Cuando hablamos de lo que deberían hacer otras personas frente a situaciones complejas, es sencillo detectar las conductas asertivas que arrojarían una solución pronta y definitiva; pero cuando se trata de nosotros, algo sucede porque la solución se advierte compleja.
Clara tiene tres niños en edad escolar, vende productos de belleza, atiende la casa y ayuda con el cuidado de su mamá, tres veces por semana. Su semana, por lo tanto, está muy ocupada. Hace algunos días me comentaba que su hermana está estudiando un diplomado y que le ha pedido ayuda para cuidar a su bebé, al menos dos días a la semana, para que ella pueda cumplir con sus tareas, por los próximos seis meses.
Clara adora a su sobrino y también ama a su hermana, pero no cree poder con esta nueva responsabilidad que le afectará en su proceso de visita a sus clientas, para atender su casa, para recoger a los niños de la escuela…¿por qué sencillamente no le dice a su hermana “lo siento, pero no puedo”? Ella considera que su hermana se ofendería y amenazaría con no volver a pedirle un favor, además de juzgarla como egoísta o hasta envidiosa porque no soporta la idea de verla superarse.
¿Has estado en una situación similar a la de Clara? ¿Por qué no sabemos decir que no? Esto tiene una relación directa con la incapacidad para establecer límites. Decir que no, es sólo uno de ellos, pero ¿qué hay de la inseguridad que experimentas para decirle a otra persona que te debe tratar con respeto?, o ¿qué te sucede frente al jefe que siempre te pide que te quedes en la empresa después de tu hora de salida?, o ¿qué pasa en una reunión donde el anfitrión insiste en que no te vayas y accedes aunque ya no quieres estar ahí? A todo eso se le conoce como el estilo de comunicación pasiva, que se caracteriza por aceptarlo todo, aunque por dentro te reclames no ser más “fuerte” para expresar tu voluntad.
La comunicación pasiva es tan dañina, como su extremo opuesto, la comunicación agresiva; porque en ambos casos no se tiene una estrategia en la que te respetes a ti mismo y te hagas respetar.
En el punto de equilibrio se encuentra la comunicación asertiva que se vale de la diplomacia para no ofender, pero también de la concreción y transparencia para hacer saber a los demás tus necesidades y deseos, tan importantes, como los de cualquier ser humano.
En el lenguaje popular se dice “más vale una colorada y no muchas descoloridas”. Ser capaz de establecer límites te ahorra desvelos, sensación posterior de incomodidad por haberte “traicionado”; evita el sentirte víctima porque has permitido el abuso e impide mermar tu autoestima cuando percibes al otro más valioso que a ti.
¿Cómo puedes, entonces, establecer los límites? Intenta lo siguiente:
- Nunca accedas de inmediato, date oportunidad de poner en una balanza las consecuencias. ¿Qué es peor para Clara: un “sí” que le altere los próximos seis meses su vida, o un “no” que provoque la molestia temporal de su hermana?
Un “sí” podría ser el inicio de una “cadena de favores” que desemboquen en volverse la cuidadora habitual de ese bebé. En caso de que la molestia frente a un “no” se prolongara, la responsabilidad es de su hermana, no de ella, porque los favores no se solicitan, dándose por un hecho.
- Si no deseas ser tan contundente, aclara que te encantaría acceder pero que ahora ya tienes otros compromisos y sería terrible para ti, primero decir que sí y después quedar mal.
- Ofrece ayuda para encontrar otras soluciones, por ejemplo, en el caso de Clara, preguntar entre las personas que conoce, si saben de alguien de confianza para que su hermana la contrate para cuidar al bebé mientras ella cumple con sus tareas.
- Establece un diálogo interno a través del cual recuerdes que poner límites es un acto amoroso que representa respeto por ti y que enseña a otros cómo respetarte.
Si requieres de acompañamiento búscame en gabycruzcoach@gmail.com
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