En los últimos días, se han suscitado diversos incidentes que hombres públicos han tristemente protagonizado, exponiendo con sus dichos y actos la cultura patriarcal que, en sus creencias irracionales y atavismos pareciera "les otorga licencia para apuntalar discursos o expresiones que restan fuerza, autoridad y dignidad a las ideas expresadas por las mujeres políticas", como nos comparte en su columna mi querida amiga Mariana Benítez, distinguida oaxaqueña que conoce los intríngulis del poder como pocas personas, habiendo sido secretaria técnica de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados, diputada federal y subprocuradora de la República, entre muchas otras altas responsabilidades.
El subsecretario López Gatell contestó a un cuestionamiento de la senadora Alejandra Reynoso con un cuasi tratado de por qué la legisladora no comprendía sus dichos, señalando que en la corteza prefrontal del cerebro se procesa, entre otras funciones, la atención, como sugiriendo que la senadora no tenía la suficiente capacidad de atención, amén de su preparación académica, lo que se denomina "mansplaining" o, "explicación de macho" en el que la condescendencia y el tufo de superioridad frente a lo que una mujer plantea, no solo es una intrascendente grosería, sino violencia verbal. Hablando de atención, tal vez el subsecretario no se haya percatado que, en términos de ejercicio democrático, él estaba compareciendo ante un poder como funcionario administrativo y la senadora, que como marca la constitución no puede ser reconvenida por sus dichos, como representante del soberano, es decir, del pueblo que la eligió. Al final, hubo de disculparse aunque señaló no entender por qué debía hacerlo, salvo porque se le había pedido por parte de legisladoras hacerlo.
Al otro día, el diputado local poblano Héctor Alonso Granados, en sesión electrónica y pública, estalló contra las diputadas mandándolas a callar y diciendo "cállate, cállate (a la diputada Nora Merino) y, ante la reconvención de la presidencia, reviró: "a mi no me van a interrumpir estas niñitas"; el año pasado, este mismo hombre había llamado "focas aplaudidoras" a sus pares femeninas en el Congreso local.
Algunos amigos con quienes he platicado de esto, no comprenden porqué estas conductas son violencia; ellos no son malas personas, no intentan ser misóginos, inclusive se manifiestan a favor de las mujeres "porque tengo hijas, porque las respeto", etc., y justamente por eso es importante señalar que es la cultura con sus enseñanzas que equiparan lo fuerte, valiente, arrojado y poderoso al género masculino y, la subordinación, ignorancia, debilidad y acompañamiento del poder a lo femenino, lo que explica que ni siquiera se den cuenta que no están viendo ni viviendo, en trato igualitario con sus pares (o inclusive superiores jerárquicas) mujeres. No entienden que no entienden, pues.
La Ley de Violencia Política contra las Mujeres en Razón de Género por ello es necesaria. Tienen que aprender a dirigirse con respeto y trato de igualdad hacia las mujeres. Las palabras importan y si no, darán fe de ello a quienes sentencien ya no solo por groseros sino por romper la ley.
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