Cuando lo que pensamos, sentimos, decimos y hacemos está alineado y en armonía estamos siendo congruentes. Una persona congruente es aquella que vive según sus valores. Una persona incongruente es, básicamente, aquella que se contradice en acciones y pensamientos.
La congruencia ante uno mismo y ante los demás nos habla de una persona que se acepta, que reconoce sus valores, ética, creencias y cualquier tipo de gustos o preferencias como parte de su persona actuando como tal, sin ponerlas en cuestionamiento de otros. Una persona congruente sabe que la aceptación se da después de ese conocimiento y aceptación de sí mismo.
No es fácil ser congruente, es un trabajo arduo, un constante autoconocimiento de quienes realmente somos. El decidir tener ese conocimiento y aceptación de uno mismo, ser responsable de lo que digo o hago, no es un trabajo para una noche de reflexión. Es sin duda un trabajo diario, un estilo de vida.
Ahora mismo viene a mi memoria algo que sucedió cuando estaba haciendo mi carrera universitaria. En una ocasión un compañero de promoción llegó a herirme mucho. Por un momento él generó conciencia de mi estado emocional y me pidió disculpas diciendo: «Lo siento, no fue mi intención hacerte daño». Hoy, analizando ese evento de mi vida en retrospectiva, me doy cuenta de que esa persona sí tenía una clara intención de hacerme daño. Otra cosa es que esa intención fuera consciente. Muchas cosas que hacemos trascienden de nuestro plano consciente y, cuando generamos plena conciencia de ese hecho, es cuando aceptamos. Es cuando realmente perdonamos. Pero vayamos un poco más allá analizando una de las leyes que rigen nuestra mente subconsciente: Para el subconsciente todo es uno, todo es yo. Esto se traduce en algo muy concreto: la proyección que hacemos sobre los demás, es la proyección de nuestras necesidades, de nuestras carencias. Ahora mismo (en este instante) tengo plena conciencia que cuando viví esa experiencia y me sentí indignado, avasallado y herido, estaba proyectando en esa persona mis propios demonios, mis propias carencias.
Lo que trato de poner de manifiesto a través de esta historia que viví hace ya más de 26 años, es que para solucionar cualquier problema, primero hay que concienciarse e interrogarse, de ahí es de donde parte la importancia de ser congruentes.
Si tienes una relación esporádica y superficial con una persona, ésta sólo va a identificar congruencia o falta de congruencia entre lo que dices y lo que haces (eso es lo que se conoce con el nombre de honestidad). Ahora bien, sólo eso basta para construir o destruir la imagen de marca que como persona proyectas ante terceros.
¿Qué sucede con las personas allegadas a ti, tales como familiares, amigos y personas con las que te relacionas frecuentemente? Esas personas te conocen lo suficiente como para «olfatear» con gran precisión lo que piensas y sientes y, por ello, son capaces de escanear los cuatro elementos de tu cadena lógica.
Otras veces solemos pensar que si expresamos lo que pensamos y sentimos, seremos mal vistos y censurados a nivel social; pero, ¿qué pasa ahí dentro cuando rompes la congruencia entre lo que piensas, sientes y dices? Sucede algo muy concreto: dejas de ser congruente y por ello minas definitivamente tu autoestima. Te traicionas a ti mismo. Si conviertes esta pauta en tu modus operandi terminarás aislándote de los demás y de ti mismo. Buscar la aprobación de los demás rompiendo la congruencia entre lo que piensas y dices, no es la mejor opción. Se convierte en un problema serio si sientes que la aprobación generalizada de los demás, es el oxígeno que necesitas para respirar. Uno tiene que mostrar su autenticidad diciendo lo que piensa; por ello olvídate del término «ser políticamente correcto» y sé tú mismo.
Alguien llegó a decir: «Te exigen sinceridad, pero se ofenden si dices lo que piensas y sientes. Entonces, ¿te ofendo por sinceridad o te miento por educación». Es evidente que si manejas la mentira te ofendes a ti mismo; por ello, maneja siempre la sinceridad y que sean los resultados los que hablen por sí solos.
Es imposible a todas luces que te acepten los demás si tú no te aceptas. No te das cuenta, pero las personas de tu entorno saben perfectamente que en el proceso de búsqueda de aceptación por parte de ellas, estás pisoteando tu congruencia: no estás diciendo lo que piensas y sientes. Si formas parte de este tipo de personas y apuestas por salir del círculo vicioso de decir lo que los demás quieren oír para ser aceptado, te darás cuenta de que esa «supuesta aceptación», por parte de los demás, terminará convirtiéndose en admiración y respeto hacia ti, por exponer lo que realmente piensas y sientes.
Por ello mi recomendación en este caso es empezar generando congruencia entre lo que piensas-sientes y dices. ¿Por qué? Porque tú, conscientemente, sabes en todo momento identificar congruencia o falta de congruencia entre lo que piensas-sientes y dices. ¿Qué tienes que hacer entonces? Cargarte de energía y hacerlo: expresar lo que piensas y sientes. Si apuestas por esa práctica te darás cuenta que tu reputación como persona se verá reforzada en tiempo real.
Por otra parte, parece razonable pensar que si lo que piensas y sientes no coincide con lo que dices, lo que terminas haciendo no va a coincidir con lo que piensas y sientes, por lo que la incongruencia se acentúa más y más. Permíteme que apunte tres ideas para que las pases por un proceso de reflexión:
ü Tu autoestima es un ingrediente esencial en tu vida. No la destruyas rompiendo la congruencia entre lo que piensas, sientes, dices y haces.
ü Te preocuparías menos de lo que los demás piensan de ti si te dieras cuenta de lo poco que los demás piensan de ti. Olvídate por ello de lo que los demás piensen de ti, lo más probable es que ni siquiera estén pensando en ti. Si sientes eso, comprende que esa percepción de que te están viendo, escrutando y criticando, es un producto de tu imaginación. Son tus miedos e inseguridades los que están creando esa ilusión. Eres tú juzgándote a ti mismo (ya sabes, Don Ego haciendo de las suyas).
ü Las personas más infelices son las que se preocupan demasiado por lo que piensen los demás. Lo que alguien piense de ti rara vez contendrá toda la verdad, lo cual está bien. Si alguien forma una opinión sobre ti, basada en superficialidades, entonces les toca a ellos, no a ti, cambiar esas opiniones basándolas en un punto de vista más objetivo y racional. Deja que ellos se preocupen; eso es, si es que tienen alguna opinión después de todo. En pocas palabras: Las opiniones que otras personas tengan sobre ti es su problema, no el tuyo. Cuanto menos te preocupes por lo que piensen de ti, más fluida se volverá tu vida.
Comentarios