¿A cuántos de nosotros –los que vivimos en esta gran ciudad– no nos ha pasado que cuando vamos manejando tenemos que tomar una decisión sobre qué camino tomar en el que consideremos que haya menos tránsito? No es todavía muy común que todos nuestros celulares o autos cuenten con sistemas de guía y aunque contemos con ellos sabemos que no son del todo exactísimos, así que tenemos que basarnos en nuestra experiencia e intuición para elegir. Y en infinidad de ocasiones nos equivocamos: tomamos la peor vía y ahí vamos lamentándonos por nuestra opción elegida. ¡Cuánta singular coincidencia no podemos encontrar en esto que vivimos cotidianamente con la vida misma?…
A muchas mujeres y hombres escuchamos lamentarse por las decisiones que tomaron. Consideran que si por alguna suerte de magia pudieran regresar al pasado, habrían tomado otro camino que les hubiese hecho menos pesado e infeliz su tránsito por esta existencia. Se preguntan: ¿y si me hubiera casado con fulanito?, ¿y si no hubiera cursado esta carrera?, ¿y si cuando decidí irme a vivir a tal lado, no lo hubiera hecho?, ¿y si en lugar de enamorarme hubiera aceptado esa beca?, ¿y si me hubiera quedado con él?... La verdad es que el hubiera no existe. Quizás lo más recomendable para todas las personas que consideran haber tomado decisiones equivocadas es comprender cómo ir convirtiéndolas en algo provechoso. Por ejemplo, recurriendo a nuestra analogía de si por un mal cálculo tomamos la peor avenida del DF (un viernes en la tarde, de quincena, de inicio de puente), lo más aconsejable sería aflojarnos la ropa, poner algo bueno que escuchar, comprarnos una golosina, evitar tomar líquidos, quizás quitarnos los zapatos, desprendernos de la desesperación y disponernos a hacer un recorrido más amable. En lo personal, yo he usado esos largos espacios para estar conmigo misma, escuchar mis mejores cd y aprovechar buenos programas de radio.
Soy una absoluta convencida de que tenemos el poder de convertir lo malo en bueno. Y podemos hacerlo porque al ser todos nosotros productos sociales somos herederos de uno de los valores más determinantes que ha generado la cultura humana: la voluntad. Si asumimos correctamente este valor vamos a poder distinguir perfectamente nuestra participación en todo lo que elijamos. Y si eligimos algo de lo que luego nos arrepintamos ¡volvamos a elegir!, ¡de nuevo!, esta vez de una manera que nos permita obtener lo más positivo posible de nuestras decisiones, nunca olvidando que siempre habrá consecuencias de ellas, tanto buenas como malas, desde el punto de vista de nuestra felicidad y bienestar.
¿Existirán aspectos que nos puedan ayudar a prevenir las malas consecuencias de nuestras decisiones? Considero que difícilmente habría una respuesta exacta; pero quizás podría servir de algo aludir a otros valores culturales aparte del de la voluntad, los cuales serían los de la observación y la experimentación. Probablemente si somos capaces de escudriñar nuestro entorno, podríamos ver lo que le pasó a nuestras madres, a nuestras hermanas, amigas, compañeras, con tal o cual decisión. Quizás ello ayudaría en mucho a prevenirnos de alguna mala experiencia; aunque –por desgracia– el sofisma de “nadie experimenta en cabeza ajena” siempre nos acompañará por lo que hay que saber ser muy inteligentes para potencializar nuestra facultad humana de la observación (sin necesidad de tener que vivir lo mismo que otros). E igualmente debemos saber ser muy inteligentes para aplicar nuestro poder de la experiencia. Si alguien se siente eternamente triste, sin motivación, con sumo agobio, por algo que eligió; y ante eso ELIGE no hacer nada para superar su estado, pues entonces está desaprovechando su propia experiencia para transformar su agobio y tristeza en fuentes de motivación para arreglar su vida. Como entes sociales tenemos también otros valores culturalmente heredados que nos pueden orientar tales como el empeño, la disposición y hasta la alegría. No se diga de otros de incalculable valor como son la información y la formación. Entre más informada y formada esté una persona, más grandes serán sus posibilidades de elegir mejor. Por todo esto considero que estamos sociológicamente aptos para ir convirtiéndonos en acertados artífices de nuestras decisiones, no dejándolas a la disposición de la suerte, la intuición, la desesperación o las malas influencias.
Desde la perspectiva filosófica podemos observar que la vida no es un camino, es una sucesión de vías entrelazadas por diversos cruces en los que debemos estar continuamente tomando una decisión cuyos resultados no sabremos hasta que estemos enfrente de ellos. Desde ese ángulo todo es imprevisible, imposible de adivinar; PERO, como entes racionales que somos, lo que SÍ podemos tener como enteramente previsible y dejar bajo nuestro entero control es la voluntad de saber asumir y afrontar lo que decidamos sin dañarnos a nosotros mismos y mucho menos a los demás.
Un conductor desesperado, desesperará a los demás y creará conflictos. Un hombre o una mujeres iracundos por la frustración que sienten debido a sus decisiones, trastornarán a todos los que vivan cerca de ellos: pareja, hijos, padres, amigos, compañeros de trabajo, vecinos, ciudadanos…
Transitar es, pues –tanto en las calles como en la vida–, una cuestión de ir desarrollando una inteligencia, entendiendo por ella que las decisiones son nuestras, de nadie más, y que por muy graves que hayan sido sus consecuencias debemos verlas, en todo caso –a la manera en que dictan muchas disciplinas contemporáneas– como áreas de oportunidad para crecer y ser mejores. No hay mala elección; hay falta de voluntad para transformarla. Quizás con esta visión cultural podamos saber transformar en bueno todo lo que aún nos falta por recorrer en nuestros distintos caminos de la vida, arribando así –con un espíritu de hierro– al único y mismo final que a todos nos espera…
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