PERDÓN, PERDÓN, PERDÓN...

¿Has notado cuántas veces pides perdón en un día cualquiera?

Cuando intentabas bajar del camión y tuviste que empujar no sé a cuántos que ignoraban tu presencia. También cuando platicabas con un grupo de amigas y una de ellas dijo algo que te recordó un comentario muy importante que no podía esperar, así que dijiste “perdón” y la interrumpiste para poder hablar. Y el otro día que ya no querías estar en alguna reunión a la que asististe por compromiso, por lo que pediste perdón para retirarte antes, ¡ah! y por supuesto, cuando tosiste mientras hablabas o cuando bostezaste lleno de aburrimiento.

Me dirás que decir “perdón”, refleja tu “buena educación”. Aunque empujes, interrumpas o te vayas… ya pediste perdón.

Si lo dices con tanta ligereza, ¿por qué cuando verdaderamente es necesario, te resistes a hacerlo?

Pedir perdón es un acto de humildad cuando reconoces una falta grave y quieres mostrar tu arrepentimiento, por ejemplo, por haber herido los sentimientos de tu pareja por un arranque de furia, por haber ignorado a tu compañero de trabajo, quien sólo intentaba comunicarse contigo, por haber subestimado el talento de tus hijos, por haber traicionado a un amigo, por haber cometido algún acto de discriminación…

Si pides perdón es porque hay una intención genuina de reparar. Recuerda que “el que no repara, repite”. No todo daño es reparable pero sí puede ser la pauta para generar cambios que te hagan crecer como ser humano. Evita en el futuro estar en situaciones como las descritas; haz uso de tu inteligencia emocional; te permitirá reconocer tus emociones antes de que “desborden salvajemente”. La inteligencia emocional también te facilitará regular tus reacciones para manifestar todo lo que quieras sin agredir, sin invadir, sin anular; y es una excelente herramienta para encontrar tu motivación diaria para perseguir tus sueños. Te enseñará como ser empático y tener relaciones interpersonales valiosas.

Claro está que no tienes porque pedir perdón todo el tiempo; ya lo dijo Humberto Maturana:  tienes tres nuevos derechos humanos: a equivocarte, a cambiar de opinión y a irte de un lugar sin que los demás se ofendan. A esta lista podríamos agregar, al menos, dos más: tienes derecho a cambiar como parte del proceso evolutivo de cualquier ser humano y a no ser quien el otro espera que seas.

Si otro se ofende sin que le hayas hecho daño alguno, es su responsabilidad; la tuya es caminar por la vida sin dejar en otros, tremendas cicatrices que con un “perdón” no se borran. Errar es humano, pero reflexionar sobre tus actos, también lo es.

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