La visita del papa Francisco a México ha despertado el interés de muchos, al margen de sus creencias religiosas. Sin duda, habrá que estar atentos al desarrollo de esta gira. Por lo pronto, la llegada del pontífice nos genera una serie de interrogantes.
En primer término, nos preguntamos cuál será el contenido esencial de los mensajes papales, pues bien sabemos que la Iglesia católica mexicana está dividida y que en ella se identifican dos tendencias fundamentales. Por una parte, prevalecen, sobre todo en las altas jerarquías eclesiásticas, posiciones conservadoras y vinculadas a las élites políticas y económicas del país. La otra corriente, en tanto, se identifica con la línea doctrinal del nuevo pontífice; es decir, solidaria con los pobres y marginados de nuestra sociedad.
También percibimos que incluso la elección de los lugares a los que acudirá Francisco tiene un profundo significado. A diferencia de los recorridos de sus antecesores, el que comienza este sábado 13 de febrero lleva aparejado un reconocimiento explícito de la problemática de nuestro país, así como de la necesidad de afrontar tales realidades, por más crudas, lacerantes y adversas que sean: Chiapas, uno de los estados más pobres del país, con un importante porcentaje de población indígena. Chihuahua, concretamente, Ciudad Juárez, ciudad fronteriza, paso habitual de quienes buscan internarse de manera subrepticia al país vecino del norte en busca de oportunidades de vida que México no ha podido ofrecerles. Michoacán, una entidad sacudida por la violencia y la ingobernabilidad...
A la vez, y a pesar de que los voceros del Vaticano han expresado que Francisco no viene a buscar solución a nuestros problemas ni a señalar los errores de nuestros gobernantes, sino a dar un mensaje de esperanza, misericordia, unión y certidumbre –en el sentido de que el pueblo de México puede salir avante más allá de sus problemas tan acentuados–, considero que será inevitable que el discurso papal choque con intereses económicos y políticos en cada región o en el plano nacional.
Por cierto, es notoria la actitud oportunista de las autoridades en los niveles tanto federal como estatal y municipal para posicionarse ante la grey católica, que aunque mermada significativamente, sobre todo en la última década, no deja de ser mayoritaria y todavía muy influyente en la opinión pública y, desde luego, tiene un importante peso a la hora de emitir el voto.
Pero así como Jorge Mario Bergoglio no podrá evadir de uno u otro modo nuestra problemática social, esperaríamos que mostrara un sentido autocrítico de cara a su propia institución. Me refiero a un posicionamiento con respecto a las faltas gravísimas que han cometido muchos sacerdotes, de manera destacada los condenables casos de pederastia y los escandalosos fraudes financieros. Y aludo también a las omisiones de quienes se han quedado callados ante tales abusos y transgresiones a la doctrina católica. Uno y otro caso denotan una falta de apego al servicio sacerdotal y pastoral que los prelados están obligados a ejercer con mayor compromiso personal y social privilegiando los valores cristianos y humanistas de justicia y equidad.
Por todo eso, pienso que México debería ser escenario de anuncios importantes del líder del mundo católico acerca de cuestiones que deben atenderse en nuestros días, y que Francisco tendría que hacer un llamado para que se realicen con urgencia cambios más profundos en su Iglesia, bien sea la presencia de la mujer en la liturgia o las nuevas responsabilidades a los laicos, o medidas para abordar con realismo la crisis de vocaciones para seguir atendiendo a una sociedad más compleja y crítica que obliga sentar bases para un futuro con cambios cruciales en torno al celibato sacerdotal.
Asimismo, considero que ya no es posible evadir lo que está sucediendo en diversos puntos del planeta respecto a los avances de la religión musulmana, con sus diversas variantes –o interpretaciones–, que van desde la búsqueda de la paz genuina y la tolerancia hasta el patrocinio de grupos terroristas
Pasaron ya los tiempos en que los líderes religiosos podían sostener posturas anodinas. Ya no estamos en las circunstancias en las que era posible eludir o minimizar los problemas. Por eso, si el papa Francisco opta por mantener una postura amable que no incomode a nadie, si decide no abordar la dura realidad de nuestro país y del mundo, su presencia aquí tendrá efectos perjudiciales para su liderazgo, credibilidad y reconocimiento social y espiritual.
En fin, la visita del papa Francisco debe y puede abrir nuevos senderos y horizontes en un mundo global cada vez más cambiante, interrelacionado y con marcada tendencia hedonista. Deseamos que así ocurra.
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ASI, FUE, LAMENTABLEMENTE