Hace unos días se celebró en nuestro país el Día del Abuelo, que fue promovido de manera extensa, sobre todo en radio y televisión. Más allá de los afanes mercantilistas asociados a este festejo –que, además, como les comenté la semana pasada, no tiene un carácter comercial per se, pues sus orígenes provienen de un acuerdo en el seno de las Naciones Unidas– pensé en la situación que prevalece en el caso de las pensiones.
Si bien es más que justo que toda persona que labora durante décadas reciba un pago hasta el último día de su vida, también es cierto que este rubro se ha convertido en un serio problema para las finanzas públicas.
Por una parte, el aumento de la esperanza de vida aunado a las mejores condiciones de salud ha conducido a que haya cada vez más personas que llegan a edades avanzadas. Y esto, con todo lo bueno que tiene, constituye, por otro lado, una carga significativa para el erario nacional.
Si nos referimos a instituciones como el Instituto Mexicano del Seguro Social o el Instituto de Seguridad y Servicios Sociales para los Trabajadores del Estado, debemos decir que sus insuficiencias progresivas son muy preocupantes. El panorama empeora cuando consideramos que sólo un tercio de la población de mayores de 65 años en México goza de una pensión. A esto se suman otras carencias evidentes, como son los servicios de salud adecuados para atender los padecimientos propios de las últimas décadas de la vida, así como la disponibilidad de espacios adecuados para el esparcimiento de este sector de la población. Y qué decir de la falta de un sistema público –de costo accesible– de casas de retiro, con atención interdisciplinaria y personal calificado, entre otras necesidades ineludibles para atender de manera digna y profesional a los adultos mayores.
A propósito, en una reunión reciente alguien me preguntaba qué hacer o cómo planear el futuro de modo adecuado, pues las pensiones que se pagan en México son en general bajas, sobre todo si se comparan con los sueldos que se percibían durante la vida laboral. Esto provoca que los jubilados se encuentren en una situación muy difícil, pues sus escasas pensiones apenas les permiten sobrevivir. Y bueno, se me ocurrió decir que por un lado se trataría de ahorrar y asegurarse de hacerlo en una institución financiera confiable, como ocurre en el caso de las afores. Por otro, que, sin importar la edad, nos motiváramos a seguir trabajando en actividades que nos gusten y en las que aprovechemos nuestros conocimientos y experiencias acumulados a lo largo de la vida, en jornadas moderadas que nos ayuden a complementar nuestros ingresos.
Pero la verdad es que una y otra cuestión parecen difíciles de cumplir, pues por un lado el alto costo de la vida y los salarios poco remunerativos nos impiden hacer ahorros. Además, no podemos soslayar que el desempleo es uno de nuestros principales males, más aún en el caso de las personas de la antes llamada tercera edad.
Otro punto que tendría que atenderse de inmediato es el preocupante hecho de que los jóvenes que se incorporan al mercado de trabajo lo hacen en empleos informales o en condiciones muy desfavorables, sin prestaciones, por lo que no tienen acceso a la seguridad social y probablemente nunca lo tengan.
En fin, se trata de una situación muy delicada que debe ser revisada con sentido práctico pero, también, a partir de un profundo humanismo. Al respecto, resulta fundamental recordar que la atención de las personas adultas mayores no es sólo responsabilidad del Estado. En esa tarea no están exentos los familiares, sobre todo los hijos, de cuidar y apoyar en todo sentido a sus progenitores y demás parientes. Lamentablemente la costumbre de convivir con los padres y abuelos, apoyarlos en su día a día y aprovechar su experiencia de vida se va perdiendo cada vez más, al grado de que hoy muchas personas de edad avanzada se encuentran desamparadas.
Dirán que es pesimismo, pero se trata tan sólo de una simple descripción de la realidad y, sobre todo, de un llamado a tratar de resolver juntos tal situación con un profundo sentido de solidaridad social.
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