La vida me regaló, a cambio de una mamá biológica muy correcta pero también muy distante, un montón de mamás-nube, de esas que saben sobrevalorarte cuando hace falta y también abrazarte y compartir un atracón de helado cuando alguien te ha roto el corazón.
Conocí a la primera de ellas en la mediana edad. Era mi vecina y una vez me invitó a tomar un aperitivo a su pent-house para “conocernos mejor”.
Aquella primera noche, rodeada de obras de Pedro Coronel, Joy Laville y un imponente Giorgio Di Chirico, me pegué una borrachera de campeonato. No conocía al demonio que habita en el Limoncello. Después de ese desencuentro, juré que “L” jamás volvería a invitarme a su casa, pero pocos días más tarde el teléfono sonó. Y sigue sonando, para fortuna mía.
Esta hermosa mujer italiana radicada en México desde hace media vida es una diestra jugadora de bridge. Quienes conocen este juego saben que los buenos equipos suelen desarrollar relaciones muy profundas y longevas. Los cuatro jugadores suelen estudiar estrategias y entrenan juntos, después viajan a todos los confines para competir y en su tiempo libre juegan por el puro placer.
Así pues, cuando “L” me entregó una membresía vitalicia en sus afectos, sus compañeras de equipo hicieron lo propio y también me adoptaron. Desde entonces ha transcurrido una década, a lo largo de la cual he aprendido un montón de cosas, comenzando por mantenerme lejos del Limoncello. Les compartiré algunas de ellas.
Mis madres se entregan a cualquier tema sin miedo. Lo mismo si es el rugby, la política, la monarquía británica, el poliamor o los autos de carreras. Discuten de manera informada porque se han hecho tiempo para devorar cuanto libro, periódico o revista ha caído en sus manos, pero sobre todo discuten con ímpetu, sin temor a parecer políticamente incorrectas.
Con frecuencia me descubro intentando moderar una conversación cuando el intercambio ha escalado en decibeles, siempre para concluir que ellas saben cómo y cuándo debatir a gritos acerca de si Brigitte Macron es guapa o no. Se trata de una práctica que expresa cercanía y afecto: así, he aprendido que la verdad es un bien muy preciado y poco común que debe atesorarse, aunque venga hacia ti como una esquirla a toda velocidad.
Otra cosa que mis nubes me han enseñado como nadie, es a no arrepentirse. Sé que este es un lugar común, pero he tenido ocasión de corroborar que para ellas no es una mera frivolidad. Ellas han ido y venido a todas partes, han hecho lo que se les ha pegado la gana, han amado sin medida, han experimentado cuanta cosa inspiró e inspira su curiosidad. Por supuesto, en consecuencia han tropezado y sufrido, pero no muestran la más mínima seña de remordimiento por ello.
La mitad de la agenda de mis madres gira alrededor de la enfermedad y la muerte (¿no es esto parte de la vida, después de todo?). En nuestro grupo ha habido cáncer, insuficiencia renal, Alzheimer, depresión, vértigo, Parkinson: usted nombre el mal, nosotros lo conocemos, lo hemos estudiado, lo hemos visto, a veces lo hemos superado, a veces hemos perdido la batalla.
Debido a esto, he aprendido que cuando uno tiene amigos mayores, debe disfrutarlos tan frecuente y profundamente como sea posible, porque en cualquier momento pueden ya no estar. Esta regla de la vida debiera observarse en cualquier relación afectiva, sin embargo en el caso de las personas de la tercera edad la despedida es inminente, de ahí que los encuentros se busquen de manera constante, traduciéndose en oportunidades para charlar sin cortapisas y de manera apasionada.
El resto del tiempo, estas muchachas desenfrenadas se dedican al placer. Comen lo que se les antoja, se echan sus copitas, ríen a carcajadas, alegan, pelean, se contentan, cocinan, ven Netflix, leen las noticias en Internet, van al cine, leen, estudian, escuchan música, recuerdan y se deleitan en la remembranza.
Suelo pedirles: cuéntame de cuando conociste a J en la clase de bridge”, “cuéntame de cuando rescataste a Galleta de aquel estacionamiento”, “cuéntame de cuando te equivocaste de piso en aquel hotel en China y viste a esos hombres desnudos”, “cuéntame de cuando N apareció en tu vida en aquel Sedan rosa y se enamoraron a primera vista”. Ellas saben que me han contado esas historias innumerables veces, pero disfrutan tanto como yo de la narración.
A mis mamás no les gustan los indicios del adiós. Sostienen batallas campales contra los bastones y las andaderas, aunque aceptan un brazo cortés para subir los escalones y piden ayuda discretamente para ponerse los aretes. Extrañan los días en los que podían ir y venir a su antojo sin necesidad de compañía y procuran mantener el buen ánimo anclándose al hoy mediante la conversación y el juego.
Las nubes saben que sus opciones de idear el porvenir se encogen cada mañana y no hay optimismo que pueda cambiar esa certeza. Tú, que todavía puedes diseñar tus futuros a largo plazo, ¿qué decisión importante piensas tomar hoy?
Comentarios
Muchas gracias Virginia. A disfrutar que el tiempo es corto! Estoy segura que esos desayunos sí arreglan el mundo, empezando por el suyo. Un abrazo,
Realmente me encanta tu titulo, tengo un grupo de amigas que desayunamos juntas cada que podemos y tratamos de arreglar el mundo y reimos juntas y escuchamos, porque efectivamente el tiempo vuela y a veces no podemos alcanzarlo felicidades por tus mamas de algodon