La semana pasada abordamos el tema de la calidad, desde la perspectiva de Edwards Deming, conocido, precisamente como el padre de la calidad, quien creó 14 principios para la transformación radical y profunda de las empresas. En la parte 1 de este artículo, hablamos sobre los primeros siete principios; tocaremos ahora los otros siete, dándoles un enfoque hacia la vida familiar:
Sustituir el miedo por confianza y seguridad. En casa cada uno de sus habitantes merece tener un voto de confianza. No hay manera de fortalecer la autoestima de los miembros de la familia, si la charla constituye siempre un interrogatorio. Desconfiamos de todos y por todo. ¿Dónde quedaron entonces los valores, como pilares del hogar? Sabemos que hay épocas en el desarrollo de los hijos que se caracterizan por conductas que nos hacen dudar de la calidad del trabajo que hemos hecho como padres y madres. Los límites y consecuencias son recomendables para aprender a asumir la responsabilidad de nuestros actos, pero siempre hay que dar la oportunidad a los seres amados, de demostrar que son dignos de confianza y de que no hay lugar más seguro que la casa.
Derribar las barreras existentes entre diferentes departamentos. Esto lo plantea Deming con la intención de crear una visión holística a través de la cual, las diferentes áreas o unidades de la empresa, sean capaces de percibir un objetivo común; por lo que hay que luchar para vencer las diferencias. En casa ocurre lo mismo. Vivir bajo un mismo techo no es una labor sencilla. Hay diferentes perspectivas, planes personales y opiniones que en ocasiones chocan; sin embargo, es necesario que prevalezca un fin común: mantener a la familia unida, como quiera que ésta se conforme y bajo su particular estilo de convivencia.
Eliminar eslóganes, lemas y frases exhortando a mejorar la productividad. Hay empresas que tienen la idea de que pegando un cartel con la misión por todas partes, sus empleados la memorizarán. Es difícil que así sea, pero, aunque se lograra, no significa que se viva, que se sienta y se interiorice. En la vida familiar esto se equipararía al discurso que se diseña sobre solidaridad, amor y colaboración. Esto es magnífico si se acompaña de los actos, de los hechos. Recordemos que la palabra persuade, pero el ejemplo arrastra. No es necesaria tanta frase vacía; es mejor ser consistente en lo que se piensa, se dice y se hace: eso es asertividad.
Eliminar las cuotas numéricas y la gestión por objetivos. En las organizaciones se genera mucha tensión por cumplir siempre con las cuotas numéricas, como el número de pedidos que levanta un vendedor, el número de operaciones bancarias que realiza un empleado de ventanilla, el número de llamadas que hace un integrante del equipo de telemarketing…Si bien los números hablan de resultados, Deming sugiere centrarse más en las causas por las que no se llega a esos resultados, que en el simple hecho de no haber cumplido. Seguramente que otros teóricos de la administración no aprueban esta recomendación, pero en casa, es necesario no enfocarnos únicamente en los números: la calificación obtenida, la suma de los ingresos, el número de vehículos que tenemos y muchas otras cantidades que causan grandes enfrentamientos entre los habitantes del hogar. Los números tienen una gran importancia y más en un mundo monetizado como el nuestro, pero la búsqueda de las causas de incumplimiento, el diálogo, la reflexión y la reorientación de metas, puede ser una práctica muy útil para mantener relaciones sanas.
Derribar las barreras que impiden el orgullo del trabajo bien hecho. En un país como el nuestro, con una historia de tantos siglos de sometimiento, es complicado que las personas reconozcan abiertamente sus éxitos y se sientan orgullosas de compartirlos. Aquí se interpreta como petulancia o vanidad. Todo tiene que ser “modesto”, aunque se trate de una verdadera obra de arte. ¿Cuántas de las personas que conocemos gritan por la alegría que sienten cuando algo les sale bien, como lo hacen los jugadores cuando meten gol? No es muy frecuente; aprendamos entonces a sentirnos muy satisfechos de nuestros logros. El reconocimiento en casa es esencial.
Establecer sólidos programas de formación y desarrollo personal. Se ha dicho que el trabajo es la segunda escuela. Este principio habla justamente de implementar programas de formación continua que optimicen el perfil del colaborador para que cada día aporte mayor valor al negocio. Si esto lo trasladamos a la familia, resulta de gran impacto que sus miembros estén cada vez más preparados para enfrentar las contingencias y para abrirse camino en una vida que conlleva desafíos. La preparación conduce al desarrollo y éste a la autonomía.
Tomar las medidas necesarias para que se produzca la transformación. Éste es un punto medular. Se pueden tener las mejores ideas pero hace falta convertirlas en realidades; para ello, las empresas suelen contratar agentes de cambio que realizan intervenciones a partir de un plan de acción que contempla todos los detalles para que el cambio se logre. En casa la responsabilidad es de quien funja como líder. No sólo plantear las propuestas de transformación y mejora, sino acompañar a todos en el proceso. Si esto se ha intentado en múltiples ocasiones, sin resultado alguno, no dudemos en buscar a un profesional que impulse los cambios requeridos para elevar la calidad de vida de la familia.
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