Una emoción es un sentimiento que aparece como reacción ante una situación o como reacción ante un pensamiento. Cuando sentimos y no expresamos lo sentido, nuestro flujo emocional se embota y sufrimos lo que se llama “represión emocional” o “impotencia emocional”. Reprimir las emociones, especialmente si son negativas, hace que se enquisten provocando un estado de continuo malestar. La falta de expresión de las emociones nos aleja de los demás, nos aísla; por tanto, es siempre bueno expresar lo que se siente pero de un modo racional y controlado. Las emociones están ahí, no se pueden desconectar con un interruptor. Lo que podemos hacer es regularlas, controlarlas y modificarlas. Eso es el autocontrol emocional.
No hay emociones malas o buenas, sino negativas (desagradables) o positivas (agradables) de acuerdo a lo que nos provocan cuando las experimentamos.
La mayoría de las personas violentas no tienen conciencia emocional, no perciben, no son capaces de verbalizar o siquiera ponen atención a lo que sienten. Cuando se les pide que digan lo que sienten, les cuesta muchísimo ponerle nombre a la emoción, especialmente si son desagradables o las ubican como las que aprendieron en su rol de “hombres-hombres”: esas que solo sienten las “niñitas, viejas o los debiluchos”.
Su inteligencia emocional es muy limitada. No solo no reconocen sus emociones, tampoco tienen autocontrol emocional y no comprenden lo que sienten las demás personas, es decir, no hay empatía y sus competencias sociales son muy pobres, se limitan a los temas de la vida cotidiana y en los que se sienten fuertes y competentes. ¿De lo que siento? ¡Ni hablar!
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