LOS HIJOS EN VACACIONES

Durante las vacaciones los niños (la palabra se refiere también a las niñas) dejan vacante el puesto de alumno; tienen licencia para no asistir clases. Con ello se abre la posibilidad de dedicar el tiempo a otras cosas, a otras actividades que toquen otras áreas de su sensibilidad, de su inteligencia y de su creatividad que la escuela no toca.

          Pero la sociedad, en una supuesta atención a los intereses del niño, se ve seducida a ampliar los planes de estudio, los cursos: más escuela, más horarios, más aprendizaje programado: objetivos, evaluaciones, metodologías, técnicas, que exigen resultados tangibles, para satisfacción y tranquilidad de los padres.

          Con esta buena intención se obturan dichas posibilidades de aprender otras cosas, de otra manera, por ejemplo, el juego libre con otros niños que permite el acceso a habilidades de socialización, empatía, planeación, cooperación…; o el ocio que estimula la imaginación; o la participación en actividades domésticas y vecinales que fomentan el auto cuidado y el cuidado del medio ambiente.

           O la posibilidad de compartir espacios y momentos de manera natural y espontánea con padres y familiares. Lo cual tiene sus consecuencias.

           Por ejemplo, la imagen del niño admirando a su padre o a su madre se ve comprometida ante la falta de oportunidades para conocer aquellos talentos, aptitudes, habilidades, fortalezas y demás atributos que detonan la admiración, porque ¿cómo admirar a un padre que no está? ¿Cómo admirar a una mamá desbordada ante las exigencias de la vida diaria? ¿Cómo admirar a los padres si el hijo los conoce poco? ¿Cómo admirar a los padres y a los adultos en general si las proezas de estos ocurren en los centros de trabajo a los que el niño casi no tiene acceso?

          Tuve la fortuna de crecer rodeado en el día a día, de hombres y mujeres de quienes aprendí todo aquello que hoy tendemos a delegar a las escuelas, a los cursos, a los centros de estimulación, a las psicoterapias: fortaleza, organización, responsabilidad, concentración, serenidad, paciencia, afabilidad, gozo, motivación al trabajo, gusto por la vida…

          El mundo es otro al de hace treinta años o más. Lo sé. Pero aún podemos abrir espacios para rescatar lo esencial para la formación de los niños: el juego libre con sus pares, el acercamiento a las actividades de los adultos y la convivencia e interacción con éstos. Y las vacaciones pueden ser esa oportunidad. Basta con hacer leves ajustes a las rutinas y dinámicas cotidianas para abrirles ese espacio robado; para que nos miren, para mirarlos.

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