¿Por qué hay tan pocas mujeres en política en puestos relevantes? Cada vez que se acercan unas elecciones, sale este tema a la palestra. Los partidos necesitan mujeres que se presenten a sus listas y que den el salto a la política activa en cargos de responsabilidad ejerciendo el poder y la toma de decisiones. Es curioso como muchísimas mujeres militan en partidos políticos en tareas de base y es también sorprendente como las mujeres participan activamente en el asociacionismo o en el voluntariado, trabajos muchas veces invisibilizados. Pero lo que si es cierto es que de ahí a dar el paso a la política, el salto produce vértigo.
Podemos analizar los datos desde muchas perspectivas, pero en este caso los números cantan. Por ejemplo, ONU Mujeres está haciendo un importante ejercicio de visibilización de este tema con motivo del 20º Aniversario de la Plataforma de Beijing publicando una web para celebrar aquella histórica conferencia que marcó un hito en el Feminismo y los derechos de las mujeres. En un informe de dicha web como declaración de principios consta: “La participación equitativa de las mujeres en la toma de decisiones es una cuestión de justicia y democracia. También es importante para reflejar las necesidades de todas las personas”. Sinceramente, yo apuntaría que más que importante, es crucial.
Al margen de esto, los datos que arroja este mini-informe, delatan que en estos casi 20 años el porcentaje de mujeres parlamentarias ha crecido sólo del 11,3% al 21,8%. Las Jefaturas de Estado (Presidentas) han pasado de 3 a 9 y las Jefaturas de Gobierno (Primeras Ministras) de 7 a 15. Las Presidentas representan un 6% del total; las Primeras Ministras se quedan en un 7,8% del total de mandatarios (esta vez bien puesto en masculino). Y plantea la cuestión de la paridad como el ejercicio obligado para conseguir el equilibro de género superando ya el discurso de las cuotas. Aquello del 30, 40 u otros porcentajes que dejen por debajo a las mujeres, ya no valen. Si somos la mitad de la población por qué ser menos en cualquier otro sitio. No es una cuestión de números, que no lo somos, es una cuestión que a estas alturas nadie debiera cuestionar.
Este informe recalca: “De las 39 cámaras bajas o únicas que tienen un 30 por ciento de mujeres parlamentarias, 32 han establecido algún tipo de medida especial de carácter temporal o cuota. En la mayoría de las 38 cámaras bajas o únicas que tienen menos de un 10 por ciento de mujeres, no existe ningún tipo de cuota u objetivo”. Todos los estudios que hay al respecto de la participación de las mujeres en cualquier ámbito reafirman que las políticas de acción positiva para aquellos colectivos que parten en inferioridad de condiciones, son imprescindibles. Desde mi punto de vista debieran ser obligatorias. Desafortunadamente, nada va a suceder por sí solo. Las mujeres debemos y podemos desear el poder (bien entendido) sin ningún tipo de remilgo ni inseguridad, esa maldita inseguridad que cercena nuestras aspiraciones y nos inmoviliza.
Viendo las cifras, lo cierto es que todavía no hemos alcanzado esa “masa crítica” de la que hablaba Drude Dahlerup para poder influir, y llevar a la agenda política aquellos temas que nos interesan y que son prioritarios para nosotras. Quien piense que son los mismos que para los varones, está equivocada. Hay temas comunes, pero hay un territorio a defender que es nuestro y nadie lo va a hacer por nosotras. Por ello, los partidos políticos deben dejar de buscar excusas, como por ejemplo todas aquellas que empiezan por “es que... (las mujeres no se presentan, las mujeres no se animan, no tenemos suficientes mujeres....)”, y empezar a preguntarse muchos más “por qués...” a esta reiterada situación. Una causa desde mi punto de vista es que los partidos, los gobiernos, o llámese cualquier ámbito de poder funciona bajo patrones masculinos, fruto del sistema patriarcal que los vio nacer. Ese es un freno absolutamente claro que además de frenar genera que las tasas de deserción de mujeres en política sean tremendamente altas comparadas con las de los hombres.
Es indudable que las barreras y obstáculos que existen para que las mujeres accedan y permanezcan en cargos de representación política es parte del sistema social de género que da lugar a la desigualdad. Amelia Valcárcel lo dice claramente: “A la política no se accede por un sistema meritocrático, es un sistema de cooptación o red informal que no valora la destreza y capacidad objetiva sino la adecuación del candidato/a a un perfil preconcebido”.
El empoderamiento de las mujeres es vital y romper el tan cacareado “techo de cristal” imprescindible, para alcanzar nuestro objetivo de una sociedad más equitativa, más libre y más solidaria. Kate Millett lo tenía muy claro allá por 1970 cuando escribió su Política Sexual: “El sexo femenino podría desempeñar, en la revolución social, una función dirigente completamente desconocida en la historia. (…) Constituiría el punto de arranque de una verdadera revolución asentada sobre la abolición de las categorías y papeles instituidos”. Pero esto no será posible si los hombres no comienzan a cambiar sus formas de entender cómo funciona la política y empiezan a ceder su espacio, su tiempo y sus responsabilidades. Eso, me temo queridas amigas, va a ser lo más difícil.
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