EN BUSCA DE LO SAGRADO EN LA INDIA DE HOY
Viaje espiritual nueve personajes encarnan otras tantas formas de vivir la espiritualidad en la India actual. Son relatos reales que nos recuerdan que cada vida humana es un universo con sus propias leyes y su coherencia.
Un libro de viajes puede llevarnos a lugares insospechados, “Nueve vidas” (Kairós, 2011) es un libro de viajes centrado en el subcontinente indio (India y Pakistán) que a la vez explora el periplo interior de nueve personas muy distintas, entregadas todas ellas a experiencias radicales de la existencia humana. Chesterton decía al principio de Ortodoxia que uno de los principales problemas de la filosofía es encontrar el modo de que el mundo nos resulte fascínante y a la vez nos sintamos en él como en casa. Los nueve protagonistas de este libro, cuatro mujeres y cinco hombres, parecen haberlo conseguido, abrazando formas extremas de espiritualidad jaina, hindú, budista y sufí. El autor William Dalrymple (Escocia, 1965), no es protagonista: se mantiene en un amable segundo plano, limitándose a poco más que ofrecer certeras pinceladas sobre el contexto social, político y religioso en el que se enmarca cada una de estas vidas excepcionales, en un mundo que se moderniza aceleradamente mientras mantiene muchas de sus raíces milenarias, y en el que hay un marcado contraste entre el camino del dogmatismo y el literario (wahabíes y talibanes, por ejemplo) y el camino del corazón (sufíes). Estamos ante un libro de viajes al que se suma el carácter decididamente novelesco de las nueve vidas, todo ello con buenas notas de reportaje periodístico, sociología del choque de cosmovisiones y ensayos de antropología radical, relevante para la encrucijada de creencias y transformaciones en la que hoy todos nos hallamos.
La idea del libro nació durante un ascenso a un templo del Himalaya. Dalrymple entabló conversación con un sadhu desnudo y embadurnado de ceniza, que había dado un giro radical a su vida tras cansarse de su buen empleo como jefe de ventas de una multinacional de electrodomésticos. “Nunca me he arrepentido, ni siquiera durante un instante, ni tampoco cuando llevo varios días sin comer y estoy muy hambriento”, afirma el sadhu. “Cuando andas por los montes la mente se torna clara… Sólo llevo una manta y una botella de agua. Carezco de posesiones, así que no tengo preocupaciones”.
“Nueve vidas” (Kairós, 2011) se articula en nueve relatos, que pueden recordar a los “Los cuentos de Canterbury” aunque suceden en la India del siglo XXI y son verídicos. Como ha señalado Salman Rushdie, “Dalrymple es un historiador fuera de lo común, que realmente sabe escribir”. El primero de los relatos, La historia de la monja, nos acerca a la vida de una chica de buena familia que voluntariamente decidió ser monja jaina. Prasannamati Mataji anduvo durante años como asceta mendicante junto a su compañera Prayogamati, quien tras contraer una enfermedad incurable practicó sallekhana, el ayuno ritual hasta morir, renunciando paulatinamente a unos y otros alimentos hasta ingerir únicamente agua y luego ya nada, culminación del ideal ascético de los jainas.
En un momento crítico de su vida, Lal Peri rezó pidiendo orientación y aquella noche un anciano se le apareció en sus sueños y le pidió que se subiera al primer tren, sin dinero. Así lo hizo y el azar (?) la llevó al santuario de un santo filósofo sufí del siglo XIII, Lal Shahbaz Qalander, en cuyas imágenes reconoció inmediatamente al anciano de su sueño. Se convirtió en una famosa faquira, “la extática hada roja”, la más apasionada de todos los devotos del santo, devoción que expresa bailando enérgicamente con un estilo parecido al de los derviches. Cuando Dalrymple oyó hablar de ella y preguntó cómo puede encontrarla le aseguraron que es inconfundible: “Va vestida de un rojo subido, es muy gorda y lleva consigo un enorme garrote de madera”.
Muy distinta es la vida de Rani Bai. A los catorce años, tras su primer periodo, fue vendida a un pastor de una aldea vecina “por 500 rupias, un sari de seda y un saco de mijo”. Hoy es una devadasi, una prostituta ritual, consagrada a un templo, algo que tradicionalmente merecía gran respeto. Ahora ya no. Y como otras personas de su entorno, es seropositiva.
El intocable venerado
Otros relatos nos llevan a un hacedor de ídolos de bronce que sigue una tradición familiar de siglos, cuyo hijo va a interrumpir para ir a Bangalore a dedicarse a la informática. O a un descendiente de intocables, Hari Das, pocero y carcelero a tiempo parcial nueve meses al año, que de enero a marzo es venerado (y deseado por las mujeres) como encarnación de una divinidad danzante, para luego volver a incorporarse a su humilde trabajo el resto del año. El rajasthani Mohan Bhopa, por su parte, es un cantor analfabeta que ha heredado la capacidad de recitar de memoria un poema medieval de cuatro mil versos. Kanai, trovador ciego y errante, homérico bengali, afirma que la suya es la mejor de las vidas y que el mundo entero es su hogar. Tapan Goswami es un practicante tántrico que utiliza cráneos en sus rituales. Y Tashi Passang es un monje budista tibetano que dejó sus votos para empuñar las armas contra los invasores chinos.
Dawkins y compañía tacharían de locos de remate a los nueve de Darlymple. Pero son locos demasiados cuerdos: a su modo han encontrado sentido a sus vidas, y a ellos acuden personas que si parecerían sensatas en busca de guía o inspiración. El propio Darlymple no duda en llamar “locos” a algunos de los protagonistas, pero lo hace de modo simpático, con cariño e incluso admiración.
Algo que nos aporta una buena biografía o una buena novela es darnos cuenta de cómo cada vida humana, larga o corta, es un universo con sus propias leyes y su propia coherencia (aunque pueda no ser tan coherente con las vidas y realidades de su lugar y de su tiempo).
Algunos de los protagonistas de Nueve vidas son muy conscientes de ello. Kanai afirma que “todo está dentro: la verdad está en el interior” Y un viejo sabio sufí lo reitera: “todo está dentro… tanto el infierno como el paraíso, todo está en su interior”.
Lal Peri ilustra con un relato que en el infierno no hay ningún fuego, porque “todo el mundo que va allí se lleva su propio fuego, y su propio dolor, desde este mundo”.
El Juicio Final es autoevaluación.
***Nota periodística de Jordi Pigem, La Vanguardia, España. (12/01/2011)
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