Escucho pasar el tren cerca de la casa de mi madre y me genera una sensación de inmensa nostalgia, pues recuerdo aquellos años de mi niñez y adolescencia temprana porque solo viví en Monterrey hasta los 15 años. Sin embargo, también me siento muy feliz de estar con ella, que me dio el ser. Le doy besos y la abrazo, antes de decirle cuánto la quiero. Cuando pongo mi mano sobre la suya y la mirada en sus ojos, les confieso que de repente siento que es mi espejo. Hemos pasado horas y días, felices, aquí en su terracita llena de las plantas que siempre le han gustado, que por cierto me pedía, cuando era una chiquilla, que las limpiara hojita por hojita con un líquido especial Al principio lo sentí como castigo, pero con el tiempo lo tomé como una bendición para ejercitar la paciencia. En nuestro jardín, nacen también los llamados teléfonos o Julieta acompañada de su inseparable Romeo, y dos limoncitos que están en la entrada de la puerta de la casa.
Por supuesto que no podía faltar la mata de Chile japonés porque ha sido difícil cultivar el Piquin y claro que con ellos hemos hecho deliciosas salsas, especialmente mi hermano Gerardo que es un gran especialista en ei rubro culinario, bromeando siempre que no son las del baile sino de esas salsas mexicanas que son tan ricas y tan importantes en nuestra gastronomía mexicana.
A lo lejos, escucho el canto de una paloma que me gustó el día en que murió mi abuela, la madre de mi padre. Jamás olvidaré que cuando vi a mis padres vestidos de negro y supe lo que había sucedido, cada vez que escucho cantar a la paloma la asoció con tristeza, con llantos...con la irremediable muerte.
Ese concierto de palomas no se equivocó. Unas semanas después mi madre empezó a enfermar y sentirse más mal, por una infección en los pulmones. Llegaban los médicos radiólogos a tomarle las placas y contratamos una enfermera especializada para su mayor cuidado. Se cruzó venturosamente también una doctora que verdaderamente resultó un ángel enviado por mi padre y muchos otros seres de luz, que incluso nos fueron preparando poco a poco, ya que nos decía que estaba muy malita y con pocas probabilidades de remontar la neumonía causada por su confinamiento en la cama. Los últimos días fueron tristes, ya no quería hablar ni comer o caminar. Poco a poco se fue apagando como con una velita, y saben, con mucha dignidad, con ese porte proverbial que la caracterizó, muy bien plantada, sin perder nunca la confianza en ella misma, una mujer simplemente telúrica.
Doña Estela Benavides Chapa Garza, se fue apagando mi madre, aquí, mi madre adorada ya no está conmigo, no está con nosotros, si bien tengo la firme convicción de que los seres vivientes sólo se transforman y anda por ahí seguramente convertida en luciérnaga y por las noches aparece junto a mi terraza con los ojos iluminados, y yo quedo muy conmovida ante lo que debe ser un milagro al verle brillar con esa luz intensa que la caracterizo.
Madre mía sabes que te amo y amaré. Buen camino y hasta entonces. La luz está contigo.
Y a ustedes amigas y amigos lectores poco a poco les iré contando quien fue o quien es esta mujer de hierro de acero y titanio, una regia con temple, a prueba de todas las inclemencias existenciales.
La luz está contigo
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