Aunque sé de algunos que justifican la corrupción cómo forma de desarrollo social y hasta cómo mecánica de distribución de la riqueza, nunca he conocido a nadie que se ostente o se enorgullezca de ser ruin, corrupto, malnacido, hipócrita o lambiscón. Presupongo que hasta el más vil de los individuos construye una justificación para sus crímenes que le permite dormir.
Sólo puedo imaginar que esa fue la causa expuesta por el gobernador de Nuevo León, cuándo explicó que los sicarios del Casino Royale no pretendían dañar a nadie sino dar un escarmiento que se salió de control. En un contexto normal en un país "normal" una declaración igual no podría más que ser causa de renuncia. Pero en México no es así, no fue así. A nadie sorprende que el cargo que ostenta como parte de la "institucionalidad" que defendemos atraviesa por una profunda crisis, no sólo de seguridad, sino de valores, y Larrazabal no es excusa, para algo existe, gobernador.
Hasta en las organizaciones criminales existe un código de comportamiento hacia sus miembros que les permite coexistir y operar para conseguir un objetivo. Pero ni en las formaciones colectivas animales las reglas de convivencia pueden ser alteradas sin consecuencias adversas para el infractor, a menos que estemos viviendo condiciones prerrevolucionarias, en la cual era común que la violencia delincuencial fuese en signo de la necesidad de cambio.
Tal vez una de las características humanas ha sido, en el tiempo y en toda sociedad, la necesidad de transformar sus valores en búsqueda de la justicia y el bien común, pero en el caso del México actual sólo se ve confusión y violencia irracional en torno de los negocios de la canallada sin más ideología que el enriquecimiento a costa del inmenso, eterno, profundo dolor ajeno.
Si del desorden nace un orden nuevo superior, ¿hacia dónde va México como nación desintegrada? ¿Qué causó una descomposición social tan profunda y enorme como la que hoy vemos en el norte productivo e industrial? Hace apenas una década el norte, con un orgullo y hasta con tintes separatistas, reclamaba sostener el atraso general del centro y el sur del país, ¿qué pasó?
Hasta hace poco las zonas afectadas por la violencia, particularmente Tamaulipas, Nuevo León, Coahuila, Durango y Chihuahua, vivieron momentos de auge por la expansión industrial y comercial en función del Tratado de Libre Comercio (TLCAN), que se basaron en la maquila que necesariamente atrajo a la migración del sur. Sin embargo, su violencia no fue resultado de una invasión, sino un mal que nació de la exacerbación del regionalismo interno. Es por ello que parte de su reclamo sea la intervención federal ante la desnudez que les causa la crisis de su propio modelo, que hoy ha caído en pedazos y se llena no sólo de violencia, sino de reclamos mutuos sobre la responsabilidad de la situación que hoy enfrentan.
El ataque al Casino Royale de Monterrey cimbra a la sociedad neoleonesa porque la exhibe en su conjunto. Tras el incendió, los vínculos entre autoridades y propietarios sin rostro se esparcieron como cenizas que evidenciaron el contubernio. Corruptelas gubernamentales a nivel federal, estatal y municipal y permisividad administrativa y policial, conocidas pero no denunciadas por los grandes magnates, que no hace mucho se ostentaban como fuentes del cuerno de la abundancia: funcionamientos ilegales, descomposición social, desorganización, contradicciones, falta de gobernabilidad, oportunismos políticos, dramatismo laboral y complicidades, todas ellas aceptadas por el silencio y la inexplicable pasividad de los más poderosos grupos empresariales que prefirieron callar, ¿pero lo que ocurre en Nuevo León, sólo ocurre ahí?
La magnitud de la violencia se ha convertido en surrealismo: ¿cómo explicar la justificación de un crimen tan atroz? ¿Cómo un gobernador se atreve a eximir ante sus gobernados a los autores de tanta, pero tanta maldad, alegando aclaraciones atenuantes en favor de los criminales. ¿52 asesinados, sólo por cobrar un "derecho de piso"? ¿Error de cálculo?
