LA PAZ EN LAS CÁRCELES

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Es curioso ver, después de tantos años de llevar adelante mi misión, que la paz sigue pareciendo ser, para algunas personas, ese concepto lejano e inalcanzable, por depender de decisiones globales o tratados políticos; cuando en el fondo es la decisión más individual que puedes tomar que a la vez contribuye con el mundo entero. ¡Sí, así es!

Vivimos en un planeta hermoso que hemos dañado, y no sabemos si aún estamos a tiempo de recuperarlo. Lo más valioso que siempre tuvimos y que nos queda es nuestro ser interior; y, luego de tantos viajes alrededor de mundo, estoy segura de que todos estamos mucho más cerca, unos de otros, de lo que pensamos. En lo profundo, donde realmente importa, todos compartimos un objetivo común para encontrar paz y amor cada día de nuestras vidas. Esto trasciende todas las religiones, razas y nacionalidades. En esto estoy segura que somos todos familia.

En una visita a una de las cárceles más importantes de la ciudad de Bogotá, en Colombia, tuve una experiencia reveladora. Sabía que iba a presentarme allí y la idea era compartir con los presos una charla, un encuentro. Los detalles, en estos lugares, a veces llegan antes y a veces no llegan hasta estar allí.

Recuerdo entrar, luego de una larga espera, y atravesar distintos niveles de estricta seguridad hasta darme cuenta de que me estaban llevando al patio central de la prisión. Sí, allí al medio del lugar de recreación y reunión, donde no se guarda pose ni se está contenido por un auditorio o sala de conferencias. No puedo negar que la sensación inicial fue fuerte, y que el soltar y confiar me acompañó en todo momento. De inmediato nos ubicamos en un rincón donde había una mesa, una silla y un micrófono, y delante mío el imponente patio y los rostros de decenas de hombres que se acercaron en silencio y con un respeto sublime a escuchar lo que iba a contarles.

Mi equipo que me acompañaba, puede dar fe de su atención y calidez, de cómo prestaban atención y querían exprimir cada palabra y hacerla suya, de como “esto de lo que hablamos” se transformaba, para algunos, en su propia voz. Estuve más de una hora junto a ellos, y en una interrupción para un procedimiento habitual allí, me pidieron que no me vaya, que enseguida volvían. Volvieron aún más, hicieron preguntas, compartieron experiencias, y todas esas palabras valieron demasiado la pena. Ciertamente la paz verdadera y duradera viene cuando dejamos de intentar convencer a los demás de nuestro punto de vista. Cuando nos damos cuenta que todos somos diferentes, pero a la vez iguales, y lo único que nos separa son decisiones; y la paz también lo es. El común denominador cada vez que visito una cárcel es que me cuentan que ahí es adónde encontraron paz interior y se conectaron con la espiritualidad.

No hay víctimas en este mundo, sino gente responsable de sus propias decisiones. Aunque suene fuerte y en más de una oportunidad me hayan abierto los ojos con sorpresa o indignación al mencionarlo, estoy convencida de que todas son oportunidades para corregir errores, aprender y crecer. A cada instante, tienes una la opción de cambiar, de ser feliz, de estar en paz y de tomar responsabilidad por lo que sucede. Ho’oponopono, este arte ancestral Hawaiano, me hizo dar cuenta de que todo en nuestra vida son memorias reproduciéndose en nuestro subconsciente que atraen lo que sucede en mi vida. Esta idea fue definitivamente liberadora y transformó mi vida por completo.

Tanto cuando presenté mi proyecto de paz en las Naciones Unidas en Viena, como en mi encuentro con el Papa, o en cada cárcel o cada escuela que visito, en los seminarios y en la calle, cuando camino por distintas ciudades del mundo que visito, me doy cuenta de que la paz siempre está al alcance y en frente de todos. Es solo una elección. El muchacho de enfrente, la chica de al lado, el actor súper conocido, el cartero, un vecino o el profesor de colegio. Todos tienen la misma libre elección, y el mundo depende de nuestras ello.

En el momento en que elegimos la paz, volvemos a cero. Nos convertimos en gente feliz. Definitivamente la felicidad y la paz son contagiosas.

Suelta y no dejes que tus opiniones y juicios te controlen. No hay nadie afuera haciéndote nada malo. No te tomes las cosas en forma personal, y trata siempre de aceptar, respetar y no juzgar. La paz comienza contigo. Cuando enciendes la luz para ti, la luz se enciende para todos.

Paz interior es paz mundial.

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