No es raro que, en una época como en la que vives y con el ritmo al que te mueves diariamente, sientas estrés; sin embargo, cuando esto se vuelve, prácticamente, tu estado cotidiano, es altamente peligroso.
El estrés te manda señales a través del cuerpo; a veces casi imperceptibles, como un “tic” en el párpado, que te dura algunas horas; a veces, un poco más fuerte, como un dolor de cabeza que está presente varios días, o un dolor en la boca del estómago, que no cede; una molestia en la espalda o en el cuello que no se quita…en fin, son múltiples las maneras en las que el organismo avisa que algo no está bien.
Generalmente, los síntomas físicos se acompañan de una sensación de ansiedad o de intolerancia frente a todo y frente a todos; tienes “la mecha muy corta”, como suele llamársele a esa explosión agresiva, súbita y exacerbada, que te hace olvidar que algún día tuviste inteligencia emocional. Quieres cumplir con todo, tener tiempo para la familia, la pareja, la casa, el trabajo y mucho más, lo que, regularmente, te excluye; por ejemplo, no hay tiempo para relajarte con un baño caliente, irte a correr un rato, ver una película divertida, meditar por las noches o tomar café con tus amistades.
Si ignoras lo que está ocurriendo, entonces el cuerpo subirá el tono de los avisos. Conozco personas que, aparentemente sin motivo, sufren parálisis facial, a otras, se les desencadena el vitiligo; o les llega repentinamente un infarto…y desafortunadamente, algunos de estos eventos no tienen solución. La peor consecuencia: la muerte. Conocí el caso de una mujer que hace años, trabajaba como directiva en el Banco de Comercio Exterior y padecía de adicción al trabajo. No podía olvidar sus pendientes llegando a casa, así que, por las noches, se sentaba frente a la computadora a continuar trabajando. Una noche sintió un fuerte dolor de cabeza, que se agudizó conforme las horas pasaban; llamó a su hija cuando el dolor creció más y, de pronto, ya no podía articular palabra, se dio cuenta de que su cuerpo se paralizaba y se encontró tan confundida, que ya no supo más de ella. Fue un accidente cerebrovascular que le hizo perder parte del cerebro y, desafortunadamente, quedó muy limitada en sus funciones, sin memoria de corto plazo y con problemas motores severos.
También hay consecuencias emocionales, como la depresión profunda, que lleva a intentos de suicidio; ansiedad, neurosis y muchos efectos más, que significan un precio muy alto por no detenernos a tiempo.
No te arriesgues a que tu salud se vea afectada permanentemente. La clave es: la gestión de tu tiempo.
Es importante que establezcas prioridades, que decidas qué compromisos puedes adquirir y para cuáles ya no te da la vida. Sabemos que el trabajo es esencial para satisfacer nuestras necesidades, pero, recuerda lo que dice el Dalai Lama: “No entiendo al hombre; pierde su salud para ganar dinero, después pierde dinero para recuperar su salud y por pensar ansiosamente en el futuro, no disfruta el presente; por lo que no vive, ni el presente, ni el futuro y vive como si no tuviese que morir nunca…y muere como si nunca hubiera vivido”. No entres a ese círculo vicioso; cuida tu salud con una alimentación saludable y un poco de ejercicio; diviértete y descansa lo suficiente. Aprende a decir que no y dosifica tu estrés para que no se adueñe de ti.
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