"LOS PRIMEROS DÍAS"

9274907493?profile=original“Algunas de las cosas del pasado desaparecieron, pero otras abren una brecha al futuro y son las que quiero rescatar”. Mario Benedetti.

Los primeros días

Mi parto fue programado por Cesárea para la misma fecha que mi hermano había planeado en ese verano del 98 su boda por la iglesia. Jorge y su novia habían puesto todo el cariño a ese gran evento en su vida y por algunos momentos tuvo un arranque de celos, argumentando que mi madre recibiría a su nieto sin estar presente en su boda.  Su enojo lo llevó a  pensar que yo había planeado arruinar su fiesta poniendo en entre dicho a mi madre por atender o el nacimiento de su primer nieto o la boda de su único hijo.

Hay que ver las emociones que se mueven en los grandes acontecimientos de nuestras vidas.

Afortunadamente esa confusión solo paso al libro de las anécdotas familiares, pues nada más lejano que mi interés por opacar un evento memorable para mi hermano, quien hasta entonces y todavía hasta hoy, sigue siendo una persona importantísima en la vida de mi hijo y la mía.

Finalmente, Sebastián llego a esta vida un agosto del 98.  Mi madre más nerviosa que yo, salió a fumar la noche antes sentada en las escaleras de su casa supongo yo, preocupada por mi futuro.

A diferencia de ella yo estaba tranquila, había tenido un embarazo saludable, me había informado en relación al procedimiento de la cirugía y estaba lista para llegar al quirófano y conocer mi hijo. Durante mi embarazo, la prioridad fue ser una mujer feliz y llegaba a la siguiente etapa, con un buen saldo a favor.

No niego que existiera el temor de que algo durante la cirugía se pudiera salir de control, pero el momento me invitaba a ser fuerte y paciente.

Esa mañana recuerdo haber tenido la ilusión de que su padre se comunicara, mi necesidad de seguir presente en su vida se avivaba con el nacimiento de nuestro hijo, evidentemente no fue así. Hoy entiendo que esas ganas de seguir presente en la vida de alguien, es difícil de removerse, pues siempre quedan pequeños trozos de esperanza, que como la braza, se avivan para prenderse y después apagarse, lenta, muy lentamente.

Ese lunes, de ese verano, mi familia recibió a mi hijo. Tengo que decir, mi pequeña familia. Formada por mi padre, mi madre, mi hermano y mi cuñada, ellos estuvieron en el hospital a mi lado dándome el soporte emocional que yo necesitaba en ese momento.

Mi padre fue el primero en recibir a Sebastián en sus brazos, lo tomó y me lo llevó a la cama, recuerdo su figura grande y entonces joven, dejándome a mi pequeño. No sé cuantas veces tenemos las madres que revivir ese momento donde nace la real conexión con nuestros hijos, pues ya son literalmente de carne y hueso.  Nos acercamos a la cara del bebé para sentirlo, olerlo,  reconociendo que la vida se hace presente, que somos dos seres humanos con una conexión natural y espiritual que despierta en ese momento todos nuestros instintos de trascendencia.

Y así tome a mi hijo entre mis brazos.

Mi abuela estaba también de visita porque en la tradición de mi familia, dar el primer baño le correspondía a mi abuela hacerlo. Después de sus ocho hijos y varios nietos, continuaba ahora con su primer bisnieto.  En mi familia solo a ella como la matriarca le corresponde enseñar a las nuevas madres el cuidado de nuestra, su descendencia.

La nueva etapa de ser madre, además de ser emotiva, también es indiscutiblemente un periodo de mucho desgaste físico, el cuerpo empieza su recuperación, el bebé despierta cada tres horas para su alimento haciendo las noches cortas, el tiempo entonces se divide entre esas alegrías y los momentos caóticos.

Yo conté con un periodo de descanso obligatorio en mi trabajo, después empecé a reorganizar mi vida. Mi primer paso fue buscar la guardería que aceptara a un bebé de cuarenta días por más de diez horas diarias, para que yo en los albores de ser una nueva madre saliera a trabajar y pudiera cumplir como proveedora.

