Si platicaras contigo frente a un espejo, probablemente te darías cuenta de todo lo que comunicas con tus palabras, pero más aún, sin ellas. No es mi intención entrar en polémica sobre la veracidad de la regla del 7-38-55 que se refiere a que sólo el 7% de lo que comunicamos se atribuye a las palabras, el 38% a las inflexiones de la voz y el 55% a la expresión corporal (Mehrabian, 1967), porque los experimentos que llevaron a esa conclusión tuvieron características que especialistas de la comunicación criticaron. Lo que sí es una realidad, es que, independientemente del porcentaje que cada forma de expresión ocupa, de la totalidad de nuestra comunicación, los seres humanos decimos lo que queremos y lo que no queremos, de múltiples formas.
Piensa en las caras que haces cuando comes algo que te desagrada; eso es gesticulación y acompaña todo lo que expresamos verbalmente, aunque hay personas que se caracterizan por ser bastante inexpresivas, lo que confunde al interlocutor.
También la postura habla de ti. ¿Cómo te paras cuando estás impaciente, aburrido o nervioso? Por la postura, quien te vea, te juzgará en menos de 30 segundos; o la forma en que te vistes; es cierto eso de “cómo te ven te tratan”. Hay estereotipos del joven deportista, del ama de casa abnegada, de la maestra tradicionalista, del ejecutivo, del anciano… que conjugan la postura con el arreglo personal.
Comunicas con la piel. Al entrar en contacto físico con otra persona, para darle una palmada en la espalda, o un abrazo sentido cuando la está pasando mal, o le estrechas la mano de manera formal; eso es háptica. No olvidemos que la piel es el órgano más grande del cuerpo. Y ¿qué hay de la distancia que tomas para conversar con alguien con quien tienes una excelente relación, en contraste con quien te resulta desconocido? Esto tiene un origen cultural. En las zonas cálidas la distancia se acorta, comparada con la que se tiene en los países fríos. Esto es proxémica. Por supuesto que en las circunstancias por las que atraviesa el mundo en este momento, las reglas de la háptica y de la proxémica han cambiado; ahora todo es “sana distancia”, lo cual seguramente no es del todo de tu agrado, porque una parte de tu comunicación personal ha sido restringida.
Por último, el tono que empleas al hablar. No importa lo que dices, sino cómo lo dices. Prueba con una mascota, porque es el lenguaje que más entiende. No se sentirá aludida si la insultas, con tal de que lo hagas en un tono tierno y cariñoso. Ser agresivo, cortante, irónico o desafiante no tiene una relación directa con las palabras que se emplean, sino con la intención al pronunciarlas. Por eso es que decimos que hay gente “mal hablada” que resulta muy graciosa. Esto es paralenguaje.
Si caes en cuenta de todo lo que comunica de ti, tendrás más cuidado al expresarte, porque puedes estar seguro de que no todo lo que hablas se oye, pero sí se percibe, se siente y genera reacciones. Ya no podrás argumentar el “yo no dije nada”, porque habitualmente sí dices, y mucho.
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