Pertenezco a una generación que va de la nostalgia de un ayer con sabor a esfuerzo y aire revolucionario, a la euforia de los 90s de ser feliz, alcanzar los sueños.
El terremoto del 85 en Ciudad de México me rescató de la adolescencia, de Timbiriche y de Menudo, pues se impuso una realidad que impedía ser indiferente, demasiada impotencia y dolor, también un gran sorpresa de ver surgir la sociedad civil, ese héroe sin rostro.
Soy de una generación que sabe de asombro, pasamos de la tele en blanco y negro a colores y control remoto, fuimos de los lps, a los cds, al mp3 y aterrizamos en spotify, cambiamos la máquina olivetti por las pc, y las pcs por las laptops.
No sabíamos del mundo, o nos enterábamos tarde y eso provocaba una lejanía particular de los terrores que se escuchaban en las noticias. No había cable, ni transmisión en directo... después el mundo se nos hizo más conectado, pequeño y cercano.
Fue entonces que lloré a rodilla por el genocidio en Ruanda y no entendía por qué algo tan distante me provocaba dolor, pero es que no nos era normal la violencia, así que nos hicimos revolucionarios o eso creíamos, cantábamos la trova y Sunday Bloody Sunday a todo pulmón, teníamos una curiosidad por descubrir, quizá porque en el fondo anhelábamos encontrarnos, describirnos, descifrarnos, así que nos jalaba la belleza en la literatura, el cine, la música, nos reunimos para ver caer el muro de Berlín y llorábamos como si fuera nuestra historia... y en parte lo era. No se extrañen de mí y los míos, si creemos que podemos cambiar al mundo.
En este viaje me gusta mucho la compañía, aunque a veces somos difíciles y renegamos de las nuevas generaciones,
nos entendemos entre nosotros a referencia de star wars, de señorita cometa o los miguelitos y el mundial del 85, de cuando sólo había una línea de metro en la Ciudad de México. Nos da la depre y algunos somos melancólico - gruñones, otros hemos caído en la adicción al trabajo... pero no nos juzguen, es que nos dijeron que así demostrábamos nuestro valor, merecíamos, ganábamos.
La generación X no es tan x, aún creemos en los otros, aunque nos desesperamos nos emociona cuando un milenial nos pregunta algo y ¡se interesa!, vemos con más comprensión a los baby boomers y nos preocupan mucho los centenials, nos frustra que los jóvenes tengan caminos más cortos que los nuestros pero también nos maravilla su capacidad y talento.
Pertenezco a una generación que no sabe que sabe, pero sabe mucho.
Pertenezco a una generación que nos admiran mucho los milenials pero por orgullo no lo aceptamos y no sabemos cómo relacionarnos.
Pertenezco a una generación que la amistad sigue siendo nuestra moneda de intercambio, aunque sepamos que nos van a fallar, que nos van a lastimar, que vamos a perder, le apostamos siempre a los cuates.
Gracias a los míos, a mi generación, he podido ver la esperanza de frente y sé que hay mucho por hacer, que hay una mejor vida posible para todos. Y si algo he aprendido de ser una orgullosa X, es que la transformación se teje con tres hilos:
1 Auto conocimiento, descubrir la responsabilidad y el potencial personal, la libertad y la dignidad.
2 Carácter, construir la base de creencias y prioridades para apuntalar la fortaleza y la convicción que nos ayuda a enfrentar lo amargo.
3 Significado, la satisfacción de servir y que nuestras experiencias faciliten el camino a los demás.
Si algo tenemos por reto todas las generaciones es enseñarnos lo mejor de cada mundo y con ello construir la realidad que todos merecemos, una donde la justicia y las oportunidades no distingan edad.
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