El otro día, mi amiga Ana comentó, mientras tomábamos café, “estoy pensando en regresar a trabajar”. Me llamó la atención porque es la quinta vez que me lo dice en un periodo de tres años. La primera vez lo expresó cuando su hijo menor cumplió 6 años. Hoy el mayor ya concluyó la primaria y el pequeño está en cuarto grado.
Lo que ocurre es que siempre tiene una razón para no reintegrarse al mundo laboral: primero fue la edad de los niños, después externó que su suegra pasaría un tiempo en su casa y que debía de atenderla, en otra ocasión argumentó que necesitaba actualizarse, por el tiempo que había dejado transcurrir; una vez más, afirmó muy emocionada, que supo de un empleo, pero lejos de casa, y en este último encuentro me dijo que por la pandemia se le había complicado buscar una actividad remunerada.
Es difícil pensar que algún día se presenten súbitamente las situaciones idóneas que la “empujen” a retornar al trabajo. ¿será que en realidad no quiere regresar?, ¿se ha apoderado el miedo de ella?, ¿se concentra únicamente en lo negativo que podría ocurrir en su vida, si vuelve a laborar?
¿Te ha ocurrido algo similar? La toma de decisiones no es cosa fácil, ante todo, cuando a lo largo de la vida, hemos delegado esta responsabilidad a otras personas. Tal vez porque, bajo un enfoque conductista, muchos padres deciden TODO por sus hijos y les quitan esa posibilidad. Les dicen cuándo deben de usar un suéter, a qué temperatura deberá estar el agua de la regadera, de qué color será su cepillo de dientes, y ante cualquier dificultad que enfrentan, ellos son los que toman la palabra, discuten o negocian y les arreglan la vida. A eso tendríamos que sumar, que por cuestiones culturales, la escuela continúa con la tendencia a anular la capacidad del alumno para tomar sus decisiones. Los cuadernos son los que la institución determina, forrados con un papel y un color específicos, se indica a los educandos cuándo pueden ayudar a un compañero y cuándo no (porque únicamente se justifica si está trabajando en equipo); deciden por él hasta cómo vestirse para el día del niño.
Todas estas actitudes parecen inocentes y encaminadas a la correcta educación de los menores; sin embargo, jamás se les entrena para tomar decisiones y afrontar los obstáculos que esto conlleva.
Y ahora, en la vida adulta ¿Qué hacemos con esto?
Te invito a capacitarte para decidir, teniendo en cuenta estos tips:
- Pregúntate, ¿Cuál es la causa o problema de fondo que te está empujando a decidir? En el caso de Ana, ¿necesita el dinero?, ¿desea realizarse profesionalmente?, ¿lo quiere como terapia ocupacional?
- Analiza tus opciones y evalúalas. La mayor parte de las veces hay más de dos alternativas, cuando se tiene claro el problema. Establece los pros y contras de cada una.
- Estudia si tienes las herramientas para enfrentarte a la nueva situación, y de no ser así, ¿por dónde comenzarías a fortalecerte?
- Piensa en qué sucedería si te quedas como estás. ¿Qué pasará a tu alrededor y qué ocurrirá en tu interior?
- Determina qué es lo peor que podría traer la decisión a tu vida.
- Imagina lo mejor que podría suceder con esa decisión.
He escuchado muchas veces aquello de que “la peor decisión es decidir quedarte en donde estás”. La vida es un ensayo y error; toma tus riesgos calculados y da el primer paso, te aseguro que es el más difícil. Lo demás vendrá por sí mismo.
Adelante!
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