Así que también llego el primer día de la guardería, cuando deje a mi pequeño de cuarenta días en manos de otras mujeres; aquel era un lugarcito muy pequeño, había más de diez cunas acomodadas en hilera y bebés gateando alrededor de la alfombra. Deposité mi confianza a ojos cerrados y aunque me dolía no poder hacer otra cosa, era la responsabilidad que había asumido, ser proveedora y madre. Así que tenía que ayudarme de alguien más para lograr que mi vida en esta nueva etapa, no se fuera de las manos.

Los primeros días, los primeros meses, los primeros años, estuvieron rodeados de estas contradicciones, de la emoción grande de ver a mi pequeño crecer, sonreír, llorar, jugar, gatear, caminar. Y de los momentos de soledad y de llanto por no contar con mi propio espacio o con mi pareja. Convivíamos con el estilo de la casa de mis padres y estar integrando la vida de mi hijo a la de ellos no fue muy sencillo.

Sin embargo tengo que reconocer que mis padres nunca perdieron de vista los límites, no fueron abuelos con los que yo contara siempre y en todo momento, estaba muy claro, que mi hijo era mi responsabilidad,  que ellos continuaban con su vida, su tiempo y su espacio. Tal vez esta forma tan dura y rígida que me pareció en ese momento, me hizo una mujer mucho más responsable hasta el día de hoy. Dejar la responsabilidad de los hijos a quien le corresponde y no sustituir papeles, ha sido mucho más útil en nuestras vidas.

Un sentimiento también muy recurrente fue el de culpa, esa culpa que cargaba como un accesorio mas incluido en la pañalera de mi nueva vida.  Todos los días pensaba que no alcanzaba a cumplir con todas las horas posibles para mi hijo, conmigo, con las expectativas de mis padres, particularmente de mi madre.

La culpa la empecé a incluir en mí día a día, dándome cuenta que el camino que había empezado, no tenia boleto de regreso. Estaba en la salida de una estación llamada “ser mamá”, en el interior de un vagón donde el viaje, ya había comenzado.

Nos leemos en la siguiente.

http://www.conversemos.com/grupo-de-apoyo-a-mujeres/los-primeros-dias/

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Comentarios

  • No ser la única enorgullece, saber que casi todas la madres pasamos por grandes sacrificios, 53 años de vida,  30 de vida laboral, una familia muy unida, fue lo que me hizo, lo que ahora soy. Y efectivamente la culpa no la he apartado de mí. Ahora recién abuela y ver que la historia se vuelve a repetir.  

  • Maria Antonia Reyes muchas gracias por también compartir tus experiencias, recibe un fuerte abrazo. Diana Rodríguez.

  • Es por demás difícil y complicado ésto de ser Madre Trabajadora, en mi caso toda mi vida trabajé desde muy pequeña, tengo ahora 50 años, y cuando nació mi hija mayor Andréa  hace ya casi 15 años dejé de trabajar por que ella nació con una condición de salud, que la verdad temía dejarla en la guardería así que tuve que elegir entre seguir ayudándo en casa o trabajar fuera, escogí lo primero me hice cargo de sus primeros años, así como me volví a embarazar y tuve otra niña Fátima, y seguí con mi labor de ser Madre y Ama de casa de tiempo completo, por cosas de la vida empecé a buscar trabajo ya hace 1 año, y si, Bendito mi Padre lo encontré, pero no se imaginan como sufrí por dejarlas, ahora la mayor a pasado a 3er año de Secundaria y la pequeña va a 5to grado, y en éste momento que están de vacaciones en casa solitas, me cuesta no hablarles por teléfono cada rato para ver como están, la culpa, la bendita culpa sé que ésta experiencia les va a hacer valorar más lo que tienen, así como crecer en responsabilidad, pero no deja de doler.

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