Platicaba hoy con una amiga acerca de la esperanza y el miedo. Jugando a que son las dos caras de una moneda que la mayoría de las veces nos hace sentir que algo nos falta o que estamos a punto de perder algo. Leí en una ocasión que la desesperanza era un sitio donde uno podia descansar. Puede sonar medio macabro. Siempre había entendido a la desesperanza como uno de los peores estados en los que cualquier ser vivo podía caer. Se habla incluso de la desesperanza aprendida, como un estado psicológico que nos puede condenar a renunciar incluso hasta a la vida misma. ¿Pero qué tal que nos atrevemos a ver las cosas al revés? Cuando esperamos algo, es como si algo nos faltara; cuando el miedo nos atrapa es como fueramos a perder algo. La autora de aquel enigmatico libro, proponía que la desesperanza era un estaedo de consciencia donde aceptabamos que todo en la vida va y viene, que no hay nada estable ni seguro y que esa aceptación nos obligaba a buscar ascentarnos dentro de nosotros mismos que en realidad es lo único que permanece. Vivir en la desesperanza, decía ella, es mirar hacia adentro e ir desarrollando compasivamente los recursos necesarios para fluir con lo que viene y va en la vida, acentados y descansando en nuestro interior. Me atrevería a decir que vivir en la desesperanza es vivir desde el corazón, desde el alma, sabiendo y aceptando que la felicidad es una zanahoria baby que a veces alcanzamos pero que al acabarse nos obliga a salir en busca de otra, y otra y otra hasta que comprendemos que al final todo va de nutrir la alegria que surge de nuestro interno, para poder descansar allí y obtener la claridad y el discernimiento de vivir de una manera ética y desde una humanidad mas evolucionada, navegando en el mar de un mundo cada día mas inestable y cambiante.
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