Publicado por Martha Chapa el 23 de Mayo de 2011 a las 10:00am
Los maestros mexicanos conforman una de las instituciones más sólidas en la construcción social y cultural de nuestra nación. Sin embargo, sus aportaciones a lo largo de nuestra historia contemporánea no han sido apreciadas en su justa dimensión, pues poca justicia se ha hecho a quienes han tenido la responsabilidad de formar a los mexicanos y transmitirles una convicción profundamente cívica, patriótica y nacionalista. Sus luchas son de alguna manera las de todo el pueblo de México, como lo son sus logros y sus esperanzas.Por ello, desde la atalaya de la expresión plástica me permito expresarles una vez más mi plena solidaridad y profundo reconocimiento.Una tarea fundamental del maestro es enseñar a descifrar y, por lo tanto, a comprender los misterios del ser y del hacer. Una singular visión existencial que tiene otros valores, al igual que el fruto de la manzana que no termina en su cáscara, su pulpa, su cuerpo, sino que es un símbolo que trasciende el tiempo y el espacio en la civilización, independientemente de la tecnología que exista o pueda existir.México es una patria forjada por maestros. Cómo no tener presentes a Ignacio Manuel Altamirano, Gabino Barreda, Justo Sierra y otros tantos que han aportado enormes avances al desarrollo educativo. Ahí están, también, para nuestra fortuna, José Vasconcelos y Jaime Torres Bodet. Desde luego, en ese grupo de docentes notables se incluyen grandes mujeres, como Rosaura Zapata o Soledad Anaya.Cuando algunos maestros llegan a olvidar o a postergar ese deber y ese honor, cuando hacen a un lado su tarea suprema de hacer patria, ponen el futuro de México en peligro. Les toca, entonces, a quienes enseñan las primeras letras, poner en el alma infantil la semilla que mañana se convierta en árbol, flor y fruto esplendente de nuestra cultura nacional en la ciencia, la economía, la política…De verdad tenemos en el alfabeto, en el libro, en la educación, una panacea. Por supuesto, es deseable que se basen en valores sociales, como si se tratase de una pincelada certera o en rasgo de una pluma que retenga ese reflejo que nos ilumina; o bien ese condimento –si hablamos de gastronomía– que se echa a la olla para enaltecer el sabor en un instante.De igual forma, la pintura, la escritura, la música, la danza, son un manantial de alegría y gozo que incluso puede endulzar el amargo tránsito por los espinosos vericuetos que caminamos. ¿Qué otra cosa es la vida que soñar en el Paraíso, buscarlo, palparlo en las sombras y vislumbrarlo al igual que existe en ese sueño real de la vida?Nuestras queridas maestras, nuestros apreciados maestros son raíz, tronco y follaje. Son los constructores entusiastas del porvenir. Por ello, considero que los artistas, como las maestras y los maestros, mujeres y hombres, son creadores auténticos de la patria, de la patria suave y áspera, exigente y generosa. La patria impecable y diamantina, como la evocara el insigne poeta Ramón López Velarde.Una patria que acariciamos todos los días cuando con devoción y entrega asisten maestros y alumnos a las aulas a brindar lo mejor de sí mismos.Les admiramos por su vocación y les deseamos un destino superior. Es inevitable, en momentos como éste, recordar a los y las que pusieron entre mis manos el primer lápiz, las primeras letras, que me acompañaron en el difícil trance de entender los números, hasta llegar a las etapas en las que pude contar con la generosidad de quienes, en niveles más elevados de la educación, me dieron su tiempo y sabiduría. Sin ellos este recuerdo no sería posible ni dichoso.Quiero, entonces, ahora que acaba de celebrarse el 15 de mayo, pedirles a las maestras, a los maestros que acepten el regalo que les brindo desde el fondo del corazón: esta manzana escrita, llena de admiración y gratitud.e mail: enlachapa@prodigy.net.mxwww.marthachapa
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