¿O es que recibió orden superior para desacreditar que ese acto criminal —que provocó que la nación entrara en tres días de luto— fuese terrorismo? No es fácil explicar que esa declaración —tan absurda e inepta—sólo pudiera ser resultado de acatar la línea establecida por una autoridad central, que obviamente tiene que convencer a sus gobernados "que no hay nada que temer, que todo está bajo control, que VAN ganando".
Pero peor que la violencia son las mentiras. La información satura hasta el rechazo por lo tendencioso y repetitivo hasta anular la credibilidad. En el fondo se ha ido creando un ánimo donde nadie es inocente y todos son responsables.
México no puede caminar mientras no enfrente su propia crisis de valores y no logre decidir emprender cambios. El conservadurismo de lo que fue la anterior comunidad, impide ver hacia un nuevo ciclo y el miedo pareciera estar hecho deliberadamente para promover más conservadurismo e inmovilismo social.
Todos estamos asustados, sin duda, pero lo peor es paralizarnos. Lo primero es reconocer la crisis general y aceptar que en el fondo todos somos responsables de lo que está sucediendo. Aunque hoy menos que nunca podemos regocijarnos de las derrotas ajenas.
Junto con Nuevo León el país está en una severa crisis. Más allá de lo profundo del pozo en el que nos encontramos, está también la oportunidad de iniciar con nuevos juicios, la reconstrucción de México.
No podemos seguir pensando que la solución vendrá de la clase política, que sin importar los colores con los que se presentan, no tiene interés en alterar los poderes fácticos previamente establecidos —aunque pretendan hacernos creer lo contrario. Pero, por otro lado, ¿hasta dónde y por cuánto tiempo más continuaremos pensando que los grandes magnates que hasta hace poco representaban la dignidad de la sociedad neoleonesa, eran desconocedores de los acontecimientos, que —en el mejor de los casos— y por beneficio personal prefirieron callar?
Lo que sucede en Nuevo León es la más triste muestra de lo que sucede en el país. El orgullo de su población se ha venido abajo para darse cuenta de que no son un estado que debería estar anexado al vecino del norte; son un estado de ésta República que, al igual de tantos estados, está corrompido —es decir, putrefacto— por las arraigadas prácticas corruptas, mezquinas, atroces y viles tan comunes en muchos estados de nuestro país, y de las que siempre trató de diferenciarse Nuevo León.
Pero dicen nuestros paisanos que aquí los del centro nos vamos acercando, y que el país estará perdido cuándo los bloqueos de los grupos criminales dejen de ocupar los espacios de noticias regionales y pasen a relatar el número de colgados y descabezados.
Verán: en toda guerra hay un vencedor y un perdedor. Pese al inaceptable número de víctimas y de desaparecidos, pese a lo que nuestro Presidente ha tenido a bien llamar "víctimas colaterales", no cabe duda de que quienes seguimos obsesionados por nuestra naturaleza de ganarnos el respeto de la comunidad, sólo podemos agachar la cabeza antes que confesar que nada de lo que presenta quien es responsable de la seguridad nos garantiza un mejor futuro, por lo menos los próximos años.
Dejo entonces abierta la pregunta: ¿Cómo reaccionará nuestra sociedad si alguna de las exclusivas escuelas a las que asisten los hijos de los principales líderes económicos y políticos del país fuera atacada? ¿Por qué esperar para conformar un bloque común que delate la corrupción, el contubernio, lo obvio, lo "natural" en esta nuestra sociedad perdida? ¿Quién desearía estar en los zapatos de Javier Sicilia, Martí, la señora Wallace o María Elena Morera? ¿Será que para responder y entender la importancia de la unidad es necesario atravesar por una situación tan desgarradora y mortal cómo la que pasaron ellos? ¿Habrán perdido la esperanza, o el mercantilismo ha apagado su activismo para pasar a ser una estrella más del canal de las estrellas?
Comentarios