La muerte, ineludible y consustancial al ser humano, se mira en nuestros días desde una perspectiva diferente, al mediar la voluntad personal más allá de la intermediación exclusiva de la divinidad, más allá de la religión o el posicionamiento ético de cada quien. En efecto, a través de casi toda la existencia de la humanidad, en prácticamente todas las culturas se ha pensado que un ser superior determina el nacimiento y la muerte misma, es decir, la existencia y el destino de los individuos.
Pero las cosas han ido cambiando. Con el avance de la ciencia, en el siglo XX se contó ya con una píldora que podía obstaculizar la concepción y, por ende, evitar la gestación de un nuevo ser. Incluso, se reivindicó el derecho de las mujeres a interrumpir un embarazo no deseado.
De igual forma, ha cambiado la idea de que la vida de todo ser humano debe transcurrir hasta que de manera natural, por enfermedad, accidente o algún acto violento, llegue a su fin. Hoy ya hay muchos que consideran que cada individuo tiene derecho de elegir morir por voluntad personal. Y no me refiero propiamente del arrebato del suicidio, acto de voluntad que siempre ha existido; para no ir muy lejos, bastaría mencionar el caso bíblico de Judas que decide colgarse de un árbol por la afrenta infligida a Jesucristo.
En este caso me refiero propiamente a la muerte digna y la eutanasia; es decir, a la decisión de una persona de que se suspenda un tratamiento médico en la etapa terminal dados los dolores y la penosa agonía de una enfermedad imposible ya de erradicar con los medios conocidos en ese momento. Asimismo, la intervención deliberada para acelerar o provocar la muerte de un paciente sin perspectiva de cura.
El asunto ha generado un gran debate. La discusión implica lo mismo cuestiones religiosas que filosóficas, familiares y hasta económicas, por lo que es muy complejo y difícil de dirimir tanto para el paciente como para su familia.
Se habla, así, de la muerte digna y del establecimiento de un marco jurídico claro y preciso que la permita y la facilite. Justo este tema formó parte de las discusiones que se desarrollaron en la Asamblea Constituyente de la Ciudad de México para elaborar la carta magna de la capital del país.
Un organismo muy activo en torno a este tema es la asociación civil Por el Derecho a Morir con Dignidad, que ha venido luchando desde hace varios años para que se permita legalmente la eutanasia en nuestro país. En sus documentos básicos, en efecto, así lo precisa: “La Asociación por el Derecho a Morir con Dignidad, A.C. (DMD) surge en respuesta al sufrimiento que padecen cientos de miles de mexicanos en la etapa final de su vida y se enfoca en defender el derecho a morir con dignidad”. Aclara que morir con dignidad significa “vivir dignamente hasta el último momento, para lo cual se requiere reconocer la condición de ser humano en el paciente hasta el momento de su muerte, proporcionarle una atención médica que alivie su sufrimiento lo más posible y respetar su autonomía al tomar decisiones sobre sus tratamientos y el cómo vivir el final de su vida, lo que puede incluir su decisión de no querer vivir más”.
Luego de una revisión de las noticias aparecidas en los medios de comunicación sobre la aprobación de los artículos de la Constitución de la Ciudad de México, DMD se percató de que existe confusión e incertidumbre sobre las implicaciones de la aprobación del derecho a la muerte digna, término que se utilizó erróneamente como sinónimo de eutanasia. A fin de arrojar luz sobre esta problemática, la asociación civil puntualizó lo siguiente:
1. No se ha aprobado la práctica de la eutanasia en la Ciudad de México, sin embargo se ha discutido dentro del concepto de muerte digna.
2. Sólo se aprobó el derecho a una muerte digna como extensión del derecho a una vida digna reconociendo el derecho a la autodeterminación y al libre desarrollo de una personalidad.
3. La aprobación del derecho a la muerte digna establece la base para la posible despenalización y regulación de la eutanasia. Esto representa un avance porque para algunas personas esta forma de terminación de vida será el medio por el que podrán alcanzar la muerte digna que desean.
4. DMD ha seguido de cerca las propuestas y discusiones de la Asamblea Constituyente de la CDMX y en su momento presentó una propuesta ciudadana para elevar a nivel constitucional los conceptos de autonomía del paciente y muerte digna.
5. De acuerdo a lo antes mencionado, actualmente la eutanasia sigue estando prohibida. Para que deje de estarlo hace falta desarrollar y aprobar un marco jurídico específico.
6. Es interés de DMD que se realicen los trabajos que culminen en la aprobación del marco jurídico que despenalice y permita la práctica de la eutanasia, y ofrezca certeza jurídica tanto a pacientes y a sus familias como a profesionales de la salud.
Otro concepto asociado, pero distinto, es el de la voluntad anticipada, es decir, la declaración escrita que hace una persona en pleno uso de sus facultades mentales –previendo que en un futuro no pueda hacerlo– sobre los cuidados y tratamientos que querría y no querría recibir si llega a encontrarse sin capacidad para expresar personalmente sus preferencias. En México existe desde 2008 la Ley de Voluntad Anticipada del Distrito Federal (así como en algunas otras entidades federativas), que respalda la petición de un paciente en etapa terminal de no someterse a medios, tratamientos y/o procedimientos médicos que propicien la obstinación médica.
El tema es complejo pero es indispensable abordarlo y clarificarlo. Al respecto, DMD, cuya presidenta es Amparo Espinosa Rugarcía, una muy conocida y reconocida mexicana, ofrece seguir trabajando para mejorar el marco ético y jurídico en nuestro país que permita a mujeres y hombres afrontar con plena autonomía el proceso final de sus vidas y facilitar que los profesionales de la salud puedan actuar sin conflicto ético y con todas las garantías jurídicas.
A fin de cuentas, la idea es fundamentar un derecho de los individuos para decidir acerca de la manera de llegar al fin de su propia vida; un derecho al que podremos acceder, si así lo deseamos –nadie estará obligado a ejercerlo– en función de nuestras propias creencias y posiciones en torno de la vida y la muerte.
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