El año pasado un grupo de reconocidos periodistas publicó el texto “Basta de Góngoras” con la intensión denunciar las arbitrariedades que viven infinidad de mujeres y la simultánea violación de derechos de sus hijos e hijas por parte de aquellos padres que contravienen la ley al no cumplir con las obligaciones que tienen con sus descendientes una vez que se separan o divorcian.
No nos confundamos, decía el comunicado, no son padres “irresponsables”, como a veces son llamados. Son infractores de la ley. Muchos de esos padres (porque casi siempre son hombres los que caen en esa conducta) usan a su favor leyes poco efectivas en su aplicación, o se aprovechan de que la excónyuge no podrá cuidar y mantener a los hijos al tiempo de que emprende el engorroso juicio para demandar el cumplimiento de lo que un juez ya había establecido.
Existen estadísticas que nos hablan de que hay una violación cotidiana y grave a los derechos niños y niñas de México: hay quien dice que tres de cada cuatro hijos de padres separados no reciben la pensión alimenticia adecuada.
Es común ver los casos donde los hombres, asesorados por abogados que hacen a un lado la ética, apelan a la falta de trabajo para evitar la pensión cuando en realidad si cuentan con uno, y sistemas de justicia que terminan validándolas con sus sentencias a favor de éstos.
Son manifestaciones de la masculinidad tóxica que muchas veces traen de fondo la intención velada de seguir molestando a la expareja con argucias que perpetúan el abuso de poder.
En mi práctica clínica no es poco frecuente observar casos donde viviendo juntos el padre convivía poco con los hijos (en ocasiones por exceso de trabajo, pero muchas otras por dificultad para conectarse con sus crías o simplemente por falta de motivación) y justo cuando viene el divorcio se presentan ante el juzgado como padres amorosos y hasta desesperados por no estar más con los hijos.
Sí, es un tema sumamente complejo debido a que se ponen en juego múltiples e intensos sentimiento producto de múltiples duelos: por la pérdida del vínculo de pareja y con los hijos, por el patrimonio, por los proyectos no cumplidos, etcétera.
Los motivos que llevan a la ruptura terminan influyendo en la manera en que resuelven y acuerdan la separación: a mayor enojo por la ruptura, mayor enojo en las negociaciones. Entonces uno de los riesgos es que los hijos e hijas se conviertan en el vehículo para la manifestación de dicho enojo. Cosa, desafortunadamente, no poco común.
Aportar a la manutención es una obligación. Traerlos al mundo implica asegurar su subsistencia. Es un principio básico. ¿Por qué muchos hombres se desentienden? ¿Por qué aún teniendo trabajo lo niegan con tal de no asumir una responsabilidad no sólo legal sino sobre todo humana?
Muchas son las razones pero una que me perturba es, simple y sencillamente, para seguir fastidiando a la ex pareja: “para que vea quien tiene la última palabra”, “para que vea quien manda”, “para que se dé cuenta que sin mí no vale, no puede, no será feliz”.
Y expresiones aún más machistas: “para que me siga necesitando y rogándome que le ayude y así no se le ocurra juntarse con otro” (!).
Expresiones de la masculinidad del siglo 21 que no abonan al prestigio del género. Sociedades con altos montos de machismo, patriarcales, adultocéntricas, donde los derechos humanos son un instrumento novedoso cuya aplicación aún se dificulta. Sistemas de justicia con dificultad para tomar decisiones realmente justas en un ámbito tan fino como lo es el familiar, con dificultad para identificar el interés superior de niños y niñas. Mujeres afectadas. Menores de edad que quedan en medio de los intereses de los adultos.
No pretendo generalizar. No todos los casos terminan así. En mi práctica clínica también observo hombres y mujeres que hacen el esfuerzo por comunicarse y coordinarse adecuadamente para garantizar el bienestar de sus crías después del divorcio.
Sin embargo, lo aquí expuesto goza de tal vigencia que exige, tal y como los periodistas lo plantearon el año pasado, empezar a discutir como sociedad qué hacemos para que sea menos “normal” que alguien viole la ley en contra, ni más ni menos, de los niños y niñas; qué hacemos con esas actitudes misóginas, cómo erradicarlas.
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