En el zoológico de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, se encuentra una vitrina cuyo contenido no deja de llamar la atención de los y las visitantes. Se trata de un recuadro con la siguiente leyenda: “Aquí se ve a la especie más necia y destructora, que incluso amenaza aniquilarse a sí misma”. ¿Quién es esa especie si lo único que contiene la vitrina es el recuadro mencionado? En sus cristales aparece la respuesta: el reflejo de la persona en turno que se detiene a leer dicha leyenda.
Los seres humanos somos eso: una especie necia y destructora que por primera vez en la historia poseemos la capacidad para acabar con nuestra especie, y con la nuestra, muchas otras.
En los pasillos del zoológico encontramos una serie de frases e inscripciones que hacen un llamado a respetar a la naturaleza y a los seres vivos en general: “La vida silvestre no es nuestra como para disponer de ella como nos plazca. La tenemos a nuestro cuidado y debemos responder por ella a aquellos que vendrán después”.
Un recordatorio del compromiso y responsabilidad que tenemos por el hecho de existir, de nuestra implicación por estar vivos: “Somos responsables de la vida en la tierra y del destino de millones de años de evolución”.
En otra frase encontramos el señalamiento de nuestras contradicciones e insensibilidad llevadas al absurdo: “Definición de Urbanización Campestre: sitio donde han cortado todos los árboles para ponerles los nombres de los mismos a las calles”. Sí, somos una especie depredadora aunque nos dé por inventar historias y películas de seres extraterrestres que vienen a acabar con la vida en la Tierra, historias que no son otra cosa más que proyecciones de nuestros aspectos destructivos.
Nuestra omnipotencia se torna peligrosa porque contribuye, entre muchas otras cosas, a olvidar la máxima de Gandhi: “Nadie tiene derecho de quitar la vida que no puede crear”. Sucede que en los hechos nos apropiamos de un derecho que no nos corresponde, y terminamos destruyendo no sólo la vida que no creamos, sino también la que sí: la de los hijos, la de las hijas, la propia.
Desde nuestra omnipotencia también olvidamos que “cada vez que muere un ave, cada vez que arde un bosque, y cada vez que una especie animal o vegetal desaparece, las posibilidades de supervivencia se reducen para la humanidad”. ¿Cómo es posible que perdamos de vista lo obvio? ¿Por qué se instala tal olvido?, ¿qué lo promueve?, ¿qué lo facilita?
Probablemente la velocidad en la que vivimos, el desplazamiento del ser humano como valor principal, la entronización del capital alrededor del cual existimos, el consumismo instalado para que el sistema económico vigente se sostenga, el monopolio del poder por parte de unos cuantos, el pensamiento concreto del Homo videns, la desvinculación humana y el individualismo sean algunos de los múltiples factores que nos hacen perder la sensibilidad y el respeto hacia lo vivo, enemistándonos de esta manera de los animales (donde estamos los humanos, por supuesto), las plantas y demás recursos naturales.
Somos necios y destructores, al mismo tiempo que racionales y creativos. Con todos nuestros defectos, nuestra especie ha sido capaz de sobrevivir a través del tiempo, y en esta existencia hemos sido capaces de inventar lo inimaginable y de crear obras preciosas, basta echar un vistazo a la ciencia, a la tecnología, a las artes.
El año comienza. Con él la renovación de intensiones y deseos. Nos hemos deseado salud, éxito, prosperidad, felicidad… lo mejor de lo mejor. Mi deseo es que en dicha renovación no falte la consideración a las inscripciones del zoológico de Tuxtla Gutiérrez. De vez en cuando hagamos silencio, hagamos una pausa para darnos cuenta que “siempre hay música entre los árboles del campo, pero nuestros corazones deben estar muy quietos para escucharla”.
Quietos para escuchar a la vida.
Comentarios
QUE BONITO!!!!, ME GUSTO TODO PERO SOBRE TODO EL FINAL "QUIETOS PARA ESCUCHAR LA VIDA", GRACIAS POR COMPARTIR, CLARO QUE ES HORA DE REFLEXIONAR, OJALA QUE TODOS LO HAGAMOS POR NUESTRO PROPIO BIEN, SALUDOS
K BONITO :)