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Despiertas, y lo primero que revisas es como amanecieron tus lonjas;  tienes la esperanza de que hayan desaparecido, al igual que tus caderas, tus muslotes, tus brazotes y tus cachetes. Pero…¡Sorpresa! ¡ Siguen ahí!. Te levantas, te ves en el espejo y comienza el sermón: ¡Mírate nada más que cerda estás!  ¿Como quieres verte bien con esa panza? ¡Estás inmunda!  ¡Con razón nadie te voltea a ver! ¡Ojalá no tuviera que ir a trabajar para no moverme de la cama y no tener que mostrarte!  

No se quien nos metió en la cabeza la idea de que debemos maltratarnos, dañarnos y hablarnos como si fuéramos la peor cosa que hay sobre la tierra, como si mereciéramos ser castigadas por estar gordas, por no estar como queremos estar, por sentir que no pertenecemos, por sentirnos ciudadanas de segunda, por sufrir tanto.

Nos reclamamos por no tener el cuerpo perfecto, ese cuerpo con el que seguro lograríamos todo lo que nos hemos propuesto, ese cuerpo que entonces ya no sufriría, que se volvería la llave mágica a la felicidad.

Creemos que cuando tengamos el cuerpo perfecto, entonces si mereceremos cuidarlo, tratarlo con amor, alimentarlo sanamente, decirle cosas hermosas, arreglarlo, mantenerlo ágil y energetizado.

Hoy quiero decirte que mientras sigas castigando y negándole atención y cuidados a ese cuerpo que tienes hoy, menos cambiará. Es tu cuerpo, el de hoy, el que necesita y pide a gritos ser tratado con amor, ser aceptado, ser amado. Mientras sigas sin aceptar que eso que ves en el espejo eres tu y es el resultado de tu propia historia…..será imposible que des el siguiente paso, porque darlo sin aceptarlo, significa dejar de verte, dejar de ver tus capacidades, tus áreas de oportunidad, tus fortalezas y tus vulnerabilidades.

Tu decides si comienzas a darte amor hoy a través de tu arreglo personal, tu alimentación, tus pensamientos y tus acciones. Creeme, a medida que comiences a amar a tu cuerpo, comenzará a cambiar, no al revés.

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