¿Realmente queremos la paz?
Tras mi presentación con las presas de la cárcel de México me hice el propósito de seguir presentando con ellas de vez en cuando, pero en mi última estancia en México me enteré de algo que me chocó mucho: no querían que nadie más viniese a hablar a las presas en la cárcel. El argumento era que estaban «demasiado tranquilas» y tenían miedo de que estuviesen planeando hacer algo.
La verdad es que me costó creerlo, pero después me di cuenta de que la realidad es que nosotros desconfiamos de la paz. La paz nos saca de la zona de confort; nos produce un tipo de incomodidad que hace que dudemos y no sepamos ni cómo comportarnos. De algún modo, pensamos que si estamos en paz seguro que algo malo va a pasar.
Luego tuve la posibilidad de presentar en una escuela de preescolar, donde comenté con los padres el hecho de que cuando nuestros hijos están muy tranquilos vamos a ver qué están haciendo, pues estamos seguros de que están haciendo algo malo. En el último seminario que presenté en México dije: «¿Están Uds. seguros de que están buscando la paz?». ¡Realmente tenemos que cuestionárnoslo! Porque desconfiamos de la paz, y esto de alguna forma nos está trabando; incluso hacemos todo lo contrario de lo que la paz implica. Me parece importantísimo que nos demos cuenta de esto.
Me llamó la atención el hecho de que los chicos de preescolar se portaban tan bien; había un clima de mucha paz. Esto me lo encontré también en una escuela para chicos especiales de Hungría (donde había chicos autistas, o con síndrome de Down, etc.); ahí en Hungría había una maestra que practicabaHo’oponopono y tenía el aula más tranquila de toda la escuela, aun cuando le mandaban los chicos con más problemas.
Volviendo a la escuela de preescolar de México, ahí se respira una paz y una felicidad muy particular. ¿El motivo? Las maestras están siendo entrenadas en el Ho’oponopono; lo practican y lo enseñan a los niños. Una madre comentó que le llamó la atención el cambio de actitud de su hija: por ejemplo, antes siempre se peleaba con su prima porque querían jugar con el mismo juguete a la vez, y ahora esto ya no ocurría; la chica mostraba un respeto, una aceptación que le hacía tener una actitud generosa hacia su prima. Era como que se daba cuenta de que no valía la pena pelearse o discutir por eso.
Aparte de visitar las aulas donde estaban los chicos, di una charla a los padres. Fue así como se enteraron de lo que estaba pasando en la escuela; ¡no lo sabían! En el contexto de esa charla, una madre dijo que su hijo se pasaba el tiempo diciendo «¡Gracias!». Muchas veces también decía «Lo siento, mami». Todo el rato estaba con el «lo siento» o el «gracias» en la boca. La madre no sabía de dónde había sacado ese comportamiento, ¡porque evidentemente no lo aprendió de ella!
Así pues, es interesante ver todo esto; cómo los chicos van percibiendo y aprendiendo estas dinámicas. En esta escuela de preescolar, por ejemplo, tienen una práctica muy interesante para fomentar el agradecimiento entre los chicos: desde las 11.00 hasta las 11.11, todos los días, hacen el «círculo del agradecimiento»; es en realidad un recreo donde ponen un micrófono y los niños salen a decir cosas por las que pueden estar agradecidos. Me han contado que es algo increíble; que los niños a veces agradecen hasta que pasó una mosca. ¡Pasan tantas cosas alrededor nuestro de las que no estamos conscientes!
Es interesante hablar con los chicos; dejarlos que se expresen y que nos enseñen. Pregunté a los niños, por ejemplo, quién hablaba con la mesa, y todos levantaron la mano. Les pregunté qué les decía la mesa, y una de las chicas dijo: «A mí me dice que soy muy linda». Luego les hice la pregunta esencial: quién tenía un amigo imaginario. Por supuesto, todos levantaron la mano, y me contaron cosas acerca de su amigo imaginario. Una niña me llamó especialmente la atención porque dijo que su amigo imaginario la llevaba a conocer otros lugares, volando; por ejemplo la llevaba a otras ciudades, de las que me contó detalles… Hasta a mí, que hablo de todo esto, me siguen sorprendiendo estas cosas. Y lo agradezco.
En este viaje a México tuve también la posibilidad de presentar para Kadima, que es una institución que ayuda a chicos y adultos especiales (con autismo, o con síndrome de Down…). También hice una presentación en un psiquiátrico, y en ambos lugares comentaron exactamente lo mismo: ¿cómo pudo ser que los asistentes se mantuvieran tan callados, se portaran tan bien y se quedasen a toda la charla? Los directivos y los cuidadores no lo podían entender. Por ejemplo, en el psiquiátrico me dijeron que había una persona que estaba siempre gritando fuerte, y que allá estuvo callada todo el tiempo… Yo doy gracias, gracias y gracias por poder conseguir este efecto, incluso en estas personas especiales.
En los dos lugares, tanto en Kadima como en el psiquiátrico, cuando di la posibilidad de que la gente compartiera, los que compartieron más fueron los especiales. Era emocionante ver cómo agradecían, y las cosas por las que agradecían. Esto hace que me pregunte: ¿quiénes son los «normales»? ¿Y quiénes son realmente los «especiales»? Vale la pena cuestionárselo un poquito.
En Kadima había una chica que se sentó delante y que todo el rato quería comentar y hablar; incluso, en un momento en que puse un vídeo, insistió en saber de qué trataba. Le hice notar que el mañana no es importante; lo importante es este momento de ahora. Pero ella quería saber cómo terminaba el vídeo; quería que se lo contaran. No quería vivir el desarrollo de la experiencia momento a momento. Ese querer saber de antemano, ese querer entender, esa falta de paciencia, es algo que en realidad nos pasa a todos. No vivimos el momento, el ahora. Siempre queremos saber o anticipar el resultado; nos preocupamos y no nos damos cuenta de que el momento presente y lo que ocurre en él es todo lo que tenemos. Eso se lo expliqué luego a ella, y se me quedó escuchando con cara de estar recibiendo una revelación. ¡Desde ese momento se quedó más tranquila!
Tanto en el psiquiátrico como en Kadima, los internos agradecían a su gente, a los que los cuidaban, o a la vida misma. ¡Fue increíble presenciar esto entre personas que teóricamente tienen problemas!
Por último, hice una presentación en México Sonríe, una fundación que ayuda a chicos con cáncer y sus familias. De nuevo tuve la posibilidad de presentar y dar esperanza. Les di herramientas y les hice ver que todo es perfecto; que pueden empezar realmente a ver como Dios ve y no como ven ellos, o como vemos todos (a través de nuestras memorias, opiniones y juicios). Les recordé que Dios no crea nada que no sea perfecto.
En definitiva, este último viaje a México fue otro viaje muy especial. Agradezco a Dios y al Ho’oponopono, porque me permite traer un poco de paz a una cárcel, a un psiquiátrico, a un lugar donde hay gente especial y a un lugar donde la gente pasa por experiencias difíciles, como puede ser tener un hijo con cáncer. Gracias.
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Te amo te amo te amo confío confío confio