en otra columna. ¿Cuáles recordaste con mayor facilidad? Espero que respondas que los eventos felices llegaron con mayor rapidez a tu mente, desafortunadamente, la mayoría de las veces, no es así.

Roberto Malinow explica esta tendencia a partir de la segregación en el cerebro de una sustancia llamada Noradrenalina. Cuando se está ante una situación tensa, esta hormona ejerce efecto sobre un receptor, el GluR1, responsable de la sensibilidad química de las neuronas y la fortaleza de sus conexiones. Por ello un recuerdo triste o desagradable se “tatúa” en la mente.

Es recomendable, entonces, jerarquizar estas experiencias. Una categoría de lo desagradable es lo triste, porque nos enfrenta a situaciones indeseables, nos confronta con una realidad que no podemos cambiar, pero, finalmente…pasa.

Hay situaciones felices que concluyen, y que no quisiéramos dejar ir, pero, también pasan.

Cuando nuestra actitud se deja llevar por lo que estuvo alguna vez como parte de nosotros y se ha ido, sentimos añoranza, nostalgia. Por ejemplo, cuando hemos abandonado nuestra patria para vivir en cualquier lugar del extranjero; cuando nuestros hijos han crecido y ya no podemos llevarlos al circo, a la feria o vestirlos con su disfraz favorito; cuando la pareja ya no está más y viajamos en el tiempo hacia el instante de aquel encuentro maravilloso o cuando compramos esa linda casa. Todos sentimos nostalgia alguna vez, aunque esto se vuelve recurrente con los años; sin embargo, no pasará de ser un recuerdo que nos quiere “jalar” eventualmente al pasado y que se disolverá con nuestros planes actuales, con nuestros intereses presentes.

¿Qué sucede entonces si esos intereses presentes no existen? Eso sí es preocupante porque la nostalgia se torna en melancolía, que los griegos llamaban “la bilis negra”, y que constituye la antesala de la depresión. La melancolía traspasa los límites de la nostalgia y nos encoge el estómago ante la imposibilidad de regresar al pasado, nos forma un nudo en la garganta y nos hace creer y sentir que todo lo pasado es mejor que lo presente. Nos arrebata las ilusiones y la energía para seguirnos sintiendo vivos.  ¿Recuerdas las canciones de “Penélope” o la de “En el muelle de San Blas”? Son retratos fieles de lo que ocurre con la melancolía.

Somos responsables de construir, día con día, vivencias edificantes, sin importar dónde estemos, qué edad tengamos, a qué nos dediquemos o con quién vivamos. El proyecto de vida debe continuar hasta que se haya ido el último soplo de aliento.

Vivir intensamente es una excelente idea, pero no olvidemos que cada experiencia, por grata que resulte, concluirá; y no es justo para nosotros mismos, que nublemos el brillo de lo vivido con el anhelo incesante de repetirlo, porque aunque pudiéramos regresar a ese momento y con las mismas personas, la experiencia no sería igual.

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