Con una pluma más madura e íntima, el autor traslada al lector a una atmósfera cinematográfica, vertiginosa y envolvente, en la que le lleva a recorrer lugares en los que ha vivido y que conoce de memoria, como Madrid, La Habana o Berlín. Esta multiculturalidad se refleja también en algunos de los personajes de habla no hispana que aparecen en algunos de los cuentos.
“Creo que uno como escritor debe hablar solo de lo que sabe, de lo que ha vivido y ha experimentado cotidianamente. Yo conozco lo que es vivir en Berlín, lo he hecho desde hace casi veinte años. Conozco sus inviernos interminables y sus veranos pasajeros. La Habana es mi segundo hogar, sé cómo huele, y también cómo duele. En Santiago viví toda mi infancia, mi adolescencia. Yo soy Santiago. Y Madrid o España es donde paso gran parte de mi vida ahora. Creo poder contar esas ciudades, con mayor o menor certeza, con mayor o menor objetividad, pero puedo contarlas. No creo poder escribir un cuento sobre Sri Lanka, por ejemplo, no he navegado sus calles, ni he vivido sus amaneceres. No he reído en ella ni tampoco la he llorado. Los lugares deben transformarse en uno y uno en esos lugares. Luego, tal vez y solo tal vez, se pueden contar”.
La tragedia en la que desembocan las situaciones que se viven en los relatos provoca en los lectores una sensación de compasión y horror para con las víctimas que las sufren. El escritor tiene la habilidad de conseguir que esa finalidad de la que hablaba Aristóteles, esa catarsis purificadora, se manifieste en las conciencias de todas aquellas personas que se asoman a estos cuentos y que, de algún modo, reaccionen ante ellos.
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