Todas las encuestas anónimas sobre la vida íntima de las personas tienen algo en común: No dejan lugar a dudas de que casi la mitad de la población confiesa haber sido infiel, y de que casi todos hemos, al menos, pensado alguna vez en ello, o deseado hacerlo.
Partir del sobreentendido de que las buenas personas no tienen aventuras extramaritales ―y de que una infidelidad es una alta traición que sólo puede significar que se acabó el amor― es complicar todavía más la ya de por sí compleja situación sentimental de descubrir algo así.
Las razones por las cuales las personas llegan a ser infieles son tan variadas y diversas como las que nos llevan a vincularnos con ciertos individuos y no con otros. Aseverar que siempre son razones estrictamente egoístas o vengativas es un reduccionismo, porque lo realmente importante para decidir si tiene o no caso perdonar un engaño, no es el acto en sí mismo, sino las motivaciones subyacentes.
¿Puede ocurrir una infidelidad cuando aún hay amor?
Los seres humanos tenemos una tendencia natural hacia la estabilidad, misma que nos lleva a establecer exclusividad física y sentimental cuando encontramos a alguien con quien somos compatibles. Sin embargo, también nos sentimos fuertemente atraídos hacia lo novedoso, hacia el reto, y, sobre todo, hacia la emoción que representa formar nuevos vínculos que nos hagan sentir deseables y atractivos.
En muchas ocasiones, tener una aventura no significa que no estemos a gusto en nuestra relación, sino que la rutina y la familiaridad no dejan espacio para experimentar y sentir cosas distintas. Cuando nuestra pareja nos engaña, es más probable que lo esté haciendo precísamente porque esa otra relación le permite explorar una versión de sí misma que por la razón que sea no se siente capaz de explorar en casa, a que lo haga con intención de hacernos daño.
Lo fundamental entonces, es descubrir si es posible que esas inquietudes emocionales sean cubiertas sin necesidad de terceros, o si la convivencia es insalvable porque los intereses de ambos ya no coinciden, o porque efectivamente el vìnculo emocional de nuestra pareja es más fuerte o viable con el individuo con quien nos engañó.
¿Cuándo perdonar una infidelidad? ¿Cuándo no?
Al dolor que causa que nos hayan sido infieles, durante la crisis de descubrirlo debemos aunar la ansiedad de no saber si la decisión correcta es perdonar o terminar esa relación. Para muchas parejas, la primera infidelidad llega durante los primeros diez años de convivencia, es decir, cuando ya ambas partes han invertido mucho tiempo y energía en la otra, y tienen un proyecto de vida sólido en conjunto.
Por ello, generalmente entran en juego más factores de peso además de los estrictamente emocionales. Además, la presión social también suele desempeñar un papel protagónico porque cuando nuestros seres queridos se enteran, ya sean amigos o familiares, cada uno de ellos suele tener una opinión muy tajante sobre lo que deberíamos hacer, y que no necesariamente coincide con lo que nosotros queremos hacer o pensamos que es lo correcto.
La mejor manera de descubrir si es posible salvar a la relación después de una infidelidad es, en primer lugar, dejar de darle tanta importancia a lo que opinen los demás, y en segundo lugar, abrir un canal completamente sincero de comunicación con la pareja para indagar en las verdaderas razones que provocaron el engaño.
Recibir una simple disculpa y una promesa de que no volverá a ocurrir no es suficiente para seguir adelante, y mucho menos nos permite aprender y utilizar esa mala experiencia para tomar mejores acciones y actitudes en el futuro. Hay que entender a detalle también cómo se siente la otra parte, qué la llevó a poner en riesgo lo que ya habían construido juntos y si efectivamente ambos están dispuestos a poner de su parte para superar esa etapa.
Cuando llegamos a la conclusión de que la infidelidad fue resultado de alguna falta de comunicación o apertura que sí puede solucionarse, no hay nada de malo o vergonzoso en darle una segunda oportunidad a la relación. Sin embargo, cuando la conclusión es que el amor se acabó o no hay un interés genuino en avanzar juntos, o nos enfrentamos a un panorama de infidelidades recurrente, lo mejor es darla por terminada.
Durante este proceso puede ser muy útil recurrir a la ayuda de un terapeuta de pareja que nos permita ver con un poco más de objetividad y claridad la situación. En todo caso, es importante no perder de vista que es necesario trabajar primero en las emociones negativas para poder tomar una decisión asertiva.
Comentarios
Un gran tema, yo en lo personal a mi edad avanzada ya no perdonaría, lo hice antes por la cultura de conservar el matrimonio hasta que la muerte nos separe pero ya tiré a la basura esa creencia.