Paternidad y bullying

El Estudio Internacional sobre Enseñanza y Aprendizaje, elaborado por la OCDE, advierte que nuestro país ocupa el primer lugar con mayor violencia verbal, física, psicológica y social (bullying) entre alumnos de educación básica. En el 2007 por lo menos 5 millones de mujeres tenían hijos con un padre ausente o que se “comparte” con otra familia. Vemos una sociedad con mucho bullying y poco padre.

El exceso de madre y la ausencia de padre desde la niñez, otorgan un enorme poder a la primera, instalando en el alma del niño el miedo al abandono materno, temor que desplazará al resto de las mujeres en la vida adulta. Por eso en una sociedad con mucha madre y poco padre, existen hombres inseguros y desconfiados con sus congéneres, y temerosos con las mujeres, temor que ocultan de múltiples maneras: idealizándolas o denigrándolas, violentándolas o sometiéndose…

Es posible ver desde la edad escolar pequeñas manifestaciones de temor a las mujeres y desconfianza a los congéneres, por ejemplo, en el “vieja el último”, o el acoso escolar o bullying.

Sucede que los niños varones tienen niveles más altos de testosterona y niveles más bajos de serotonina que anula la impulsividad y la expresión de las tendencias agresivas, por lo que especialmente a partir de la etapa preescolar, el niño necesita la ayuda de su padre para manejar esta pesada carga de excitación y agitación que se potencia en esta época y en esta cultura caracterizada por el machismo, donde ciertos sentimientos infantiles, tales como, calidez, cariño, ternura,  cooperación, empatía y solidaridad necesitan del apoyo del padre para que puedan aflorar en el hijo, porque cuando éste ve que el padre los expresa, entiende que dichos sentimientos no son exclusivos de las niñas ni de las mujeres, y si además el padre anima y aprueba su expresión, el hijo no duda en hacerlos fluir por su cuerpo.

El problema es que existen millones de niños y niñas que crecen sin la convivencia y relación paterna, sin saber cómo siente, piensa y actúa el hombre que debería estar a su lado día a día; sin ver cómo guía y protege, cómo procesa los sentimientos en general, y la frustración y el enojo en particular; sin vivir su disciplina, desconociendo sus normas y sus reacciones ante los desacuerdos de su retoño. De esta manera, muchos niños crecen privados de un modelo de identificación masculina cercana y muchas niñas de un referente relacional.

Las investigaciones en el tema concluyen que el padre eficiente en su rol puede ayudar a sus hijos a aprender a ser mejores hombres y a sus hijas a sentirse mejor consigo mismas. Puede apoyar a su hija a ser más activa y enérgica y a su hijo varón a perseverar un poco más en la tarea de dominar las habilidades verbales y sociales, habilidades necesarias para el adecuado manejo de los impulsos.

En contraparte, la impulsividad y violencia de los chicos en la escuela está asociada a la ausencia paterna debido a que estas “conductas masculinas extra compensatorias”, son esfuerzos exagerados para demostrar la virilidad y surgen del temor básico a ser “femenino”, temor que crece en ausencia de modelos masculinos. Por eso, la participación activa y efectiva paterna puede contribuir a la disminución de la violencia escolar. Dicho de otra manera, el padre puede funcionar como vacuna contra el bullying. Felicidades a los que cumplen con su rol.

Gaudencio Rodríguez Juárez

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