Te quiero contar una anécdota de mis paseos con mi perra, que me hizo reflexionar y aclarar mucho este miedo constante que aparece cuando como parte de mi propuesta se incluye el confiar en tu hambre y dejar de hacer dietas y restrictirte.
Mi perra es una cachorra súper activa y curiosa. Aunque yo tengo un patio grande y está siempre suelta, la sensación que me daba es que ella necesitaba poder correr en lugares abiertos. Hay un parque bastante grande cerca de mi casa y decidí llevarla a correr conmigo. Mis hijas me habían pedido que no la soltara porque no sabía estar sola y se podía perder, o salirse a la calle y que la atropellaran o que la mordiera algún otro perro. Total que la traía yo amarrada y a jalones me fue siguiendo. Una vez que conoció el territorio, me arriesgué a soltarle la correa. Su reacción fue obviamente correr como loca, de un lado a otro, escapar de mí, oler cada árbol, acercarse a cada perro, alejarse, y regresar. Las primeras veces que se quedaba oliendo a un perro o alejándose, mi reacción era ir tras ella, pero me detuve y decidí mejor seguir mi camino y que ella aprendiera a regresar, porque si me veía ir tras ella iba a correr más.
Y así ocurrió, mientras yo corría por el camino, ella exploraba las áreas boscosas y todo lo que había en ellas. De repente se alejaba o se quedaba conociendo sus límites con algún perro, pero continuamente regresaba. Cuando yo misma veía algún peligro, como un perro bastante agresivo y grande que llevaban sin cadena y que ya en otra ocasión la había agredido, entonces le ponía la cadena para poderla alejar y no pasar cerca de él. Ella misma en algunos momentos se me acercaba y mordía su cadena, lo que yo aprendía a leer como que necesitaba sentirse segura y entonces la amarraba y se quedaba muy feliz siguiendo mi paso.
Confirmando mi visión de que “En la comida como en la vida”, hice las siguientes reflexiones:
Cuanto más encadenada (con dietas, órdenes y restricciones) tengamos a nuestra hambre, más ganas va a tener de escapar.
Me pregunté si un perro va amarrado por ser agresivo o si estar amarrado es lo que lo hace agresivo.
Podemos ante ciertos momentos, tentaciones fuertes o estados vulnerables, pedir la protección de alejarnos de cierta comida, hasta que estemos más fuertes y con más herramientas implementadas.
Estar encadenados a dietas y restricciones nos quita la oportunidad de desarrollar defensas, además nos impide reconocer sabores y experiencias que solo ocurren desde la libertad y la confianza.
Te invito a que reflexiones y respondas la siguiente pregunta: ¿Cuántos años ha estado encarcelada tu hambre?
Y cuando lo contestes, imagina qué habilidades ha perdido una persona que lleva en la cárcel o secuestrada o alejada durante ese mismo número de años. Seguramente cuando una persona ha estado privada de su libertad por mucho tiempo, estará en un principio enojado, inseguro, violento, asustado, insaciable, incontrolable, desafiante…. Y si encuentra un buen sentido de vida, todo esto se irá transformando hacia un mejor estado, pero si siente que puede volver a ser atrapado o que vigilan cada paso que da, entonces se incrementarán sus reacciones defensivas y agresivas.
Volviendo al ejemplo de los perros, es interesante observar que cuando están encerrados se vuelven destructivos, rebeldes y agresivos…Necesitan espacio, libertad y sobre todo un lugar seguro a donde volver. Si tú eres un lugar seguro y sabes a dónde vas, tu hambre podrá salirse de control de pronto, alejarse de tus manos, correr, esconderse, pero poco a poco cuando confirme que confías en ella, comenzará a seguirte y a seguirte el paso.
Vale también la pena mencionar que entre más hambrientos estemos, más probable será que nos comamos cualquier cosa, y no solo hablando de comida, si no en la vida.
Recuerdo que en una ocasión iba a una entrevista y pasé caminando por una zona de comida que me causó verdaderas náuseas y malestar porque los olores eran muy desagradables para mí y el lugar se veía muy sucio. En ese momento pensé: “No loca comería yo aquí”. La entrevista duró más de lo que pensé, además de que me tuvieron esperando casi una hora; Cuando venía de regreso tenía tanta hambre, que ya el olor de la comida no me parecía tan desagradable, las náuseas se me quitaron y de no ser porque no traía dinero en ese momento, me hubiera quedado a comer esos tacos que dos horas antes me habían parecido asquerosos.
Cuando estamos hambrientos, nuestra capacidad de selección asertiva se nulifica, comer con atención será casi imposible y muy probablemente comeremos de más.
Ahora que también existe el otro extremo, en donde no haya límites ni responsabilidad. Imagina que sabiendo que tu perro es bravo, lo sueltas en un lugar abierto lleno de personas y de perros, además no te haces responsable de limpiar sus heces y mucho menos de responder si muerde a alguien.
Igualmente, haciendo la analogía con nuestra hambre, requerimos hacernos responsables de ella; asumir las consecuencias de nuestras acciones y decisiones, mostrarle el camino, darle pautas y herramientas.
Comenzar a confiar en nuestra hambre es todo un trabajo que requiere práctica, paciencia, perseverancia, decisión y responsabilidad. Es como cuando alguien está aprendiendo a nadar, comienza en la parte baja de una alberca, con supervisión o de plano sostenido de los brazos de alguien, con salvavidas y poco a poco; No aventamos a un pequeño al mar en su primera experiencia con el agua. De igual modo, es muy probable que nuestros primeros pasos en implementar la forma de comer intuitiva y consciente, requiera de asesoría, guía y contención.
Comer con atención, en un ambiente agradable, lo que nos de bienestar, contactando con el hambre física y hasta quedar satisfechos, (en mi libro “Cuando la comida calla mis sentimientos”, explico cada uno de estos puntos) pueden ser grandes herramientas para ganarnos la confianza de nuestra hambre.
Este sábado te invito al Taller- Meditación "El trayecto del Niño interior hacia la LUZ"
SI QUIERES SABER MÁS DE LOS TALLERES Y CONFERENCIAS QUE IMPARTO TE INVITO A VISITAR: www.adrianaesteva.com
Comentarios