Los seres humanos razonamos, luego sentimos y luego actuamos; unos y otros se condicionan. Pensar se compone de diversas habilidades. Lo que pensamos condiciona lo que sentimos; nos sirve para interpretar la realidad y con nuestra manera de pensar justificamos lo que sentimos y hacemos. Es importante insistir que los pensamientos influyen sobre las emociones y éstas sobre la conducta.
Los esquemas mentales, es decir las creencias aprendidas a lo largo de la vida y los pensamientos automáticos, esos que aparecen sin que nosotros siquiera tomemos un momento para reflexionar en ellos y que son entendidos y procesados a través de las distorsiones cognitivas, que son ni más ni menos las herramientas que usamos para interpretar, para ajustar la realidad a las propias creencias, en otras palabras el color del cristal por el que vemos la vida, terminan en emociones que las personas violentas dificilemente pueden entender, expresar y mucho menos, cambiar.
El mundo de muchísimos agresores está lleno de pensamientos irracionales y esquemas mentales que a botepronto los lleva a dar paso a pensamientos automáticos que les impelen a controlar la vida de sus parejas. Algunas distorsiones cognitivas que viven y sí, sufren los agresores son, por ejemplo: “lectura del pensamiento” cuando aseguran que si ella se arregla es porque debe estar con otro o “visión catastrófica”: si ella se va, ¿qué le queda a él?, “personalizan la agresión” cuando se convencen que las mujeres hacen esto o aquello para provocarles o molestarles; todo esto genera pensamientos hostiles hacia sus parejas que mueven a sentimientos igualmente negativos y finalmente se condenan al descontrol de los impulsos, la ira y la violencia.
Otros esquemas mentales es que creen que en un matrimonio “normal” ambos saben dónde está cada uno a toda hora, qué piensan, qué hacen, y/o que si no le contesta el celular lo habrá apagado porque no quiere que él sepa donde está o que tal vez le está engañando con alguien más. Esta celotipia no nace del amor, ojo, sino del temor, la inseguridad y la propia necesidad de los agresores de no “permitir” que la mujer les “humille” teniendo una relación con otra persona. Normalmente los hombres violentos tienen gran dependencia emocional de su pareja (”si me dejas te/me mato”, o “eres mía o de nadie”). Los celos les llenan de temor de perder el control sobre la pareja. No tienen nada que ver con el amor.
Difícilmente los agresores entienden que las mujeres, sus parejas, lo que más necesitan es que ellos las escuchen, las respeten como seres humanos, que no les griten, insulten y mucho menos golpeen. Lo más triste de esta situación es que si le preguntas a un hombre que es manifiestamente violento si lo es, lo más frecuente es que lo niegue, lo minimice (solo le grito, no la golpeo), o lo justifique (ella me saca de quicio, me provoca). Los agresores piensan que siempre tienen la razón, que si se equivocan es por el bien de la mujer, por lo que ellas tendrían que aceptar el control hasta como un favor y adaptarse a ellos por ser “la cabeza de la familia”, “el líder de la pareja” o “quien sí trabaja y gana dinero”.
- Tristemente para víctimas y agresores, mientras no haya reconocimiento pleno de los papeles que se juegan en la relación, no habrá siquiera motivación para cambiar.
Preguntas claves pueden ser: ¿en esta relación soy feliz? ¿mis hijos y pareja me ven con confianza o con miedo? Tus respuestas dirán si es tiempo ya no de pensar, sino de, con humildad, repensar para cambiar tu conducta. La clave siempre está en ti.
Comentarios