Nadie duda que México enfrenta un punto de inflexión. La ingobernabilidad, la falta de credibilidad, la crisis y la desigualdad económica exhiben crudamente el riesgo de convertirnos en un Estado fallido. La reforma estructural del Estado es inevitable: o se hace por la vía democrática e institucional o se nos viene encima. Es imprescindible abrir a debate la forma de gobierno, la representatividad y la participación ciudadana, como son urgentes las reformas hacendaria, laboral y educativa. Pero, aunque usted no lo crea, el sustento y buena parte de la solución de todas estas reformas depende de la reestructura integral de las comunicaciones. No, no se trata de evolucionar sino de revolucionar al sector.La participación del sector privado en la construcción de la infraestructura básica de comunicaciones es una de las fórmulas más poderosas que tiene el país para resolver muchos de sus problemas. La sana competencia en comunicaciones atrae capitales, genera fuentes de empleo y fortalece los sistemas políticos, educativos y de salud. Además, hace innecesaria la desviación de recursos del erario federal que de otra manera tendrían que destinarse a satisfacer las necesidades básicas de comunicación de la población. Tentación en la que empieza a caer el gobierno.Sin embargo, la trascendencia de la reforma estructural de las comunicaciones se oculta detrás una densa cortina de humo que nubla la visión de un Estado, que, por temor a represalias, se niega a enfrentar a los poderosos grupos en disputa. Así, nos pierden en pleitos y tecnicismos de los que nadie entiende nada. Y es que de eso se trata. Juicios y amparos por interconexión, consolidación de áreas, espectro radioeléctrico, migración digital son sólo algunos ejemplos. Se requiere un doctorado para descifrarlos. Pero eso sí, que quede claro, la solución de todos o cualquiera de los asuntos antes listados no resolverá el rezago del sector ni generará la revolución de las comunicaciones que nuestro país demanda. Pero ¿qué sí la puede detonar?México requiere de fortalecer su infraestructura de comunicaciones, y para ello es indispensable generar incentivos para que grupos económicos inviertan y compitan entre sí. La competencia generará un círculo virtuoso que al propiciar la caída en precios masificará servicios que hasta hoy son accesibles exclusivamente a los segmentos más privilegiados de la sociedad. Un mercado más amplio incrementará la demanda por servicios que propiciará nuevas inversiones.En síntesis, México no sólo debe de eliminar las barreras para la competencia en las comunicaciones sino que debe propiciarla; y esto aplica tanto al mercado de la televisión como al de las telecomunicaciones. Sin embargo, siendo la respuesta tan simple, es de casi imposible ejecución. El problema es que los poderosos grupos que hoy dominan sus correspondientes mercados no están dispuestos a enfrentar una verdadera competencia; y el Estado, fragmentado por los diferentes grupos de poder, es incapaz de adoptar las decisiones que el interés nacional demanda.Es sabido que Grupo Televisa a través de sus empresas aliadas presta servicios de telefonía e internet en competencia con Telmex. Por su parte, Telmex lleva más de cuatro años intentando ofrecer televisión a través de su red telefónica para competir con Televisa. Como es natural, Televisa y sus allegados utilizan cualquier argumento para impedir que Telmex entre a competir con ellos. Por su parte, Telmex aplica y defiende a ultranza prácticas que inhiben la competencia en telecomunicaciones, al dificultar la conexión con su red, la de mayor cobertura. Cada uno de estos grupos, dependiendo de la ocasión, se envuelve en el lábaro patrio y enarbola la bandera del interés nacional, cuando en realidad defiende el suyo.Si bien la sociedad se ha resignado a observar, y hasta a justificar, que los económicamente poderosos aprovechen la fuerza de sus recursos para doblegar a los responsables de aprobar y aplicar leyes y decretos, éste es el momento de recapacitar. Los poderes que integran al Estado deben elevarse a la estatura que la nación demanda para resolver la disputa que hoy relega a México al atraso; los grandes grupos económicos, protagonistas del conflicto, tienen la obligación social y ciudadana de derribar las barreras infranqueables que han construido para impedir la competencia entre sí; y la sociedad tampoco puede quedar muda ante las cortinas de humo que enrarecen el futuro. Estamos obligados a dejar de lado nuestra apatía. México nos lo demanda.
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