A lo largo de la historia, la mujer no ha tenido una participación plena en el rubro de la creación artística, salvo contadas y relevantes excepciones. Apenas en la época contemporánea las cosas comenzaron a cambiar.
Si bien la figura femenina aparece en muchas pinturas y esculturas del pasado, en realidad se trata productos del genio y el trabajo de los hombres. En este sentido, puede afirmarse que el papel de la mujer en esas obras es servir de motivo, inspiración o modelo, así sea con una belleza deslumbrante, pero muy lejana propiamente del acto creativo. Es el caso, por ejemplo, de la Gioconda, consagrada por Da Vinci, o la Maja Desnuda, inmortalizada por Goya, entre otras.
Es evidente, también, que la cultura y el arte van a la par de la evolución de la sociedad. En otras palabras, estos ámbitos de la actividad humana no pueden sustraerse al avance en los derechos y la equidad de género en otros campos. Así, el incremento en la participación de las mujeres en la sociedad se refleja proporcionalmente en las demás actividades de su entorno. Resultó natural, entonces, que en tanto fue avanzando su liberación, la presencia femenina en la cultura y el arte se hiciera más equitativa, notaria y decisiva.
De esta manera, hacia finales del siglo XIX, con el despertar de la conciencia en pro de la equidad, se fueron inscribiendo más mujeres en la creación artística, y ya no como espectadoras o musas, sino como autoras y ejecutoras, lo mismo en la pintura que en la música, las letras, la fotografía o el cine.
En el caso de México se confirma ese proceso evolutivo. Un breve recuento basta para confirmarlo. En la etapa de la Colonia la creación artística estuvo casi siempre en manos de monjas, quienes no eran consideradas artistas, pues además de que el acto creativo femenino era juzgado como mero entretenimiento, los ideales de esa sociedad sólo avalaban y valoraban a las mujeres casadas y religiosas en términos de sus actos piadosos o en su participación dentro de los conventos. Ahí sólo se enseñaban el canto, la música y la pintura para fines domésticos, junto con el bordado o la cocina y, bien lo sabemos, sin reconocimiento alguno.
Si buscamos referencias a la pintura, veremos que se trata por igual de pequeñas alusiones a las religiosas que acostumbraban ilustrar misales o desarrollar el género de la miniatura, a pesar de que fueron capaces de pintar con destreza lienzos y murales al fresco, dato que hace suponer que parte de la plástica anónima del Virreinato pudo haber sido obra femenina. Y queda claro que el caso de la genial Sor Juana Inés de la Cruz es una verdadera excepción. En siglos subsiguientes el asunto fue más o menos similar.
En contrapartida, ya a finales del siglo XIX y hasta mediados del XX empezó a surgir la palabra de las escritoras mexicanas, que fue adquiriendo cada vez mayor trascendencia, como se confirma en el campo con prominentes autoras como Rosario Castellanos, Elena Garro, Elena Poniatowska, Guadalupe Dueñas, Dolores Castro y otras muchas.
En cuanto al universo de las imágenes fijas, sobresalen por su talento fotógrafas como Kati Horna, Mariana Yampolsky, Graciela Iturbide y Paulina Lavista. En tanto, en la pintura tenemos a María Izquierdo, Cordelia Urueta y, desde luego, a la genial Frida Kahlo.
Antes de ellas se puede localizar una lista nada despreciable de mujeres involucradas en diversas disciplinas, que marcaron el acontecer de las primeras décadas del siglo XX: las actrices Esperanza Iris y María Teresa Montoya; la periodista, escritora y promotora cultural Antonieta Rivas Mercado; la cantante Ángela Peralta y la diplomática Amalia Castillo Ledón, entre otras.
Como vemos, fue apenas en el siglo XX cuando, de hecho, se abrieron nuevos espacios para la presencia y activa participación de las mujeres. El cambio ocurrió en un lapso bastante breve, pues en realidad fue en las últimas décadas del siglo cuando comenzamos a ocupar posiciones relevantes en un sinnúmero de responsabilidades y tareas, ya sea que hablemos de la política, del deporte, la ciencia o el universo artístico. Cabe señalar que esos logros se alcanzaron no sin enfrentar ciertos resabios de discriminación, intolerancia o machismo que todavía se presentan y conforman un gigantesco reto en nuestros días. En efecto, más allá de los inmensos avances que hemos tenido en la dura y extensa lucha a favor de los derechos de las mujeres, a mediados de la segunda década del siglo XXI tenemos aún importantes desafíos que enfrentar y superar. Y entre los más importantes están la educación y la cultura.
En el primer caso debemos comprometernos –entre muchos otros propósitos– dentro y fuera del hogar a elevar el nivel educativo de los mexicanos, así como a fomentar el hábito de la lectura, principalmente entre los niños y adolescentes. Otra tarea relacionada con ésta es hermanar más y mejor la educación con la ciencia y las humanidades, o bien encauzar esos destinos hacia el mundo laboral, con un sentido de desarrollo humano y justicia social. ¡Qué no haya nadie que deje de estudiar y que carezca de trabajo!
En el ámbito de la cultura, debemos decir que es preciso impulsar más la creación, tener nuevos centros de enseñanza artística, ampliar la infraestructura cultural, mejorar los contenidos en los medios electrónicos y, en general, promover y defender la cultura con mucho mayor ahínco.
Queda claro, entonces, que hemos tenido importantes avances, pero aún debemos sortear enormes obstáculos. El éxito en esa tarea sólo será posible con la participación de las mujeres comprometidas en pensamiento y acción. Por eso resulta sustancial mantenernos unidas, lúcidas y decididas. La historia lo comprueba: sólo así ha sido y será posible avanzar más y mejor.
Facebook: Martha Chapa Benavides
Twitter: @martha_chapa
Comentarios