La recurrencia de hechos violentos en Estados Unidos nos confirma sobre todo el ánimo bélico y armamentista que prevalece en grandes sectores de su población.
Infinidad niños y jóvenes estadounidenses no sólo crecen en ese ambiente social, sino que además tienen a su alcance todo tipo de armas, incluso dentro de sus propios hogares. En tanto, los adultos las usan en una serie de actividades casi sin límite, en una –a mi parecer– malentendida libertad.
La estadounidense es una sociedad permisiva para la adquisición de pistolas, rifles y todo tipo de armas, con variedades inimaginables, que ha facilitado y, muy probablemente, propiciado asesinatos colectivos con una frecuencia espeluznante. Las estadísticas de ese país señalan que día a día sin excepción se cometen crímenes de este tipo en la vía pública y a plena luz del día.
A principios de este diciembre tocó su turno fatal al condado de Bernardino, California, situado al este de Los Ángeles, con el agravante adicional de que constituyó un acto que las propias autoridades, e incluso el FBI, califican de posible terrorismo, ya que fue provocado y ejecutado por una pareja de jóvenes, al parecer simpatizantes del Estado Islámico (conocido como ISIS, Islamic State of Iraq and Syria). La primera versión que se dio a conocer en los medios de comunicación aventuró la teoría de que todo había sido obra espontánea de un individuo enfurecido por un problema de carácter laboral. Hoy se tiende a creer –aunque aún hay muchos cabos sueltos e información por indagar y corroborar– que se trató de un atentado promovido por un grupúsculo con evidente premeditación y puntual planeación.
Sabemos ya que los autores fueron dos jóvenes integrantes de un matrimonio (ella de 27 años, él de 28), a quienes el FBI, en investigaciones realizadas después de la masacre, les adjudica contactos sospechosos. Se dice que la paquistaní Tashfeen Malik hizo un juramento en redes sociales donde juraba lealtad al líder del Estado Islámico, mientras que él, Syed Rizwan Farook, ciudadano estadounidense hijo de paquistaníes residentes en Estados Unidos desde la década de los setenta, tenía también inclinaciones conservadoras y simpatía por ISIS. Él se desempeñaba como inspector sanitario del gobierno del condado de San Bernardino. Uno de los datos sorprendentes que se han conocido después de la matanza es que el matrimonio tenía una niña de seis meses, a quien dejaron con la madre de él antes de acudir tranquilamente a asesinar a un grupo de inocentes en el Centro Regional Inland para personas discapacitadas. El saldo es terrible: 14 muertos y 21 heridos. Entre las víctimas mortales estuvo un hombre de origen mexicano, Juan Carlos Espinosa de Santiago, sonorense que emigró a tierras estadounidenses cuando tenía 20 años.
Ante esta tragedia, el presidente estadounidense Barack Obama ha clamado una vez más por la regulación de la compra-venta de armas y un control estricto de su uso sin que hasta el momento los legisladores hayan tomado alguna posición y mucho menos se animen a emitir una ley más restrictiva al respecto.
Ya son muchas pruebas de que el terrorismo ha avanzado y tiene redes criminales en varios poderosos países. Redes nutridas por mujeres y hombres sumidos en el fanatismo y la violencia contra los que consideran enemigos de su religión, cultura y creencias.
Lo cierto es que sólo con la unidad de la comunidad internacional y una visión integral será posible amainar estos atentados, y luego, con el tiempo, estar en condiciones de aniquilar a estos grupos de extremistas que parecen multiplicarse con su cruenta, absurda y demencial presencia.
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