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Si deseas evolucionar como ser humano, es condición indispensable que dejes de autoengañarte. Para lograrlo es necesario que actives el conocimiento de tu sabio y la valentía de tu guerrero, de tal suerte que te permitan reconocer que en la estructura de tu personalidad hay sectores significativos de inseguridad generados por las heridas que recibiste durante la infancia, las cuales influyen poderosamente en tu vida, contaminando de manera especial el ámbito de la pareja y en particular su espacio del conflicto.

El hecho de que vivamos en sociedades de insalubridad psicológica que no están diseñadas para la expansión de la conciencia y el florecimiento de nuestro potencial psicológico, merma nuestras facultades afectivas y nos convierte en una especie de caricatura humanoide si hacemos una comparación con la perspectiva de lo que podríamos llegar a ser si creáramos las condiciones sociales necesarias para estimular el desarrollo de nuestra mejor versión como seres humanos, en cuyo centro estaría ubicada nuestra capacidad de amar.

¿Qué clase de personas pensamos que pueden surgir de los vientres corrompidos de sociedades en las que el dinero es la deidad suprema y el materialismo, el consumismo, el individualismo y la competencia feroz sus mandamientos básicos?

¿Qué clase de seres podemos esperar de una sociedad deshumanizada en la que el concepto del éxito está sustentado en la cantidad de dinero que se acumula en nuestra cuenta bancaria, en posesiones, en la imagen que se aparenta, en el aspecto físico, en lugar de que estar fundamentado en nuestra capacidad de amar, de servicio, de compasión y de espiritualidad?

Por supuesto que el resultado son comunidades pobladas por individuos inseguros, resentidos, angustiados, deprimidos, que buscan la manera de sobrevivir creando mecanismos compensatorios como el afán neurótico de poder, posesiones, fama, prestigio, autosuficiencia, complacer a los demás o buscar la evasión del dolor interno a través de las múltiples adicciones que a la larga resultan destructivas.

A esta dimensión social hay que sumarle el plano familiar. Por desgracia la mayoría de las familias se han convertido en fábricas de individuos neuróticos, en primer lugar porque los padres traen sus propias heridas del pasado y sin darse cuenta las heredan o transmiten a sus hijos, y en segundo lugar porque no hemos institucionalizado ni generalizado la paternidad como un sector en el que tendría que ser obligatoria la capacitación para alcanzar un desempeño óptimo.

En un mundo como el nuestro, infestado por las características radioactivas que he expuesto, es difícil creer que abundan personas con una autoestima exuberante y frondosa; por el contrario, la mayoría somos seres que padecemos fracturas en nuestros aparatos psicológicos. Ciertamente unos casos más graves que otros, pero la mayoría estamos afectados por múltiples grietas en nuestras estructuras psíquicas.
Estas carencias nos hacen particularmente dañinos, pues quienes hemos sido lastimados en nuestra infancia corremos el gran riesgo de herir a los demás, aunque en la mayoría de los casos sea de manera inconsciente y sin mala intención.

El camino para desactivar nuestra capacidad de dañar a otros y a nosotros mismos es reconocer nuestra inseguridad, nuestras fisuras internas, nuestros miedos y resentimientos. En la medida en que los hacemos conscientes y los asumimos, creamos las posibilidades para transformarlos.

Por todo esto, te invito a que “salgas del clóset” y reconozcas tu inseguridad, tus miedos, tu dolor oculto.

Si en el fondo este planteamiento te amenaza o te avergüenza y eliges negar que estas debilidades también moran dentro de ti e insistes en que gozas de gran autoestima y eres una persona muy segura de sí misma, entonces te invito a que pases la “prueba del ácido” contestando las siguientes preguntas: ¿cómo me he comportado en el ámbito de la pareja cuando he tenido que abordar conflictos para tratar de solucionarlos?, ¿cuál ha sido mi actitud en esos momentos críticos?, ¿cuáles han sido mis estrategias y forma de enfrentarlos?

Si tienes arrestos, entonces respóndelas; finalmente no tienes nada que perder, ya que según tú eres una persona segura. Un ser dotado de este atributo no teme enfrentar la verdad, en virtud de que no es vulnerable a la crítica en una relación de pareja; por lo tanto, no es defensivo ni agresivo o evasivo al abordar una discrepancia con su compañero. Tampoco toma los cuestionamientos que le hacen como algo personal, no se sale de su centro, se mantiene sereno y es muy proactivo al proponer soluciones.

Si al contestar estas preguntas consideras que eres de las personas que reaccionan de esta manera te felicito: eres bastante seguro de ti mismo, pero como el autoengaño es un rasgo recalcitrante en el ser humano, por si las dudas te recomiendo que antes de creértela primero lo confirmes consultándolo con tus ex parejas y con la actual. Si coinciden con tu propia percepción, en verdad te felicito. Eres la clase de persona ejemplar que nuestro planeta tanto necesita. En caso contrario, te recomiendo que te abras a la posibilidad de revisar tu mundo interno. Tal vez te encuentres con cosas inesperadas y hasta desagradables, pero créeme que descubrirlas y trabajar en ellas es el camino a la evolución, a la posibilidad de ser feliz y de hacer felices a los que te rodean.

Nunca olvides que la inmensa mayoría de las personas somos seres inseguros y que todavía lo son más aquellos que lo niegan. El nivel de tu inseguridad es directamente proporcional a tu resistencia a admitirlo.