SÍNDROME DEL NIDO VACÍO: MARAÑA DE PRETEXTOS

 

El calificativo de “síndrome” (del griego συνδρομή, que quiere decir concurso, del verbo concurrir) se le puede adjudicar a un acontecimiento cuando el conjunto de rasgos que lo componen o identifican no son los típicos que se esperaban de él; y por no ser normales hacen de ese acontecimiento algo –precisamente– atípico, sui generis, diferente a los parecidos a él o de su misma especie. Por ejemplo, el muy conocido Síndrome de Estocolmo refiere la descripción de un hecho relacionado con un plagio o secuestro de una persona en donde en lugar de haber miedo, terror o angustia y hasta peligro de muerte surge una relación amistoso-patológica, de confianza y simpatía  entre víctima y victimario, al grado de hacer aparecer amor e incluso relaciones íntimas entre ellos. No es normal que una persona secuestrada se enamore del criminal que la secuestró y llegue incluso a desear no ser liberada. Pues bien, de la misma forma no es normal –o no debería ser normal– que cuando los hijos se van de casa ocurra una crisis grave entre la pareja. Y en principio no debería ser así por la sencilla razón de que la pareja existia antes de la llegada de los hijos por lo que –por lógica–  debía seguir existiendo después de ellos. A menos, ¡claro está!, que ya no se desee seguir siendo pareja, como antes; ante lo cual, entonces, se tendría que aceptar que la salida de los hijos sólo se está utilizando como mero pretexto para no enfrentar las verdaderas razones de fondo por las que un miembro de un matrimono ya no quiere seguir al lado del otro. (Tema aparte –y para otro blog– sería el caso de parejas que se formaron por compromiso de un embarazo no deseado o por razones de interés, falta de visión, inmadurez o similares).

 

El síndrome del nido vacío es entonces ese caso típico en donde sobreviene el hastío, el aburrimiento, el hartazgo del matrimonio porque se fue la razón que –aparentemente– lo mantenía unido y entretenido: los hijos. Esa salida debía ser motivo efectivamente de tristeza –porque uno ama irremediablemente a los hijos y quisiera verlos cerca todos los días– pero jamás de rompimiento entre los padres; ¡al contrario! debía ser su “segundo aire”: por fin descansar de la tensión del cuidado de los hijos, del sobrecogimiento por cada detalle que les pase, del nerviosismo por cada uno de sus actos, de los conflictos por sus estilos de vida, manías, gustos, horarios… ¡todo! Realmente una pareja sana recibe con inmensa satisfacción la independencia de los hijos, su partida. Eso sucede en toda la naturaleza: los pájaros, los osos, los lobos, los animalitos todos sueltan a sus crías por el sabio instinto de que de su independencia dependerá su sobrevivencia... Retenerlos significa una forma antinatural de criar hijos, una forma innecesaria y perdjudicial para todo el grupo. Las mejores sociedades modernas –por ejemplo– han promovido el inicio de la independencia de las generaciones jóvenes como un mecanismo de salud colectiva. Esta medida es tan socialmente positiva que cuando la situación material de un país no está permitiendo la salida pronta de los hijos de sus casas paternas (por falta de oportunidades o empleos) puede tomarse esta circunstancia como síntoma de grave crisis socioeconómica. Debido a esto último es precisamente por lo que nosotros –como padres– debemos ayudar en todo lo que esté de nuestra parte para que nuestros hijos puedan prepararse e independizarse lo más prontamente posible. Cuando no lo hacemos, cuando hacemos lo contrario, o sea, cuando achacamos a su ida un conflicto en la vida familiar, estamos de lleno frente a este hecho llamado síndrome del nido vacío que más que nido es maraña y más que vacío un continente de pretextos, una punta de un iceberg a cuyo fondo insondable habría que bajar de la mano de un experto equipados con tanques llenos de valentía y sinceridad para no quedarse ahogados allá, en ese fondo abisal –y eterno– de contrariedades, enojos, frustraciones, rabias y reproches mutuos, que es en lo que se convierte un matrimonio o unión ya sin motivo de serlo con y sin hijos… antes y después de los hijos… durante los hijos y delante de ellos…

 

 

 

 

 

 

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