NO TENGO FACEBOOK, NI TWITTER NI WHATSAPP

No necesito interactuar con el mundo sin cesar. La sobreexposición  es agotadora y yo me tomo las relaciones humanas muy en serio.  Respondo de manera personal los mails que mandan en cadena los jubilados y las personas ociosas,  suelo contestarlos pregúntandoles cómo están y diciendóles, por si les interesa, que yo estoy bien. No quiero que me manden selfys, ni fotos de los platillos que están saboreando. Tampoco quiero seguidores. ni amigos virtuales, me gustan las llamadas hechas desde el teléfono fijo y prefiero tomar un café viéndole los ojos a mi interlocutor. Soy una cavernícola, troglodita, pitecantropus erecta.

La sobreexposición agota y  no me gusta ser localizable todo el tiempo. La gente ya no platica por mirar pantallitas. He ayudado a más de un despistado a cruzar Insurgentes para que no lo atropellen por ir atento a su celular. La ommipresencia de las redes sociales no deja tiempo para leer, para soñar. Se ha comprobado que los lectores en papel recuerdan mejor lo leído que los que leen en sus tablets. La invasión empieza a ser tan insoportable, que ya se han creado nuevas redes antisociales que buscan preservar la intimidad. Y qué decir de la larga lista de los que buscan el olvido de Google. Tengo un teléfono celular que sirve para hablar, uso la computadora y el correo electrónico, pero no tengo Facebook, twitter ni whatsapp, como sea que se escriban. Lo que inventaron esas cosas ya son suficientemente ricos porque supieron comercializar las flaquezas humanas hasta la naúsea.

Patricia Rodríguez

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