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Hola mis queridas amigas de esta red:

Hay algo tan innegable como la luz del Sol, y es el hecho de que luego de que una familia sufre la pérdida de uno de sus miembros, nada sigue igual. De un modo extraño, la dinámica de todos ellos cambia, desde los mas sutiles detalles hasta los cambios mas radicales entre aquellos de los cuales quien se ha ido era pieza básica.

Ayer fue la primera reunión que tuvo mi familia política desde la pérdida de uno de sus miembros, un chico de 27 años, casado, quien falleció víctima de un accidente automovilistico hace un mes. El camino no fue fácil, para mi esposo, acostumbrado a "esa familia bullanguera", volver a verlos después de aquella última vez en que todo parecía estar fracturado le era semejante a esperar la apertura de una caja de cuerda. Llegamos y tal como lo esperabamos, el ambiente era muy distinto al de siempre. Por el corredor de la casa, discurrían sus primas todavía con el luto riguroso acostumbrado en los pueblos de provincia, el tío José estaba durmiendo en la recámara y no yendo y viniendo con azadón, bomba, y demas artefactos del trabajo de campo. La abuela no estaba en casa, pero llegaría en el transcurso del día de su viaje en cumplimiento de una manda a la Virgen de San Juan, a su hija, la madre del muchacho, prácticamente había tenido que sacarla a rastras de la casa, con el pretexto de no poder viajar sola tan lejos, como si aquella mujer que ha ido y venido docenas de veces desde la frontera hasta el centro del país sin compañía necesitara, según sus dichos "de vejigas pa´ nadar".

Las primeras horas de convivencia fueron duras, parecía que todos los que nos encontrábamos al rededor de la mesa compartiendo los alimentos estuvieramos cuidando hasta el mas mínimo sonido que saliera de nuestras bocas. Por momentos el silencio era apabullante, ni siquiera estaba el acostumbrado sonido de la radio local con sus canciones típicas de banda y norteño. Nada.

Sin embargo, algunas horas después, parecía que algo había hecho que todos los que estaban ahí decidieran enfrentar lo que sentían y seguir adelante. Alguien comenzó a contar anécdotas del que ya no estaba, incluso simpáticas, como esa en la cuál el primo había tenido tremenda bronca por culpa del mal carácter del marrano que rentaba para maquila. En los ojos del tío José se adivinaba una mirada extraña, entre dolor y regocijo al saber que otros también gustaban de recordar a su muchacho mayor.

Al día siguiente, muy temprano, todos abordamos las camionetas, acomodados cual sardinas en la caseta, arremolinados en la parte de atras cuidando de no tirar las ollas de birria o pisotear los costales con los elotes para la tatema. Así llegamos mas de 20 a la parcela, al principio y a pesar de ser un paseo, la mayoría tenía un gesto adusto. No se si era el sentir el aire fresco, las travesuras de los chiquillos, la yegua blanca que luchaba por liberarse y correr, poco rato después entre toda esa gente se escuchaba un sonido benefactor para el cuerpo y el alma, el de las risas de quienes estábamos ahí.

Es cierto, la vida de la familia jamás va a ser la misma, siempre habrá un huequito muy doloroso, sin embargo algo aprendí entre esa gente el día de ayer, sin doctorados en ciencias de la mente ni cursos de autoayuda de mil sesiones. Entendí estando ahí que después de todo, al final, lo único que queda son nuestras familias, y que será mas fácil remendar y pegar un pequeño parche si entre todos se afronta la desgracia con la cabeza en alto, sabiendo que si te tropiezas, habrá siquiera una mano dispuesta a sujetarte. Cuando regresábamos, en los ojos de ellos pude reconocer el brillo de saber que el duelo estaba pasando a la siguiente fase.