¿TIENES RELACIONES FUNCIONALES CON TUS HIJOS?

Formar parte de una familia funcional es ya una utopía. Se consideraba que una familia era disfuncional si los padres estaban divorciados, si se había tenido hijos fuera de matrimonio, si dos personas divorciadas decidían constituir una nueva familia y llegaban con los hijos del matrimonio anterior, en fin…toda suerte de circunstancias que afectaban la idea de la familia ideal.

Tener una relación funcional no significa establecer una relación perfecta, porque ésa no existe.  Las diferencias surgen de manera natural, al tratarse de seres humanos diversos que conviven bajo un mismo techo, pero lo que sí se puede lograr es un ambiente armónico, siempre y cuando quien sea responsable de la educación de los hijos, haga su tarea con conciencia.

¿Educas con conciencia a tus hijos?, ¿Cómo saberlo? Es necesario realizar una revisión de los motivos que, día a día, te llevan a tomar ciertas decisiones en cuanto a la educación de los niños. Seguramente has escuchado decir que no se estudia para ser padre, lo que significaría aprender por ensayo y error, pero ya tienes la historia que viviste como hijo y, aunque no haya sido de tu agrado, tiendes a copiar los patrones interiorizados o, en su defecto, a desarrollar conductas radicalmente opuestas, que también suelen ser perjudiciales. Por eso es recomendable, en primera instancia, hacer un autoanálisis que permita detectar esos vicios ocultos que sigues reproduciendo con tus hijos: el “cállate”, “no me importa lo que tengas que decir”, “lo haces porque soy tu madre”; o no menos grave, el golpe que se lanza ante la mínima provocación, los castigos que no guardan relación alguna con la falta, las promesas no cumplidas…son algunas de las cosas que pudieron haber ocurrido en tu seno familiar y hoy las repites con tus hijos.

En un segundo momento reflexiona si existe alguna disonancia cognitiva en casa. Leon Festinger, psicólogo social, habló de la necesidad que existe en el ser humano de hacer consistentes sus pensamientos, con sus emociones, su discurso y sus actos. ¿Has detectado en tu hogar esta falta de consistencia? ¿Piensas una cosa, sientes otra, dices otra y actúas de una manera absolutamente ilógica? El gran problema aquí es el autoengaño, de tal forma que puedes estar pensando que si te comportaste mal con otras personas es porque fuiste provocado, o si llegas alcoholizado a casa, afirmas que solo fueron dos copas, y lo peor es que lo crees. No hay nada que confunda más a tus hijos que observarte como una persona cuando hablas y como otra cuando actúas.

Otro problema es la doble moral. ¿Aplicas criterios distintos cuando juzgas una conducta en tus hijos, y otro criterio cuando la observas en ti? Esto también genera disfuncionalidad en la relación con los hijos, porque los valores deben de ser principios universales que apliquen en cualquier situación, entonces ¿si tú mientes es tan reprobable como que tus hijos lo hagan?

Bien dicen que la palabra persuade, pero el ejemplo arrastra. La educación implica, por supuesto, poner límites, enseñar a los hijos a afrontar las consecuencias de sus actos, tener firmeza en las decisiones que se toman, restringir sus libertades cuando aún no tienen la madurez para prever un peligro; pero también tatuar en ellos un esquema de valores que los guíe a lo largo de su vida, escucharlos cuando expresan su pensar y su sentir, ser empáticos con lo que ellos van viviendo, de acuerdo con su edad; hacerlos sentirse amados y darles el mejor ejemplo que sea posible para que tengan figuras referentes a quien seguir.

Si tienes una relación de amor con tus hijos, si saben divertirse juntos, si actúan como un equipo ante las contingencias, si son solidarios entre padres, hijos y hermanos; si se acercan a ti buscando un consejo, entonces, no te preocupes; a pesar de las diferencias, tienes relaciones funcionales con tus hijos.

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